Nelson Acosta Espinoza
¿Votaremos los venezolanos contra Maduro otra vez? ¿Saldrán los maduristas del closet? No se alarme amigo lector. Estoy consciente que estas interrogantes pueden parecer fuera de contexto: se asemejan, sin duda alguna, a las incógnitas que plantearía una elección de naturaleza presidencial. Las venideras, tal como lo sabemos, son de índole local, municipal. Los temas a discutir son distintos: delincuencia, huecos en la calle, ornato, trabajo, salud, transporte, participación ciudadana, vocación de la ciudad, etc. No olvidemos que la política tradicional considera que los alcaldes son conserjes y la ciudad su condominio. Una manera, a mi juicio, un tanto simple de conceptualizar una posición de poder altamente compleja.
En otras palabras, estas interrogantes con las que inicié este escrito, podrían lucir alejadas y fuera de orden. ¿Alejadas? Veamos.
Si no se producen cambios de última hora los opositores votaremos mayoritariamente con la tarjeta de la unidad. Vale decir, unidad contra el madurismo. Esta tarjeta única, es importante que lo entendamos, será el vehículo a través del cual votaremos por nuestros candidatos a concejales y alcaldes. Y, a través de ella, reafirmaremos nuestra indeclinable oposición a este gobierno. Desde luego, existen municipios donde se presentarán otras tarjetas y candidatos fuera del acuerdo unitario. Estas candidaturas son legítimas y sus votos contribuirán al total que sería contrastado con los del oficialismo al final de la contienda. Tengamos presente que estos comicios puede ser evaluados de dos maneras: por el número de alcaldías ganadas y por el total de votos sufragados. Este último resultado es el más importante. Debemos demostrar, sin duda alguna, que los demócratas somos la nueva mayoría en el país. Y, de ser así, se crearían condiciones para ejercer formas inéditas de hacer política e ir al encuentro de sectores de la población que, ahora sí, se sentirían atraídos hacia este nuevo polo político.
Por otra parte, plebiscitar la elección ofrece una ventaja adicional. Su lógica, es decir, denunciar constantemente la incapacidad del gobierno para proporcionar soluciones a los problemas que acogotan a la población, crea condiciones para alcanzar el voto madurista light. Ciudadanos estos que sufren, igualmente, los desvaríos de este gobierno y cuyos corazones estarían al alcance de la propuesta estratégica de los demócratas. Para que salgan del closet sería necesario, entonces, que sientan que en democracia se vive mejor que en socialismo.
Finalmente, perdonen la siguiente digresión teórica. Deformación de oficio. Es indispensable apelar a las emociones y no a las razones para convencer al electorado. En especial, al que tradicionalmente ha votado por el oficialismo. Emocionar para convencer ha de ser la consigna. Ya no se tratará de persuadir a los ciudadanos de los beneficios que podrán acarrear determinadas acciones políticas, sino de llegar directamente al corazón de la gente sin pasar por su cerebro. La neurociencias y la neuropolítica han demostrado que "cuando el cerebro percibe una explicación distinta a lo que él cree no solo la cuestiona, sino que corta los circuitos de comunicación para que no penetre".
Ahora bien, ¿dónde obtener la materia prima para despertar esas emociones? ¿Cómo llegar al corazón de los electores? No es fácil dar respuestas a estas interrogantes. Intentemos delinear unas formulas gruesas. Los candidatos a alcaldes y concejales, por ejemplo, deberían construir una nueva mirada que les permita, por un lado, reivindicar los valores y pasado democrático de sus respectivas circunscripciones y, por el otro, enaltecer los estilos de vida populares y los valores espirituales presentes en estas formas de convivencia.
En fin, hacer antropología electoral. Desechar el viejo formato de practicar la política… con la finalidad de poder "emocionar para convencer".
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