domingo, 8 de septiembre de 2013

Wladimir Zabaleta: poética de un bricoleur



Nelson Acosta Espinoza

El desarrollo teórico de las ciencias humanas en particular la antropología, la lingüística y la semiótica, han proporcionado herramientas conceptuales útiles para descifrar el discurso plástico desde otros bordes intelectuales. Por ejemplo, términos como discurso (producción social de significados), gramática (parte organizativa de un lenguaje), juego de lenguajes (conglomerado de juegos, los cuales estarán regidos cada uno  por sus propias reglas), cultura (estructuras de significación), constituyen algunos de los conceptos que pueden proporcionar pistas para abordar el hecho pictórico mas allá de la superficie del lienzo. Espero que este "préstamo" conceptual pueda ser provechoso para abstraer y denominar formas específicas de creación en el ámbito de las artes visuales. En particular, me refiero a intentar dilucidar algunos de los ejes estéticos en torno a los cuales giró la propuesta plástica del artista valenciano, recientemente fallecido,  Wladimir Zabaleta.

Una afirmación inicial. No existe un centro (esencia, sujeto, Dios, Razón, etc.) a partir del cual pueda ser referido todo acontecimiento humano para su debida comprensión. Por el contrario, esta indeterminación proporciona energía a una mutación fundamental: la extensión hasta el infinito del campo y el juego de la significación. Recomposición permanente que se encuentra articulada en torno a dos gramáticas que se compensan mutuamente. La de la forma, vale decir, los elementos sobre los cuales se funda el lenguaje visual plástico y la de la experiencia, que implica las influencias que provienen de las condiciones de la época que le toca al creador vivir. La primera de estas gramáticas no puede desvincularse de la segunda. En otras palabras, no es posible emancipar el imaginario intencional, de lo vivido. El hecho pictórico, entonces,  no puede verse solamente como una armonía de formas y colores; es indispensable añadir a su comprensión el contexto de su tiempo. Ello obliga a pensar la obra artística a tono con las cuestiones que son debatidas por sus contemporáneos.

La gramática del bricoleur expresa con cierta nitidez estas circunstancias. Este término, utilizado por el antropólogo francés Levi Strauss, intenta caracterizar un estilo de pensamiento opuesto al que define el constructivismo racionalista. El bricoleur  es aquel que utiliza "los medios de abordo", es decir, los instrumentos que se encuentra a su disposición alrededor suyo. En palabras de filósofo franco- argelino Jacques Derrida: "instrumentos que ya están ahí, que no habían sido concebidos especialmente con vista a la operación para la que se hace que sirva, y a la que se los intenta adaptar por medios de tanteos, no dudando de cambiarlos cada vez que aparezca necesario hacerlo, o ensayar con varios a la vez, incluso si su origen y su forma son heterogéneas."

Esta gramática se encuentra presente en el universo pictórico de Wladimir Zabaleta. En cierto sentido, en la evolución de su discurso plástico sería posible distinguir una transición de una ilusión totémica (Yaracuy) hacia otra de naturaleza  clásica (Carabobo). En la primera, utilizó la figura del tótem y, a través de un fino tratamiento plástico, inició el "rito de pasaje" hacia la ilusión clásica. En estos ensueños, las  figuras icónicas de meninas, majas y totems son  sometidas a un proceso de deconstrucción y, mediante una operación de  semiosis, Zabaleta edificó un nuevo universo de significados.  

Estrellas fugaces, ojos que miran, labios que flotan, peces, gallos, constituyen un cosmos simbólico extraído de la experiencia de vida de este artista. En el marco de su lógica de bricoleur, estos fragmentos significantes se desprenden de su denotación original y proyectan en la mente del observador una connotación fantástica y mágica. Se opera, así, un desprendimiento de las ataduras que encapsulaban sus significados originales.

Zabaleta jugó con el "azar y la necesidad". Mediante el uso de diversos signos, como por ejemplo, números, letras, esferas, entre otros, intenta desprender la experiencia sensorial de su contexto con el propósito de trasladarla a un orden de naturaleza real maravillosa. En este caso, significantes múltiples y heterogéneos se conjugan con la finalidad de crear un espacio visual en la mente del observador. Este artificio le permitió disolver la antinomia universal-particular. Su particularidad, alcanzó en su relato plástico, condición de universalidad.

En su universo discursivo los tiempos se barajan.  Las formas, anatomías, rostros, cuerpos y contornos se delinean con precisión. La gestualidad expresiva se combina armoniosamente con un amplio espectro de cromías. Pincel y color se mezclan y producen una atmósfera lírica donde pasado, presente y futuro se confunden. Esta indefinición de espacios temporales caracterizó la propuesta estética de Wladimir Zabaleta.

En fin, Wladimir logró articular armoniosamente las gramáticas de la experiencia y la forma. El conocimiento profundo de las artes visuales, su voluntad lúdica y el manejo del "juego de lenguajes"  proporcionó solidez y universalidad a la propuesta estética de este extraordinario bricoleur valenciano.

A continuación, presentamos parte de la obra del artista, en el período totem.

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