Nelson Acosta Espinoza
El desencuentro entre cultura y política ha sido un tema de reflexión desde diversos ángulos y matrices teóricas. Toda una escuela de pensamiento sociológico (Gino Germani, Pablo González Casanova, Enzo Falleto, Fernando Henrique Cardozo, Comisión Económica para América Latina CEPAL, entre otros) postulaban que la dificultad (de los latinoamericanos) para acceder a la condición moderna residía en los atavismos culturales de naturaleza tradicional que caracterizaban a estas sociedades. La transición hacia la modernidad, en consecuencia, implicaba el diseño de políticas públicas que permitieran superar estos obstáculos. En fin, en este marco conceptual, las tradiciones carecían de valor y el objetivo estratégico sería disolverlas y construir nuevas subjetividades más cónsonas con la modernidad que se aspiraba.
Disculpen, los lectores, esta introducción teórica. La misma tiene como finalidad contextualizar afirmaciones de algunos articulistas que han tratado este interesante tema. Me refiero a los escritos de Milagros Socorro, Alejandro Moreno y Maryclen Stelling en los diarios El Nacional y Ultimas Noticias.
Hay especialistas (Maryclen Stelling) que sostienen que la corrupción se encuentra arraigada en lo más profundo de la cultura popular venezolana. Los pobres la celebran y la perciben como un modo de viveza y pájaro bravo. Astucia, digna de aplaudir y no rechazar. Esta pobre visión de lo popular es compartida por sectores intelectuales y políticos ubicados tanto en la izquierda y derecha (perdonen la simplificación). Los revolucionarios, por ejemplo, se plantean la construcción de un "hombre nuevo". Esta aspiración esconde un desprecio por los valores asociados a la cultura popular del venezolano. Los pobres, en esta visión, son vistos como seres carentes de ética y, por tanto, deben ser instruidos por la revolución de forma que puedan discernir entre el mal y el bien. "Moral y luces son nuestras primeras necesidades". Ya Bolívar evaluaba negativamente a esos lanceros que con su empeño y sabiduría popular le construyeron la patria al Libertador. No sólo Bolívar tiene una visión despreciativa de lo popular, el Plan de Desarrollo Económico y Social de la Nación 2007-2013, titulado "Nueva ética socialista", actualiza esta imagen bolivariana y plantea combatir la pobreza "material y espiritual en la cual permanecen aún millones de venezolanos".
La antropología arroja una mirada distinta a la descrita anteriormente. Este relato ubica la raíz de nuestras dificultades en una perspectiva distinta.Veamos. Nuestras élites no han podido articular nuestros diversos "mundos de vida" a los espacios públicos que brinda la política. Expresado coloquialmente: no han sabido enlazar el casabe (especie de pan a base de harina de yuca o tapioca) "cintillo" (de doble hoja, fresco y de exquisito sabor) con la represa del Guri o Central Hidroeléctrica Raúl Leoni. Su proyecto de modernidad política excluía nuestras tradiciones populares. El pueblo fue concebido y utilizado exclusivamente como masas de maniobra electoral. Esta disyunción entre política y casabe, por así decirlo, explica el déficit de modernidad que sufre el país.
El padre salesiano Alejandro Moreno ha reflexionado sobre este tema. En su particular lenguaje (muy cercano a las tésis filosóficas del argentino Enrique Duseel) advierte sobre el imperativo del “reconocimiento total y sin fisuras, y la aceptación absolutamente incondicional de la otredad del otro con todas sus consecuencias de igualdad radical y valoración positiva sin discusión fuera de toda huella de compasión, simple tolerancia o puro conocimiento intelectual”.
Dicho en otros términos, Alejandro Moreno toma distancia de la visión positivista de Maryclen Stelling, y rechaza, al igual que Milagros Socorro, la maniquea idea de rescatar a la población de su “precariedad espiritual” para ser transformada bajo los parámetros de una “refundación ética del país”.
En otras latitudes se ha podido entablar, con éxito, un dialogo a partir de las diferencias. Los japoneses, por ejemplo, "vistieron" su modernidad con los atuendos del samurai; los chinos arroparon su desarrollo económico bajo el confucianismo político. Singapur, Corea del Sur y Taiwán han construidos modelos exitosos de desarrollo sobre la base de sus culturas populares. Anclaron sus esfuerzos de modernidad en el tupido tejido de sus diversas tradiciones y mundos de vida.
Para concluir. Un discurso político es exitoso si asume como "verdad" la que se encuentra presente en las tradiciones culturales. En otras palabras a la "mismidad" o concepto único de nación que postula la revolución, los demócratas debemos oponer la diversidad (regional, religiosa, gastronómica, etc.) que definen las diversas formas de ser venezolanos.
En el plano electoral esta tarea parece obvia: se trata de desarrollar una narrativa que impregne con estas emociones la propuesta de los demócratas.
En otras latitudes se ha podido entablar, con éxito, un dialogo a partir de las diferencias. Los japoneses, por ejemplo, "vistieron" su modernidad con los atuendos del samurai; los chinos arroparon su desarrollo económico bajo el confucianismo político. Singapur, Corea del Sur y Taiwán han construidos modelos exitosos de desarrollo sobre la base de sus culturas populares. Anclaron sus esfuerzos de modernidad en el tupido tejido de sus diversas tradiciones y mundos de vida.
Para concluir. Un discurso político es exitoso si asume como "verdad" la que se encuentra presente en las tradiciones culturales. En otras palabras a la "mismidad" o concepto único de nación que postula la revolución, los demócratas debemos oponer la diversidad (regional, religiosa, gastronómica, etc.) que definen las diversas formas de ser venezolanos.
En el plano electoral esta tarea parece obvia: se trata de desarrollar una narrativa que impregne con estas emociones la propuesta de los demócratas.
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