domingo, 30 de junio de 2013

“Es lo que hay”


Nelson Acosta Espinoza.

Él retorna de su trabajo. Agobiado por el tráfico y las angustias económicas. Ella regresa, malhumorada, de su tour de mercados en busca de los artículos de consumo que con mayor frecuencia escasean. Ambos se sientan a disfrutar su programa de televisión en la hora premium. Se corta la luz. Un apagón no programado. Escena que se repite en miles de hogares a lo largo del país. Ella reta a su esposo en relación a la conducta a seguir frente estas precariedades. El sale al paso, para evitar una tormentosa discusión; con voz firme y autoritaria sentencia: “es lo que hay”.

A estas vicisitudes, desde luego, sería posible añadir muchas más (encarecimiento de la vida, inflación, inseguridad, falta de medicinas, etc.).


Con este breve relato se intenta resaltar el sentido minimalista con que sectores de la población han comenzado a asumir esta cotidianidad. Se espera lo mínimo y se evita la confrontación. Lucen aburridas, por ejemplo, esas cenas entre conocidos, donde no es posible expresarse; no tanto por miedo al debate de ideas sino para evitar un disgusto. En fin, nos estamos acostumbrando a vivir en precariedad. Sin ánimo de exagerar, esta condición de vida ha comenzado a generar su filosofía; su marco teórico que legitima y hace razonable este orden de cosas. Este encuadre teórico puede resumirse en la expresión del párrafo anterior: ¡es lo que hay!

En otras palabras, en la mente de la población se ha venido implantando una suerte de filosofía de acuerdo a la cual lo real es siempre mejor que lo posible. Esta máxima, anclada en el inconsciente colectivo, pareciera orientar a algunos políticos de ocasión. Empujes tácticos a ras de suelo, sin pretensión de grandeza que desmoraliza los ímpetus de lucha y resistencia presentes en la ciudadanía.

En cierta oportunidad, le señalaba a un amigo, por allá a finales de los años ochenta, que el país estaba alcanzando un punto de ruptura. Y que ese punto de inflexión lo ilustraba la sustitución de la tasa de café de cerámica por el vasito de plástico en las panaderías de la época. Este ejemplo lo utilizaba para remarcar que se estaba desplegando un dispositivo simbólico que inducía a la población a igualarse hacia abajo. Dispositivo cultural este que tenía como finalidad cancelar en los venezolanos las ansias por alcanzar esquemas de vida más apropiados. El conformismo comenzaba a implantarse en la conciencia y corazón de la población. Como sabemos, quedó el vasito y desapareció la taza. Primeras señales de lo que vendría después.

Razón tiene Fausto Masó al señalar, en su acostumbrado artículo de los sábados en El Nacional, que “nos estamos acostumbrando a Maduro igual que al tráfico infernal, al desabastecimiento y la delincuencia. Maduro se está convirtiendo en una mala costumbre. Cómo el vaso de plástico, añado yo.

En fín, Ramón y María, los protagonistas de nuestra historia, esperan por un nuevo relato político que los entusiasme y estimule en sus pulsiones para la lucha. Hay que derrotar esta filosofía panglossiana de “es lo que hay”. El realismo no puede matar la necesidad del cambio. Hay que batallar.

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