Willy McKey
Un país, en algún momento de su historia, es apenas una persona. Y la historia es, también, un pacto ficcional.
Siempre que los ojos del mundo han estado viendo hacia Sudáfrica, están viendo hacia Nelson Mandela, el buen Madiba. Así fue en 1990, en 1994 y ahora. Incluso en 2010, cuando el Mundial de Fútbol, lo que el planeta veía girar no era un balón de fútbol sino la historia de una nación que parecía imposible y él hizo realidad.
Pero hasta los hombres que logran dividir la historia tienen una propia, íntima y capaz de rebasarlo por ser finita.
En los medios sudafricanos, se lee que a la casa de Qunu acudieron “los viejos del clan” para trazar en conjunto el final del hombre grande. Han sido consultados y conminados a decidir. La línea de hombres y mujeres de los clanes vinculados con Mandela se reunieron en torno al cuerpo de un hombre cuyos ojos, a pesar de estar cerrados desde hace cuatro días, replantearon la visión global de su continente.
Una nota en el periódico Times afirma que allí estaban todos aquellos que pueden hablar de la muerte de Mandela. En la tradición africana, un hombre debe morir con los suyos. Incluso éste, cuyo mérito mayor pudo haber sido enseñar que es posible vivir entre los otros.
Cuando ingresó en el Colegio Universitario de Fort Hare, en 1938, dos de los objetivos que se propuso fueron aprender inglés y conocer la historia de las civilizaciones occidentales. A muchos les pareció que eso, antes que ir en detrimento de la causa africana, iba a favor del poder blanco. Hay quienes, poniéndose cerca de las doctrinas, terminan alejándose de las ideas. El hombre que de niño escuchaba atento a los ancianos hablar de su pueblo libre antes de la llegada de los blancos, y que de adolescente fue tutelado por el rey de los tembu, estaba levantando una de las bases fundamentales de su lucha: conocer al otro como primer paso, el escalón obligatorio para poder sumarlo sin someterlo.
En pocos días, Internet estará repleta de narraciones pormenorizadas de la gesta de Nelson Mandela. El bufete con Oliver Tambo. La fundación en 1948 del temible Partido Nacional Sudafricano y su apartheid. La Campaña de Desobediencia Civil de 1952. El Congreso del Pueblo, en 1955. La Carta de la Libertad. El Congreso Nacional Africano y sus rupturas. El Congreso Pan-Africano. La Masacre de Sharpeville, en marzo de 1960. La resistencia armada convocada por el propio Mandela como La Lanza de la Nación. La mismísima Organización de Naciones Unidas, en el extravío de los informes oficiales, declarando a Madiba como un terrorista. Los años de prisión. La libertad. La presidencia. Suráfrica y su siglo XXI. Mandela, el hombre-nación.
Sin embargo, quienes se reúnen a su alrededor no son líderes de Estado, ni miembros destacados del Ejecutivo ni la militancia de un partido: son sus parientes, incluso los más lejanos, esa familia extensa que la tradición africana reviste con dimensiones distintas a las nuestras. Ya no es él quien actúa, ni quien activa ni quien decide. Ellos, juntos, son su espíritu.
Madiba se marcha. Sus ancestros lo llevan fuera de este tiempo donde quedamos nosotros, sin saber si hemos aprendido la lección de Mandela. ¿Hemos decidido, cada uno, entender el universo del otro aprendiendo cómo lo nombra? Porque entender no es pactar: es conocer y tener conciencia de que hay otra mirada igual de posible. ¿Hemos decidido evitar cometer los mismos errores de quienes se excedieron ejerciendo el poder, desconociendo al otro? Porque conocer no es convencer: es acercarse al otro para tener noticias de sus diferencias. ¿Nos hemos decidido a argumentar con la palabra? Porque argumentar no es tener la razón: es dar las razones propias y contrastarlas.
Conocer al otro. Reconocerlo. Sumarlo sin someterlo.
Madiba se marcha. No Suráfrica. El referente está allí. El país no fue mejor porque Madiba naciera allí, sino por lo que él hizo y cambió allí.
En apenas unos días estará resumido en el periódico que usted lee, en los web-sites que visita, en los noticieros que sintoniza, en cada conversación. Mientras tanto, nosotros seguimos en este presente contenido, preñado de día siguiente. Pero ese tiempo que vamos siendo no debe olvidar que cuando Madiba levantó su voz la primera vez no era el hombre-nación que ya se ausenta. Era uno más. Uno de los habitantes de este tiempo compartido. Era él y era el otro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario