sábado, 29 de octubre de 2016

Venezuela, Ahora: ¿Es malo Emocionar para Convencer?




 
                                                                                                     Asdrúbal Romero

I-Una respuesta necesaria

Soy integrante de múltiples grupos de whatsapp, lo cual me permite mantenerme enterado de los acontecimientos políticos en Venezuela a pesar de mi temporal distanciamiento físico. El flujo de informaciones es un tanto reiterativo pero no me importa. Hace pocos días, por varios de los grupos a los que estoy suscrito, me llega un texto de un muy respetado profesor universitario, y además buen amigo, en el cual despotrica de “ese estribillo reciente de la Neuropolítica del emocionar para convencer” –uso las comillas para reflejar sus propias palabras-. Del cual dice que nunca como ahora ha sido tan peligroso, “sobre todo porque nunca como ahora se había requerido más serenidad, más reflexión y menos la levedad de la pasión”. Así comienza la andanada un tanto furiosa de este buen amigo que amerita una respuesta de nuestra parte.

Debo hacerlo, porque tanto en mi blog, como en el del Observatorio Venezolano de las Autonomías (OVA), he publicado textos en los que he recomendado a la alianza opositora democrática la apelación a estrategias comunicacionales sustentadas en la Neuropolítica. Como también lo ha hecho mi mentor en estas lides, el antropólogo Dr. Nelson Acosta Espinoza, secretario ejecutivo del OVA, con quien he integrado un pequeño grupo difusor y promotor de estas ideas tanto en el ámbito regional como nacional. Pero antes de tratar de estructurar una respuesta lo más sintetizada posible, me resulta inescapable dar mi opinión sobre las iniciativas más recientes de la Asamblea Nacional (AN) y la MUD al haberse producido la extravagante y definitiva pateada, por parte del Régimen, del tablero donde se venía desarrollando un ya demasiado desigual juego democrático.

II-Mi opinión sobre los recientes acontecimientos
(al 25/10) 

Seré conciso al respecto. Estoy de acuerdo con el comunicado inicial de la AN, muy claro y sin ambages, así como la actitud firme y combativa  de la máxima dirigencia de la MUD en la rueda de prensa contentiva de su pronunciamiento con relación a la suspensión del RR. Muchos podíamos presumir que el Régimen terminaría actuando de la manera como lo ha hecho, de una forma o de otra, pero vuelvo a insistir en lo siguiente: a la MUD, como plataforma opositora institucional, no le quedaba más remedio que cumplir con todo el protocolo formal que le condujera a poder demostrarle al mundo, de manera fehaciente e incontrovertible, que se estaba enfrentando a un régimen que ya había decidido quitarse su última careta democrática. Ya no hay dudas ni espacio para conductas ambiguas.

También manifiesto mi complacencia con el plan anunciado por la AN en su primera sesión posterior al remate de golpe de estado propiciado por el Régimen (tengo la impresión de que el remate fue adelantado por una facción interna del mismo, el diosdadismo, y que al resto de la oprobiosa banda no le quedó más remedio que asumirlo y profundizarlo -sólo una hipótesis a verificar posteriormente-). En estos días decisivos por venir, la Unidad será el activo más importante a proteger por la MUD. Hago mía estas palabras del valioso dirigente y ex diputado Julio Castillo, con las cuales ha insistido en el valor de la Unidad de cara a lo que se nos viene encima.

¡A cuidar la Unidad! Ahora más que nunca, necesarias: la discusión serena; la reflexión acuciosa; nada de dejarse llevar por las pasiones. Nótese que estoy de acuerdo con las conclusiones que, de entrada, plantea este amigo en su texto lanzado como un guante retador a la nube digital. Lo que no veo es cuál es la relación que él construye en su cerebro para asociar, de manera biunívoca,   una comunicación política que conecte con las emociones de los ciudadanos con unas conductas tipificables como contrarias o reñidas con lo que ambos postulamos como conductas racionales y deseables en la coyuntura política actual.

III-Ahora sí: la respuesta 

La neurociencia avanza a ritmo vertiginoso. Cada día se obtienen mayores y más detallados conocimientos sobre cómo funciona el cerebro humano. Y en el contexto de esa funcionalidad también sabemos más sobre cómo tomamos decisiones. Desde 1995, año en el que el neurólogo Antonio Damasio publicó los resultados de su seminal trabajo de investigación en “El error de Descartes”, surge un nuevo paradigma según el cual ya deja de ser válido percibir lo emocional y lo racional como dos extremos opuestos en la toma de decisiones. Dice el mismo Damasio: propongo en este libro que el  razonar puede que no sea tan puramente  racional como la mayoría de nosotros piensa o le gustaría -obviamente le encantaría a nuestro amigo-. Las emociones y los sentimientos juegan un papel central en la toma de decisiones por la forma cómo nuestros cerebros están construidos. Cada uno de nosotros tiene instalada en su cabeza una gigantesca red de circuitos neuronales, un conectoma particular, y cada decisión se produce como una activación concertada de circuitos que manejan lo emocional y circuitos de razonamiento. Las emociones y la razón se entremezclan en esa inmensa red. Para bien o para mal, así funciona nuestro cerebro. Nos guste o no, este es un hecho al cual hoy se le reconoce base científica.

No se puede negar que, bajo ciertas circunstancias, las emociones y sentimientos  pueden terminar siendo bombas atómicas devastadoras del proceso de razonamiento. Esto lo reconocemos. Lo que se sabe menos –no se ha asentado todavía en la sabiduría popular- es que la ausencia de emociones y sentimientos en un ser humano no es menos capaz de comprometer su racionalidad. Son las emociones y sentimientos las que nos impulsan a decidir, “las que nos motivan para desplazarnos hacia el lugar adecuado en el espacio de toma de decisiones” –otra vez Damasio-.

Expuesto lo anterior -sobre lo cual no creo necesario extenderme más-: del núcleo duro de la Neurociencia se han derivado sub áreas de conocimiento con un perfil más pragmático, orientadas hacia la aplicación de ese nuevo paradigma en campos del quehacer humano. Por ejemplo, el Neuromarketing: ¿Por qué compramos este producto y no otro? ¿Por qué seguimos siendo fieles a la marca de cereales que mamá compraba para darnos nuestro desayuno y no una nueva, más sana, nutritiva y de menor precio?  Interrogantes que se analizan bajo la lupa del nuevo paradigma, el cual también ha sometido a revisión los viejos cimientos de las teorías económicas. Ese homo economicus estrictamente racional, que pondera, acuciosamente, las opciones entre las cuales decidir, calcula ganancias, costos, probabilidades de riesgo y busca optimizar su beneficio esperado, ya no existe más como arquetipo representativo del perfil promedio de los tomadores de decisiones. Ni tampoco existe un homo politicus equivalente, que evalúe cuidadosa y racionalmente las propuestas programáticas de todas las opciones políticas entre las que decidir su voto. Aquí es donde entra la Neuropolítica. Orientada a democratizar el conocimiento sobre una cabal comprensión de cómo funciona el cerebro político de los ciudadanos electores: ¿Cómo se generan las simpatías o antipatías hacia los diferentes partidos o líderes políticos? ¿Por qué es tan importante el sentimiento de afiliación partidista –political partisanship- como factor fundamental en la predicción electoral?

Por supuesto la Neuropolítica, partiendo de esa cabal compresión que, seguramente, todavía no se ha alcanzado del todo, ya está en la posibilidad de proponer nuevos esquemas y estrategias para lograr una comunicación política que se conecte más eficazmente con ese cerebro emocional-racional de los electores. El “Emocionar para Convencer” es eso. Se ubica en el campo de los medios o herramientas para conseguir algo y no de los fines. Esta distinción es fundamental porque nuestro amigo, en su texto, hace alusión a movimientos políticos –nazismo, fascismo, comunismo, talibanismo- que han emocionado, convencido y cuyos resultados de sus ejecutorias políticas han sido  tremendamente malignos. Efectivamente: Hitler y Chávez emocionaron para convencer  a sus seguidores de que se abalanzaran hacia dos precipicios: el de Auschwitz, emblema hoy de lo que es una experiencia histórica del mal, en el primer caso y, en el caso del nuestro, el de una debacle acelerada de un país -económica, social, institucional, moral y en todos los sentidos-  que ya apunta hacia convertirse en otro emblema de malignidad destinado a mantener llamativo lugar en los anales de la historia: ¿Cómo se puede dañar tanto en tan poco tiempo a un país? Ellos usaron a las emociones en su estrategia comunicacional para convencer a la mayoría de los ciudadanos de sus respectivos países de anotarse en proyectos cuyos fines no eran buenos. Que utilizaron mil veces la mentira y que manipularon las emociones, es cierto, pero, no se puede ir tanto allá como para generalizar una conclusión y acusar de que apelar a las emociones en la comunicación política sea malo. Lo que fue malo eran los fines de los proyectos que ellos pretendían consolidar y su alevosa maldad para manipular.

En tiempos de la Gran Depresión, cuando la mayoría de los ciudadanos americanos tenían muy poco que llevar a sus mesas, su presidente Franklin Roosevelt, con apenas dos meses en el cargo, inició sus famosas conversaciones vía radio. Se sentaba al lado de su chimenea y les hablaba como si estuviese hablando con cada uno de ellos.  Logró hablarle a los corazones y las mentes de los americanos. Tenía intelecto, pero además la capacidad para transmitirles que él estaba sintiendo lo mismo que ellos sentían –empatía-. Les dijo que ellos no tenían nada que temer, sólo podían temer de sí mismos. Fue cuando les propuso “The New Deal” –El Nuevo Trato- con el que sacó el país del barranco en el que estaba metido. Franklin Roosevelt  emocionó para convencer. Era el año de 1933. Drew Westen, en su libro “El Cerebro Político”–“The Political Brain”-, presenta este caso como emblemáticamente ilustrativo de lo que se puede conseguir cuando se le llega al corazón de los ciudadanos que, por supuesto, se encuentra ubicado en el cerebro de cada cual.

Este caso  nos muestra una historia de éxito, contraria a las esgrimidas por nuestro amigo en este sano debate. Es decir: también se puede emocionar para convencer de la participación en proyectos políticos con buenos fines. En el caso de Franklin Roosevelt: buenos fines y felices resultados. Afirmar, temerariamente, que el “emocionar para convencer” es malo es como decir que la Teoría de la Relatividad de Einstein es mala, porque de ella se pudieron extraer los fundamentos teóricos para la construcción de la bomba atómica. Es exactamente lo mismo.

En este crucial momento del país, cuando nos enfrentamos a un régimen en el ámbito de lo moral y de lo digno -porque es nuestra dignidad, como nación y como individuos, la que está siendo barrida por el piso-, creo con firme convicción que están dadas las condiciones para abanderar el cambio para el bien con un discurso moral que emocione y convenza. Un discurso, además, en el que se sientan representados los más débiles y vulnerables, porque son ellos los que más padecen el abandono de este maligno régimen a la más precaria de las suertes. ¡Ahora más que nunca!

Como diría mi abuela, creo que nuestro amigo confunde la gimnasia con la magnesia cuando entremezcla en su argumentación medios con fines. Más explicativamente: medios utilizables para convencer con los fines que se propone el que busca convencer. Extrapola de los resultados, en los ejemplos por él seleccionados, hacia atrás para extraer conclusiones generalizadas sobre un medio utilizado. Pero no sólo existe esa confusión en su texto, también confunde los tiempos. Pareciera insinuar que de prosperar una estrategia de emocionar para convencer a la gran mayoría de los venezolanos de su participación política decidida para acabar con esta pesadilla de régimen, entonces a la hora del diseño estratégico de los planes y acciones: esto se acometería al calor de unas pasiones inconvenientes que podrían dar al traste con la posibilidad de tener éxito. Confunde el tiempo para acopiar convicción ciudadana con el tiempo para la acción política.

  Ya para terminar, lo más raro y contradictorio de todo es que al leer el texto de nuestro amigo –lo voy a colgar como comentario en mi blog sin identificación del autor-, uno lo percibe cargado de emocionalidad. Extraño para quien coloca en un altar del Olimpo la virtud como control de las emociones. También le parece muy llamativo esto al profesor Octavio Acosta,  quien en su muro facebook se permite escribir sus comentarios respecto al mismo texto, cuando le dice: “Tu escrito está impregnado de emociones, sin que tú mismo las percibas” –ver en el siguiente enlace https://www.facebook.com/octaviocultura/posts/10210783113435845 -.



 

Asdrúbal Romero M.

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