sábado, 29 de octubre de 2016

Es tiempo de volver a los fundamentos de la politica



Frank López

Nunca como ahora había sido más peligroso ese estribillo reciente de la Neuropolítica de "emocionar para convencer"; sobre todo porque nunca como ahora se había requerido más serenidad, más reflexión y menos la levedad de la pasión.
 

Advierto que en momentos como estos cualquier mago de la Neuropolítica puede " emocionarnos con ese slogan" y convencernos de recurrir a las emociones para convencer al 80% de los venezolanos que nos oponemos a Maduro a movilizarnos para acabar con esto. ¡Pero cuidado! Cuando examinamos los fundamentos de la política desde el ángulo de las emociones las cosas no resultan tan fáciles como no los indica el marketing de la Neuropolítica. Y los datos más incontrovertibles a este respecto son los datos históricos, por ejemplo, no han habido movimientos políticos más emotivos que el fascismo y el nazismo, cuyo fundamento emocional fue precisamente la ira; o que el comunismo, cuyo movimiento político se desliza frenéticamente por la guillotina ensangrentada del odio de clases; o peor aún, que el talibanismo, el Estado islámico y todas las formas de terrorismo, que basan su convencimiento en el uso de otra emoción básica: el terror, es decir, la exacerbación del miedo. 



En fin, movimientos emocionales que no sólo acabaron con sus adversarios sino que acabaron con la política misma. De modo que no hay dudas de que las emociones son un resorte eficaz para el ejercicio volitivo, tal como lo sostiene la Neuropolítica, pero, si aceptamos que la política es acción dialógica, es persuasión, serenidad y consenso, entonces esta máxima de la Neuropolítica se vuelve falaz en el campo de la política.
 

Y ello es así, porque en realidad la política, más que fundamentarse en las emociones se basa en su control. Por eso la política nació como una frónesis, como la práctica de control de las emociones, esto es: como la práctica de las virtudes; porque las virtudes son precisamente las formas de control de las pasiones, de las emociones. De aquí que los griegos de la antigüedad clásica, quienes inventaron la política, le llamaran el ejercicio de la areté. Y en este sentido la política es, por ejemplo, la práctica del coraje cívico, una virtud que se orienta al control de los dos extremos emocionales del miedo: tanto de la cobardía como de la temeridad. Así como lo es también la práctica de la prudencia, o lo que los griegos llamaron virtud dianoética; pero lo es además de la práctica de la templanza, la virtud que nos libera de la intemperancia, es decir, de una emoción que nos ciega de la sensatez, de la moderación (por cierto, muy necesaria en este momento). 



En fin, debemos tener cuidado con ese estribillo de la Neuropolítica. La política no es un producto de marketing sino de saberes muchísimo más complejos y profundos como la Ética, la Retórica, la Ontología; y de la Estética, a decir de Castoriadi. Saludos.

                                                                        

      


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