sábado, 8 de octubre de 2016

Uribe: Emocionó y convenció



                  
Nelson Acosta Espinoza

Bien, amigos lectores, voy a dedicar esta columna a expresar algunas reflexiones en relación al proceso de negociación de la paz vivido en la república de Colombia. Espero disculpen el tono un tanto abstracto y teórico. Me parece indispensable. Después de todo,  este  ejercicio puede ser  útil para  extraer algunas conclusiones pertinentes  al estudio de nuestra particular coyuntura política.

Iniciemos esta breve especulación estableciendo distancias entre las dimensiones de lo político y la política. Pienso que esta conceptualización es necesaria en orden de descifrar apropiadamente  acontecimientos públicos, no tan solo en el país hermano, sino en otros escenarios distintos del Colombiano.

En forma breve, podemos asumir lo político como la dimensión de los antagonismos y  conflictos. Y, la política, como el conjunto de prácticas a través de las cuales se domeñan la conflictividad que se deriva del escenario de lo político. La política, entonces, es consustancial con el modo de vida democrático. Su funcionalidad es vista como la garantía de proporcionar respuestas cívicas a los contratiempos que emanan y crean contrariedades en la dimensión de lo político.

Las negociaciones para obtener la paz y la cesación del conflicto armado colombiano es un claro ejemplo de la intervención política. Sin embargo, para que esta mediación alcanzara éxito era necesaria refrendarla con la aprobación ciudadana. Con el consentimiento de la polis. Intervención, desde luego, previa a la aprobación de los acuerdos y, no como se llevó a cabo, posterior al visto bueno de la clase política. Aquiescencia que no contaba, como se pudo comprobar con la realización referéndum, con la aprobación mayoritaria de la población. En otras palabras, falló la dimensión política o, por lo menos, se impuso una visión estrecha y triunfalista que impidió apreciar la importancia de la aprobación ciudadana. Y, desde luego, no se procesó apropiadamente las urgencias que emanaban de la instancia de lo político.

Otra de la debilidad que suma en el fracaso plebiscitario del “SI” fue su narrativa.  El presidente Santos apostó por un relato de sesgo racional y alejado  de  incitaciones de naturaleza emotiva y moral. Sus argumentos a favor de la aprobación de los acuerdos con la FARC fueron de una excesiva racionalidad: “si votas por el “SÍ”, vendrán más inversiones, tendrás más empleo, habrá más recursos para educación, habrá más desarrollo para el campo”. En fin, una apuesta cerebral alejada de las pasiones y de la dimensión moral implícita en un conflicto como el que han sufrido los colombianos por casi medio siglo.

El presidente Santos obvio el “efecto de los afectos” en la vida política. En otras palabras, no comprendió que la causa del desafecto hacia la democracia, hoy día, puede bien atribuirse a  una sobrevaloración del acuerdo racional. O, en otros términos, a una concepción desapasionada de la política.

El ex presidente Álvaro Uribe, por el contrario, logró enmarcar la decisión del “NO” de forma emocional y moral: ¿es justo que quienes han matado, violado, mutilado, secuestrado y dañado a tanta gente inocente reciban ahora indulto, poder político, escaños en el Congreso y dinero del pueblo? Emocionó y logró convencer a una mayoría de la población. Vendió la idea que votar era el medio para frenar  graves injusticias en el presente. Y, desde luego, más pertinente que unas supuestas  “inversiones y dinero en el futuro”.

Esta experiencia tiene importancia para nuestro país. Estamos enfrascados en un conflicto político. A corto plazo, la solución política del mismo, es el referéndum revocatorio. Es indispensable, entonces,  llegar a la totalidad de la población con argumentos de índole moral y emocional. Emociones  que solidifiquen las explicaciones  de naturaleza racional. En otras palabras, la situación económica por sí misma no proporciona argumentos suficientes. Se requiere la intervención política. Es  indispensable la construcción de una narrativa que emocione a la totalidad de la población y la prepare para batallas futuras.
  
Hay que emocionar, entonces, para convencer.

Sin dudas, la política es así






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