Nelson Acosta
Espinoza
“Hay que freír
en aceite hirviente las cabezas de los adecos”. Frase dura y violenta. Sin
embargo, sirvió a los propósitos políticos del líder emergente en aquellos momentos
de nuestra historia pasada: Hugo Rafael Chávez.
Bien, sin lugar
a dudas, el amigo lector merece una explicación. No vaya a pensar que estoy proponiendo
que se ponga en práctica lo que literalmente se señala en esa oración. Dios,
NO. Acción Democrática es un pilar fundamental de la historia y democracia en
nuestro país. Lo que intento recalcar o ilustrar a través de esta expresión, es
un principio que orienta toda
comunicación política: es indispensable condensar en una o varias locuciones la
diversidad de los sufrimientos existentes en un momento dado en una sociedad y,
señalar, el culpable de tales padecimientos. Me voy a permitir ilustrar lo
anterior con un ejemplo sacado de la experiencia revolucionaria rusa. Paz, pan y tierra. Con esta consigna, pronunciada
a su llegada a Petrogrado, Lenin resumió en forma sencilla los principales
problemas que afectaban a las masas humildes de rusos e identifico los
principales responsables de estas tres calamidades: gobierno, fuerzas zaristas
y terratenientes. Y, así, dio inicio a la revolución rusa.
Chávez, por su
parte, con la frase con la que iniciamos este breve escrito estaba
identificando a su adversario y haciéndolo responsable de la situación de
deterioro económico y social que padecían los venezolanos en aquellos años. Inició
la construcción de un relato que se diferenciaba del que había sido hegemónico
durante la etapa democrática. Dejo a un lado los consensos partidistas e inicio
un nueva “historia” radicalmente distinta a la que había prevalecido en el
pasado. Palabras claves: puntofijismo, escuálidos, apátridas, conflicto, etc.
Hagamos un breve
ejercicio de memoria. Para finales de la década de los ochenta lo sustantivo
del proyecto democrático estaba agotado. A pesar de las señales (sociales,
económicas, culturales y políticas) que anunciaban la necesidad imperiosa de
renovar el discurso político la partidocracia se enrosco sobre sí misma
colocándose de espalda a la realidad. En
el plano de las ideas, por ejemplo, existía material para elaborar ese nuevo
relato político. En especial, lo concerniente con los conceptos asociados al
federalismo y la descentralización. Las herramientas teóricas estaban a la mano
para iniciar el proceso de radicalización de la democracia. Sin embargo, las
elites partidistas de la época no lo entendieron así. Y, dejaron el espacio
abierto para el despliegue de la aventura chavista.
Este breve
recuento obedece a una preocupación. Observo en la oposición una dificultad
para elaborar una narrativa adecuada a
las circunstancias actuales y que sea compartida por los diversos grupos
opositores. No se han desarrollado las interpelaciones apropiadas que faciliten
la politización de los sectores populares y la empobrecida clase media. Pienso
que existe un “déficit” discursivo en las propuestas diseñadas por la MUD. Se
observa un exacerbado electoralismo que deja a un lado las ofertas apropiadas a
las actuales circunstancias: la crisis más profunda que ha existido en la
historia del país.
Ganar elecciones
es importante, pero no es suficiente. Hay que “revolucionar” las prácticas
políticas. Estas deben romper con las que predominaron en el pasado: las de la
IV y V república. Y, así, estarán en capacidad de prefigurar un nuevo horizonte
político. Unificar el discurso, identificar las causas de la crisis y el
responsable de la misma y traducir estos temas en una única consigna. Me atrevo
a señalar que esta es una tarea que no se ha cumplido a cabalidad
Las condiciones objetivas
están dadas. El socialismo del siglo XXI ha fracasado. Su propuesta tan solo
interpela un pequeño sector de la sociedad. Es el momento para que la
vanguardia democrática ofrezca un proyecto para sacar de la pobreza a los
sectores populares y la clase media. Pero para alcanzar este objetivo- voy a
pecar de reiterativo- se requiere
elaborar una nueva narrativa que, entre
otras cosas, denuncie y rompa con el pasado; encarne a los responsables de la
crisis y, a partir de este desgarre, emocione a sus destinatarios. En otras
palabras hay que emocionar para convencer. Y, salvo algunas excepciones, los
líderes de la MUD no emocionan, por ahora.
El tono de este
escrito es crítico. Las circunstancias demandan este ejercicio. Ojala este
espíritu prenda en la vanguardia política que hace vida en la MUD.
Sin dudas, la
política es así.
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