Asdrúbal
Romero M.
La mitad
de los estudiantes que se inscriben en la universidad, se están retirando y la
institución no tiene forma de detener ese éxodo, porque se debe principalmente
a la situación económica. Es sólo una de las apabullantes conclusiones
contenidas en un estudio, recientemente, publicado por la Universidad de los
Andes sobre deserción estudiantil, profesoral y de personal ATO. Les ruego
enfáticamente que lo revisen. Pueden acceder a su contenido en el enlace: http://prensa.ula.ve/2016/04/01/cifras-de-deserción-estudiantil-profesoral-y-de-personal-ato-se-han-incrementado-en-la
.
Lo que hace
dos años era una inferencia sobre cómo impactaría la nefasta tendencia de
empobrecimiento sistémico del país a los estudios universitarios, ya es una
realidad documentada y soportada con incontrovertibles datos. El más importante
logro de la universidad venezolana al constituirse en el engranaje principal de
la movilidad social en nuestro país ha pasado a ser un sueño del pasado.
Es
innegable que desde los sesenta se mantuvo, en este país, una tendencia
sostenida de democratización del acceso de su juventud a una educación
universitaria de calidad. La prueba de ello es inocultable. Podemos convocar
como testigos a la gran cantidad de profesionales exitosos que contribuyeron
con creces al desarrollo del país. Muchos de ellos provenientes de hogares humildes,
en los que sus padres tuvieron que hacer ingentes esfuerzos para lograr el
sueño de ver a sus hijos graduarse con un título universitario, mientras ellos
lucirían por siempre, en la foto de los imborrables recuerdos, la
correspondiente medalla colgada en sus pechos henchidos de orgullo por el
objetivo logrado.
Soy hijo
de aquellos tiempos, que hoy se nos revelan felices, tuve compañeros venidos de
los más diversos rincones del país a la capital industrial del futuro. Todos,
los más pobres, los menos, los clase media y los más ricos, compartíamos de
igual a igual en esa maravillosa máquina de igualación social que era la
Universidad. Por esto, a mí no puede ningún destructor pretender venirme
a cambiar la historia.
Despertando
de la añoranza: ¿Con qué nos conseguimos? ¡El engranaje hecho añicos! La
posibilidad de acceder a una educación universitaria con estándares mínimos de
calidad le ha sido sustraída a la juventud venezolana. Ha sido contundentemente
demolida y lo insólito es que esto haya ocurrido sin que se haya producido una
reacción masiva de parte del estudiantado universitario. Aclaro: no es que
pretenda desconocer el esfuerzo que han hecho algunos dirigentes estudiantiles
del sector, pero, el resultado concreto es que el mismo no ha sido suficiente
como para articular una respuesta, que esté en consonancia con la gravedad de
lo que el Régimen ha venido perpetrando en contra de los jóvenes de este país.
Les ha robado la oportunidad de progreso, les ha destruido la posibilidad de
futuro, y lo ha hecho, reitero, en sus propias narices sin que, como colectivo,
hayan sido capaces de responder con la debida contundencia. Desde esta
perspectiva, así va quedando esta cohorte generacional en el obligado retrato
que la historia hará, en una penosa posición de rezagados frente al aporte que
han hecho otras en el pasado de cara al patriótico compromiso
intergeneracional.
Los
padres, que pueden, andan diligenciando recursos para poder transferir sus
hijos del sector público al privado -este flujo migratorio también podría
perfectamente cuantificarse-. Sin embargo, existe la posibilidad de que
tal medida de emergencia tampoco sea la solución. La destrucción tiende a ser
total. También en el subsistema privado universitario las cuentas no vienen
arrojando resultados para su sostenibilidad, como consecuencia de un draconiano
marco regulatorio que ha represado el incremento del costo matricular a un
máximo del 20% anual por varios años. En un contexto inflacionario, que ya todos
sabemos anda volando, esa ilógica imposición ha pretendido mantener la ficción
de que la educación, finalmente, podría succionarse del aire.
Todos
estos años, han sido los docentes y trabajadores de dichas instituciones
quienes han financiado con su empobrecimiento salarial esa ilusoria ficción. En
general, en las universidades privadas los salarios están aún más deprimidos
que en las financiadas por el Estado. Los fenómenos de rotación y deserción
profesoral se han venido incrementando a un ritmo preocupante. Los mejores se
van y la calidad, que nunca alcanzó a igualarse al estándar público, decae
alarmantemente. Los caminos hacia una educación universitaria de calidad en
este país se cierran.
No hay
calidad, no importa, pero hay título, dirán algunos. Pero hasta esa posibilidad
se ensombrece. Los elevadísimos índices de inflación en los rubros de
mantenimiento –por encima del 2000%- se han encargado por sí solos de poner los
saldos en rojo y hacer aflorar las tensiones por tanto tiempo reprimidas. La
ficción de los buenos deseos ya no da para más. Los jóvenes prefieren emprender
la protesta contra las asociaciones civiles, incluso estudiantes adscritos a
las fracciones juveniles de algunos partidos que, se supone, debieran estar
mejor formados sobre todo lo que viene ocurriendo en el país. Acabamos de ver
un primer round en la UJAP, pero también en otras instituciones privadas la
procesión anda por dentro. No es de extrañar que en algún momento alguna
asociación civil prefiera soltar las riendas de tan tamaña responsabilidad y
entregárselas al Estado. ¿Y entonces qué? ¿Mejorará ello la operatividad y
calidad de esa institución? ¿Se habrán paseado los estudiantes por el análisis
de este escenario?
De alguna
forma, el Régimen logra aparentemente escabullirse de su culpabilidad en el
desempeño de su rol destructor de todas las instituciones. Ha logrado
fragmentar a la sociedad en sectores estancos que, desconectados y
desarticulados, no alcanzan a comunicarse entre ellos para unificar criterios
sobre quién es el verdaderamente responsable de este cáncer que nos invade por
todos los intersticios del tejido social. Es así como, frecuentemente,
observamos enfrentamientos intersectoriales buscando achacar responsabilidades
en otros que en la realidad también son víctimas de la descomposición.
Pacientes o sus dolientes versus médicos o clínicas privadas; padres versus
maestros; pobladores desasistidos versus alcaldías empobrecidas; estudiantes
universitarios versus profesores y autoridades y, ahora, los de las privadas
versus las asociaciones civiles.
A raíz
del más reciente paro gremial universitario, ocasionado por el segundo retardo
en el pago de la nómina que ha ocurrido en los pocos meses que van de este
2016, volvimos a ser testigos a través de las redes sociales: de las ya casi
eternas reprimendas a los profesores por coartar el derecho al estudio de los
“pobrecitos” estudiantes. Independientemente de que dicho paro pudiese tener
alguna efectividad a estas alturas de nuestro fracaso colectivo en defender a
la Universidad y a nosotros mismos –me cuesta imaginar que al Gobierno le haya
producido una mínima picazón- queda al menos la dignidad de quienes ya no
desean seguir siendo irrespetados mediante atropellos cada vez más burdos. Ese
resquicio de dignidad que nos queda debe ser respetado. Tiene que preguntarse
uno si ya no es hora de que los jóvenes universitarios reflexionen y se aclaren
de cuáles son los auténticos victimarios de su derecho al estudio. Mientras
escribo estas líneas me entero que, por dos días consecutivos, las aulas del
campus Bárbula han permanecido sin servicio eléctrico en todo el transcurso de
sus respectivas mañanas. ¿Entonces?
¿Cuándo
reaccionarán y por qué no lo han hecho? Más allá de la situación muy peculiar
de la UC que pudiera comentarse a raíz del enojoso asunto de que no se hayan
celebrado elecciones estudiantiles por más de ocho años, la respuesta a esta
doble interrogante en el contexto general del país es muy compleja. No me
siento en capacidad de abordar un exhaustivo escrutinio de las misteriosas
razones, pero me ofrezco a organizar un equipo interdisciplinario para una
exploración conjunta en la que participen jóvenes deseosos de organizarse para
la defensa de sus derechos.
Un
comentario final que no deseo dejar en el tintero. Llama poderosamente la
atención que las fracciones juveniles de los partidos políticos, incluyendo a
los más nóveles como Voluntad Popular y Primero Justicia, prácticamente hayan
abandonado su espacio natural de lucha política que es la trinchera
universitaria, que debiera constituir su primigenio campo de entrenamiento y
semillero de los futuros líderes, para privilegiar el trabajo político
electoral de calle. Es como si quisiesen todos, en franco apresuramiento,
llegar a ser alcaldes y diputados obviando la etapa de obligada formación
política. ¿Sus respectivas organizaciones políticas que les cobijan han tomado
consciencia de tan significativa desatención? ¿Cómo articulamos masivamente a
los jóvenes en la lucha por el país cuando los hemos desatendido en su espacio
primario de necesidades y formación?
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