Humberto García Larralde
Los venezolanos se enfrentan a un gobierno
sumamente cruel e inhumano, que da reiteradas muestras de que le importa en
absoluto sus penurias. El hambre que se extiende a sectores cada vez más
numerosos, las muertes y angustias atribuibles a la ausencia de medicamentos
y/o de equipamiento de hospitales, el altísimo índice de criminalidad que sesga
vidas inocentes y los padecimientos ocasionados a la población por la escasez
generalizada, les resbala. No es con ellos, señalan, volteando de un lado para
otro en busca de culpables, pues por (auto)definición, son “abnegados
revolucionarios” defendiendo las conquistas del pueblo ante la arremetida de
fuerzas oscuras de la “derecha”. Y así, con el mayor cinismo los más,
creyéndose sus embustes los menos, siguen impertérritos con sus políticas
empobrecedoras y de progresivo exterminio de la población.
Esta insensibilidad se transforma en burla abierta
del sufrimiento de sus coterráneos cuando repiten una y otra vez, como excusa,
la suprema estupidez de que el gobierno enfrenta una “guerra económica”.
El último desalmado en mofarse así del pueblo es el embajador ante la OEA,
Bernardo Álvarez, al negarse ante la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos a aceptar la ayuda de gobiernos y organismos extranjeros, aduciendo que
es irresponsable hablar de una crisis humanitaria en el país, porque lo que
existe es ¡la guerra económica! No hay emergencia sanitaria, no hay
desabastecimiento, no hay presos políticos encarcelados de manera fraudulenta,
no existe violación de los derechos humanos y no se acepta ninguna ayuda
foránea porque, por antonomasia, tales padecimientos no existen en una
revolución. No se despilfarraron los mayores ingresos que registra la historia
del país, no se hipotecó el futuro de los venezolanos con deudas gigantescas y
subastando recursos del subsuelo a cambio de unos churupos para estirar la
arruga, no se quebraron las empresas públicas por robo y negligencia, ni se
dejó deteriorar los servicios públicos por desidia (y robo). Así que, en nombre
de la única “verdad” admisible, a seguir arruinando al país, “la Historia nos
absolverá” y ¡”pa’atrás ni pa’ coger impulso”!
Causa suma indignación tanto cinismo e indolencia
para con el sufrimiento de la gente. Y aunque ya casi nadie cree en la idiotez
de la guerra económica, ello no es consuelo. Preocupa que no emerja una opción
clara, contundente, que haga saber a los venezolanos que esta situación no es
una fatalidad, que puede mejorar significativamente y en un plazo menos
distante de lo que muchos creen, con unas políticas coherentes y un equipo
calificado de gobierno. Es menester proponer de manera decidida las tres
condiciones básicas, ineludibles, para atajar de inmediato la caída del nivel
de vida de los venezolanos y abrirle posibilidades de recuperar su futuro que,
por fuerza, implicarían un gobierno de transición. Estas tres condiciones son:
1) la concertación, lo más pronto posible de un
generoso financiamiento internacional, en el orden de los $30 a 40 millardos;
2) la privatización de empresas públicas que son un
desaguadero de dinero y sin la cual no es posible sanear las cuentas fiscales;
y
3) el desmontaje de los controles y regulaciones
que aplastan a las actividades económicas.
Las primeras dos son imprescindibles para unificar
el tipo de cambio y liberar el acceso a la divisa. Sin ello, no podrá superarse
el estrangulamiento externo que impide importar insumos, repuestos y equipos
para la actividad productiva, base para lograr el abastecimiento interno y la
generación de empleos bien remunerados. La tercera es imprescindible para
liberar las fuerzas productivas, y promover la competencia y la racionalización
de las actividades económicas. Las tres, junto a un programa de estabilización
macroeconómica, son pilares de un programa para abatir la inflación.
Sabemos que la oligarquía en el poder se opondrá
con uña y dientes a desmontar los controles, privatizar empresas que vacían las
arcas públicas y negociar empréstitos internacionales que exigen poner orden en
la casa, porque con ello se desmontarían las bases de sus muy lucrativas
actividades corruptas, de expoliación de la riqueza social. Pero si bien se les
ha caído la máscara de redentores para justificar esta postura, siguen contando
con el chantaje ideológico enraizado en la cultura política nacional, que les
permite estigmatizar estas medidas. Así, todo asomo de negociación con el FMI,
único ente en capacidad de otorgar el financiamiento requerido, y la
privatización de empresas públicas que desangran las finanzas del Estado, son
repudiadas por Maduro por “neoliberales”. Apela, con ello, a toda una carga
valorativa que hemos cultivado los venezolanos bajo gobiernos populistas adecos
y copeyanos, y bajo el actual régimen fascista de Chávez-Maduro, en la que
ambas medidas se asocian a un deterioro de las condiciones de vida de la
población a causa de la “entrega del país a intereses privados, nacionales y
foráneos”. A papá Estado, por más corrupto e ineficaz que sea, se le tiene que
permitir que intervenga en todo y gaste a mano suelta porque, por antonomasia,
es el único que representa los intereses del pueblo.
Ya hemos explicado en un artículo anterior,[1] que el verdadero ajuste
draconiano, empobrecedor, es el que nos viene imponiendo Maduro desde hace dos
años. Por el contrario, disponer de un financiamiento internacional capaz de
destrabar las cuentas externas, no puede sino ser expansivo, pues permitirá la
importación de insumos, repuestos y equipos para la producción doméstica y la
generación de empleo, así como los bienes de consumo que requiere la población.
Por supuesto que tal financiamiento se condiciona a que el país haga los
ajustes macroeconómicos que aseguren su reembolso en el tiempo. Y ello se
centra en el saneamiento de las cuentas públicas que implica, como elemento
central, que el estado se desembarace de empresas quebradas que requieren
transferencias permanentes para subsistir. Así se liberarán los recursos para
compensar a los sectores vulnerables que pudiesen verse afectados por un
programa de transición.
¿Cómo es posible que los voceros democráticos no
sean capaces de defender estas ideas de manera abierta, para lo cual sobran
argumentos y datos empíricos? ¿Cómo no defender que contar con unos 30 – 35
millardos de dólares de un organismo financiero internacional en calidad de
préstamo es algo que beneficia a los venezolanos con abastecimiento,
producción y empleo? ¿Hasta cuándo el chantaje ideológico del populismo –
fascismo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario