Nelson
Acosta Espinoza
La ciencia
política o, lo que es lo mismo, la meditación sobre el acontecer colectivo tiende a establecer diferencias y velocidades en los
procesos de cambio social, cultura y,
desde luego, político. Estas reflexiones teóricas tienen un sentido práctico.
Pueden ser utilizadas para el análisis y definición de estrategias que busquen
producir transformaciones en un orden político determinado. Por ejemplo, cuando se produce un debilitamiento de la
coalición dominante y la emergencia de una oposición con clara opción de
gobierno, estamos en presencia del inicio de un proceso de transformación de un
determinado régimen político.
Ahora bien, me
parece necesario hacer una distinción entre dos resultados predecibles en el
desarrollo de una crisis política. Pudiera su desenlace, por ejemplo, originar
un cambio de régimen o, también, la restauración o re afirmación del sistema
sometido a la presión transformadora. En el primer caso, esto es, cuando el sistema
sufre transformaciones sustantivas a nivel de los valores, normas y estructura
de autoridad, estamos frente a un proceso de transición política. En la segunda
opción, por el contrario, la crisis es de proporciones limitadas.
Debo excusarme,
amigo lector, por esta introducción un tanto abstracta. Estoy intentando
esclarecerme en relación a los procesos de transformación política que comienzan
a sucederse en el país. ¿Con cuál propósito? Bueno para intentar evaluar
correctamente (disculpen la pretensión) estos acontecimientos. En concreto,
aspiro poder responder estas preguntas: ¿la
dinámica política conducirá al país
hacia una transición? ¿O, por el contrario, se operara un proceso de
restauración política?
Me parecen
validas estas interrogantes. Voy a referirme, a manera de ilustración, a los acontecimientos que se desencadenaron a
partir de finales de la década de los ochenta. Es indudable que en el país se desato
una crisis que cuestiono los fundamentos del dispositivo democrático. Existió,
en consecuencia, la posibilidad de
iniciar un proceso conducente a la alteración sustantiva de este régimen. En
especial de los componentes valóricos que daban forma a la “cultura de la
política”. Sin embargo, las élites políticas no pudieron desembarazarse de sus
viejos hábitos y se malgastó la oportunidad de iniciar el proceso de
transición. La crisis la aprovecho una cúpula militar. Y, con la complacencia
de vastos sectores políticos y empresariales, restauraron lo sustantivo del “Ancien Régime”.
Si, amigo,
lector. La revolución bolivariana fue una operación restauradora. Con un
celofán político nuevo, cubrieron las
viejas prácticas populistas que prevalecían en el marco del petro estado
venezolano.
De nuevo, el petro
estado ha entrado en crisis. En esta ocasión su deterioro pudiera ser la
oportunidad para formular un proyecto de transición política en los términos
formulados al inicio de este escrito: transformación sustantiva de valores,
normas y estructura de autoridad.
Creo que existe
una condición previa para poder iniciar la transición deseada. Los actores del cambio deben renovar
y despojarse de las viejas costumbres y hábitos que caracterizaban la
anterior “cultura de la política”. Esos
viejos hábitos excitan la “pulsión” restauradora.
En fin esta
reflexión, humildemente, tiene como finalidad alertar sobre el peligro
restaurador que se oculta en las desviaciones de naturaleza electoral. El
electoral debe estar subordinado al momento político. Y, este último momento, es condición necesaria para poder llegar con
éxito a las elecciones. Si los actores políticos invierten estos tiempos se ubicarían en la lógica
restauradora.
Cuidado,
entonces, con una nueva frustración. La ciudadanía no lo perdonaría. Las consecuencias
serian desastrosas y pondrían en peligro el transito pacifico hacia una nueva
forma de ordenamiento político.
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