sábado, 20 de febrero de 2016

“La semiología del horror”. (A propósito de Leopoldo López)


               Nelson Acosta Espinoza                                           

“La semiología del horror”. Estoy fusilando el título de un célebre texto que analiza en forma descarnada la aplicación de justicia en tiempos del nacional socialismo en la Alemania de Hitler. El libro se denomina “Los juristas del horror” y fue escrito por Ingo Müller. La traducción es obra del abogado venezolano Carlos Armando Figueredo.

En este texto se señala que todas las ilegalidades (atropellos, prisiones, torturas, exterminios en masa, etc.) se hicieron dentro de la “legalidad” vigente en la época del nazismo. El ordenamiento jurídico fue modificado de tal forma que para los tribunales germanos nadie cometía delito al perseguir y eliminar sistemáticamente los judíos.

En fin, el texto “Los juristas del horror” constituye una cruda denuncia y profecía. No tan solo describe sucesos que acaecieron en el siglo pasado sino que, igualmente, profetiza hasta donde pueden llegar los autoritarismos en su afán de conculcar libertades y derechos.

A partir de aquí, amigo lector, abordaré  el tema que anuncia el título de este artículo. La denuncia y profecía que describió  Ingo Müller en su libro se están cumpliendo en la Venezuela de Nicolás Maduro. El caso de Leopoldo López es un ejemplo paradigmático de lo manifestado por este autor alemán.

Leopoldo López está sentenciado y preso por hacer uso de la palabra. Un grupo de expertos en semiótica “interpretaron” lo que quiso decir en sus discursos y encontraron nexos (subliminales) entre sus palabras y lo acontecido en la fecha de los sucesos conocidos bajo el nombre de La Salida.  

Bajo los dictados de esta “semiología del horror”, los expertos de la fiscalía dictaminaron que sus mensajes ejercieron “una fuerte influencia no solo en su manera de pensar, sino en las potenciales acciones de sus destinatarios” Una argumentación de esta naturaleza cae en el terreno de lo mágico. Equivale, como ha sido señalado por diversos especialistas, a “haber traído un brujo a decir que los dioses le dieron el mensaje de que Leopoldo López era culpable”.

En fin, ¿fue la salida, una apuesta equivocada? El tema es controversial. Lo cierto que la situación económica y el deterioro institucional es hoy más profundo del que existía hace dos años. En estas circunstancias, una salida cívica, pacífica y democrática se encuentra en el orden del día.

Diversos grupos de la sociedad civil, personalidades y grupos opositores han señalado  diversas opciones a la crisis terminal que padece la sociedad venezolana: renuncia, referéndum revocatorio, asamblea constituyente, acortar el periodo presidencial, entre otras. No hay acuerdo, aún, sobre cuál de ellas sería la apropiada. Cada partido político posee su concepción sobre cuál ha de ser el camino correcto para iniciar la transición  en el país. Sospecho que las urgencias electorales pesan a la hora de decidir sobre la vía a seguir.  En fin, no existe un criterio unánime sobre cuál ha de ser la salida óptima.

Sin embargo, dada la incapacidad, tozudez gubernamental y profundidad de la crisis (comienza a escasear el circulante), pareciera necesario hacer uso de cierta radicalidad cívica. Esta radicalidad sería necesaria para impulsar una salida concreta al actual deterioro institucional. Desde luego, para que una política de esta naturaleza tenga posibilidad de éxito, deberá  ser asumida por todos los grupos opositores. De lo contrario, sus posibilidades de triunfo serian escasas.

Regresando a Leopoldo López. Su apuesta en lo estratégico fue correcta. Las penalidades que vivimos y las que están por venir así lo están demostrando.

Esperemos que las “tentaciones” electorales no se transformen en  obstáculo para el diseño de una política apropiada para este momento. Los ciudadanos que mostraron su voluntad de cambio el 6D y  sufren los avatares de esta catástrofe económica y social, demandan conductas  acordes con estas circunstancias.


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