Nelson Acosta Espinoza
No me lo
contaron. Fui testigo. Sucedió en un auto mercado situado en el norte de la
ciudad de Valencia. Un joven venezolano fue tiroteado después de intentar
sustraer dos paquetes de arroz regulado. Desde luego, amigo lector, robar es un
acto moralmente censurable. En una sociedad que se encuentre organizada en
torno a preceptos jurídicos, una acción de esa naturaleza es punible y, en
consecuencia, merece un castigo. Por otro lado, la respuesta a este intento de
robo, fue exagerada y requeriría algún
tipo de sanción por el uso desproporcionado de la fuerza. Son dos eslabones de
una misma cadena de culto a la violencia que ha prevalecido en el país desde
hace una década y media.
Lo que acabo de
describir no es una acción fuera de lo común. Por el contrario, como lo señalé
en el párrafo anterior, constituye un patrón de conducta generalizado en el
país. Por ejemplo, la ciudad de Porlamar
fue paralizada, literalmente, debido a los ritos funerarios que se celebraron
por la muerte del “Conejo” (Teófilo Alfredo Rodríguez Cazorla). Un conocido y
popular delincuente que hacia vida en esta isla de Margarita. Los detenidos en
la cárcel de Porlamar, rindieron homenaje a este malhechor mediante disparos al
aire provenientes de armas de guerra (fusiles M-16, Kaláshnikov, FAL y Glock
19).
En la ciudad de
Maracay, en los sectores La Cooperativa y la Pedrera, una banda delictiva liderada por el ex pran (líder
carcelario) de la cárcel de Tocoron apodado el Chino Pedrera, impuso un toque
de queda en esas localidades. El motivo. Sepelio de uno de los miembros de la
citada banda a manos de una comisión del Cicpc. Situaciones similares se han
producido en otras regiones del país.
Una
interrogante. ¿Dónde ubicar el origen de estas conductas recurrentes en estos
últimos años? Desde luego, una respuesta fácil sería atribuírsela a la
condiciones de empobrecimiento a la que se encuentra sometida población. Sin embargo esta condición, por si
misma, no proporciona una respuesta apropiada a esta interrogante. Otras
sociedades, que sufren condiciones críticas, no muestran estos índices de
desmoralización y supresión normativa. Me parece entonces que, adicionalmente, opera en el país otras
circunstancias de naturaleza política.
¿Cuáles son esas circunstancias? Recordemos cuando
Hugo Chávez encaró a la presidenta de la Corte Suprema de Justicia y le dijo
delante de las cámaras -parafraseando- “si yo tuviera hambre o mis hijos tienen
hambre, también robaría”. Fue entonces cuando el hambre se transformó en la
excusa para delinquir y, si extendemos esta lógica a otros sectores, en conducta
desviada legitimada desde la “razón” revolucionaria”.
Desde un punto
de vista más general o antropológico, amigos lectores, permítanme esta
digresión, estamos viviendo una situación social y cultural de naturaleza
anómica. Vale decir, presenciamos el derrumbe
de los patrones normativos que permiten orientar la conducta colectiva hacia
metas de modo positivo. Esta circunstancia (anomia), incita a las personas y
grupos a la búsqueda y obtención de sus
fines fuera de la legalidad. Un ejemplo cotidiano. Los “bachaqueros” que se
apropian de los alimentos regulados para venderlos a sobre precio.
Lo singular de
esta coyuntura es que estas conductas “desviadas” son propiciadas desde las
altas esfera del gobierno. Es gestión repetitiva que el ejecutivo irrespete las
normas que regulan el ejercicio democrático. Sus ministros se niegan atender
las convocatorias de las comisiones de la Asamblea Nacional y el Presidente, en
un arrebato al estilo de los dictadores dieciochescos, señala que se prepara
para impedir “por las buenas o por las malas” que la oposición tome el poder.
En fin, la
dirección política democrática debería responder este reto con la contundencia
que proporciona la presencia cívica de la gente en las calles.
La política,
debería ser así.
1 comentario:
Excelente articulo . Retrata fielmente nuestra realidad.
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