Nelson Acosta Espinoza
Desde el 13 de los corrientes a las 6:00 am y hasta las 12:00 de la noche del 3 de diciembre los candidatos a la Asamblea Nacional podrán hacer campaña electoral, de acuerdo con la normativa del CNE. Si, amigo lector, se inició la cruzada para escoger los diputados que integraran este cuerpo de naturaleza legislativa.
Vale la pena hacer algunas observaciones. Unas de índole descriptiva y, otras, con una orientación analítica y teórica. Una advertencia. Estas reflexiones se elaboran en la idea de contribuir a un mejor diagnóstico de la vida política del país y, así, ayudar a regenerar la calidad de vida de nuestra democracia.
Es claro que la mayoría de los estudios de opinión dan una clara ventaja al bloque opositor. Estiman una diferencia de más de 30 puntos sobre los candidatos del PSUV. Esta apreciación se encuentra anclada en una visión plebiscitaria de este evento. De hecho ambos bandos han colocado sus huevos electorales dentro de esta canasta política. El tema hegemónico para la oposición es el cambio. Hay que votar para poder cambiar a un régimen político responsable de este desastre (económico, cultural, social y político) en que se encuentra sumida la población del país. El PSUV, por su parte, pareciera que insistirá en sus políticas asistencialistas y, discursivamente, culpar de la crisis a la “guerra económica” desatada contra el gobierno del Presidente Nicolás Maduro.
Ganar estas elecciones, sin lugar a dudas, es un primer paso para el inicio de un cambio radical de la vida política en el país. Pero, este triunfo, no va a generar en forma automática la transformación que el país requiere. Igualmente, los actores a futuro no serán los partidos políticos exclusivamente. Se requerirá activar la sociedad civil integrada por gremios profesionales y empresariales, sindicatos, academias, iglesias, universidades, etc. Este es un reto que tendrá que asumir los jefes de los partidos políticos. Desafío que requerirá un cambio sustantivo en la cultura política que prevaleció en el pasado y, que ha hasta cierto punto, contribuyó al origen de este autoritarismo socialista.
No debemos olvidar, aquí viene la reflexión teórica, que el país ha estado sumido por largo tiempo en una “desafección democrática”. Esta es una realidad indiscutible y que se caracteriza, por una parte, por la aceptación resignada de la democracia como el «menos malo» de los sistemas políticos al que no se quiere renunciar y, por otra, por una fuerte desconfianza frente a la gestión política, por un distanciamiento de nuestros representantes y de sus instituciones. Esta desafección, desde luego, ha sido reforzada por el gobierno socialista a lo largo de esta década y media en que han estado en el ejercicio del poder.
Voy a insistir sobre este tema. La ciencia política la define de la forma siguiente: “sentimiento subjetivo de la ineficacia, de cinismo y de falta de confianza en el proceso político, los políticos y las instituciones democráticas que genera un distanciamiento y alienación en relación a estos, falta de interés por la política y los niveles más bajos de participación en las principales instituciones de la representación política, pero sin cuestionar el régimen político”.
Esperemos que nuestros representantes, con su conducta y compromiso, puedan revertir este sentimiento. No lo olvidemos. Vienen tiempos de conflictos más graves que los acontecidos en los últimos años. La demanda sobre los diputados electos será intensa. Se espera de ellos capacidad de asumir riesgos. Y que se desenvuelven dentro de una nueva cultura política que definitivamente se distancie con la que prevaleció en el pasado.
Solo así podrán derrotar definitivamente este sentimiento de desafección democrática.
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