Simón García
La vía
electoral es decisiva para comenzar a combatir la crisis. Aunque se resistan a
admitirlo sus resultados le proporcionarán al Psuv un aviso suficientemente
contundente y claro para ponerle fin a sus erradas políticas. Es también
el mejor escenario para la oposición porque le permite avanzar en los grandes
virajes que exigen los ciudadanos. Y para el país, porque asegura paz y el
mayor grado posible de estabilidad institucional y social.
En lo que
respecta a la oposición, su gran desafío es cómo ganar y defender ese triunfo.
Le toca arreciar las acciones dirigidas a reducir el ventajismo de Estado,
elevar la presión por la presencia de la observación internacional, evitar las
trampillas que el CNE ha incorporado a su catálogo de ilegalidades y trabajar
el descontento como la materia prima de una conciencia de cambio. Hay que
cosechar el voto castigo.
Pero los
objetivos electorales a pesar de ser prioritarios y exigir la mayor concentración
de esfuerzos, son temporales. La derrota contundente del oficialismo abrirá
nuevos cursos. Lo que obliga a iniciar desde ahora las conexiones entre la
victoria electoral y la exigencia general de enfrentar la crisis con otro
modelo y otras políticas públicas.
El Gobierno
debe abandonar su línea de amenazas, de acusaciones fabricadas y de
provocaciones que alteren la realización normal del proceso electoral. Un
gobierno con una menguante base de apoyo y responsable de la peor crisis
que haya vivido el país debería comprender que entró en declinación.
Todas las
tendencias apuntan hacia una situación de transición inevitable. A la oposición
le corresponde actuar en representación de la mayoría y ofrecer al oficialismo
la disposición al diálogo y a los acuerdos favorables a solucionar las
calamidades que estamos soportando.
Ni a la
oposición ni al país, incluida la base popular que apoya al Gobierno le
interesa que la crisis se siga manejando como un instrumento de control y un
medio de remachar la servidumbre de los ciudadanos al Estado. La crisis une a
seguidores del Gobierno y de la oposición que están reclamando juntos que se
adopten ya las medidas para compensar los estragos de la escasez, de la
inflación, de la inseguridad y para ponerle fin a su propia corrupción.
No se trata
de una lucha para transformar radicalmente la estructura de la sociedad, sino
para tener un país donde el precio de un kilo de caraotas no sea equivalente a
tres días de trabajo, la mensualidad de un colegio superior al ingreso de 80%
de los venezolanos, o pensar diferente sea tratado como un delito.
La oposición
está preparada para demostrar que es posible hacer compatibles la justicia
social y el combate a las desigualdades con una economía de mercado. La gente
quiere paz, seguridad, trabajo, ingresos, oportunidades equitativas, ascenso
social, salud, educación y todo eso se puede obtener si generamos un nuevo
modelo de desarrollo, una nuevo sistema político y sobretodo, una nueva cultura
ciudadana.
Llegó el
tiempo de mostrar que una nueva mayoría puede ser ejercida sin aplastar a
nadie. Esa mayoría social se transformará en una mayoría electoral de origen
diverso, integrada también por votantes que vienen de apoyar al Gobierno. Ese
encuentro es la base de la unidad superior para rehacer juntos el país que nos
merecemos.
La unidad
superior es integradora, democrática, plural. Una nueva identidad que sea algo
más que la de los partidos que la integren y abierta a un proyecto común que
pueda ser manejado también por los ciudadanos.
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