Simón García
Un auténtico
lugar común sería repetir que las crisis destructivas generan copiosamente
incertidumbre y pesimismo. No es extraño, entonces, que aparezcan entre
nosotros. Ni que sean estados de ánimo que al gobierno le interesa inducir para
alentar desconfianzas en la MUD, en los líderes del cambio y en el voto.
He conocido
que una investigadora, ligada al CENDES, esta elaborando el mapa actual de las
emociones del venezolano y que en él ocupan lugares significativos la rabia y
la desesperanza. La posibilidad de que el descontento abra campo a la rabia es
tan preocupante como que pueda crecer el desánimo y la pérdida de confianza en
la viabilidad de los cambios.
Mientras
esperamos que concluya esa investigación, hay evidencias que es imposible
ignorar: existe un descontento general ante la situación y una mayoritaria
reprobación a la gestión de Maduro. El clamor de cambio lo registran todas las
encuestas y resuena en las conversaciones en público, en las colas y en
mercados, farmacias y comercios. La desesperanza aparece muy poco en la calle,
en ella lo que brota es una fuerte indignación y una clara convicción de
ir a votar el 6 de diciembre.
En cambio,
las variadas expresiones del conformismo, pariente racional del pesimismo,
parecen circular más entre personas de confianza, en la privacidad del hogar y
en el anonimato de las redes sociales. Pero repetir la idea de que la cúpula
gubernamental es invencible y que nada de lo que se haga conducirá a la
victoria, incluso si se ganan las elecciones, es una rendición antes de la
partida.
La difusión
del ánimo derrotista persigue los mismos objetivos del Dakazo, tenga o no esa
intención. Es decir empujar hacia la abstención. Otro recurso para rebanarle
votos a la oposición es el pronosticador de catástrofes dedicado a meter miedo,
identificando la posibilidad de cambios con la amenaza de la bajada de los
cerros o de los colectivos paramilitares prendiendo una guerra civil. Ambas
apuntan a que es mejor quedarse quietos y seguir muriendo de escasez, altos
precios y delincuencia.
Estos
mecanismos de la psicología social se han incorporado a las nuevas tecnologías
para dominar a una sociedad. Se aplicaron en Cuba y ahora se están implantando
en nuestro país. La tesis de Giordani de que la revolución necesita pobres, se
está complementando con el manejo de la crisis como una herramienta de control,
castigo y sumisión de la población.
El gobierno
pretende acostumbrarnos a vivir el país como un campo de refugiados. Ocuparnos
en la subsistencia y alambrarnos de ansiedad y desesperación. Bombardearnos con
miedos. Rebajar la autoestima de la población, propiciar la indiferencia hacia
las elecciones parlamentarias y confundirnos con el mito autoritario de que no
van a salir con votos.
Hay que
responderle, todos a una, desarrollando una estrategia de anticipación
positiva: el triunfo de la democracia con justicia social es inevitable.
Ninguna trampa, provocación o anzuelo populista podrá detener el castigo que la
sociedad, no sólo los partidos, va a infringir a los altos responsables del
insoportable desastre que apenas comenzamos a sufrir. No es sólo un buen deseo.
La realidad, la voz de la calle, las encuestas y la desesperación de la cúpula
son cuatro pruebas anunciadoras de la fulminante caída en la lona de los
que lograron el record de llevar el kilo de caraotas a mil bolívares.
En el lado
positivo de la crisis hay que anotar el surgimiento de una conciencia de que
con caudillismos no se construye ciudadanía ni con populismo desarrollo humano.
No habrá bienestar sin el empeño de todos, sin una progresiva distribución de
las cargas para reconstruir la economía y sin la unidad que nos devuelva la
convivencia y el orgullo de ser venezolanos.
@garciasim
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