Nelson Acosta
Espinoza
Bien, amigos lectores,
el día de ayer se formalizaron las inscripciones
de los candidatos que participaran en las elecciones parlamentarias del
venidero mes de diciembre. Me parece apropiado, en consecuencia, reflexionar sobre
el significado de las mismas y las estrategias apropiadas para que la oposición
pueda obtener en estos comicios una ventaja significativa.
Sobre el primer
aspecto, es importante señalar que una mayoría en votos significaría enviar un
mensaje contundente a las esferas gubernamentales. Encerraría, en pocas
palabras, una suerte de “instrucción” del electorado para modificar las desastrosas
políticas públicas que nos están llevando directo hacia un abismo de
consecuencias impredecibles. Por otro lado, de obtener una mayoría parlamentaria,
se abriría un compás legislativo franco a iniciativas con el propósito de ir
desmantelando el aparataje legal y burocrático del llamado socialismo del siglo
XXI. En pocas palabras, es necesario e imprescindible obtener una victoria,
electoral y parlamentaria, contundente
en estas próximas elecciones. Hago la diferenciación, habida cuentas que en las
pasadas votaciones, el éxito electoral no significó una mayoría de curules en
el parlamento.
Ahora bien, ¿Cuál
ha de ser la estrategia apropiada de comunicación de cara a estas elecciones?
¿Dónde ubicar las debilidades y posibles errores en esta apuesta electoral? ¿Cómo
abordar a un 30% o más de la población que aún es fiel al gobierno? ¿Su lealtad
obedece a cierta ingenuidad o ignorancia, como predican algunos opositores
fundamentalistas? Estas y otras interrogantes, a mi juicio, constituyen desafíos,
teóricos y prácticos, que deben ser abordados con una gran dosis de sinceridad y curiosidad
intelectual.
En principio, debemos
derrotar un economicismo que predica que
las adversas condiciones económicas, por si solas, son suficientes para obtener
la mayorías electoral y política deseada. Detrás de esta postura se oculta una visión
racionalista de la política y de la conducta humana. Vamos a profundizar un
poco en esta afirmación.
En la
actualidad, el desarrollo de las neurociencias y los avances recientes en el
estudio del cerebro humano han erosionado esta aproximación racionalista a la
política y, desde luego, al acto electoral. La idea, heredada de la Ilustración
francesa, de que la razón puede explicarlo y guiarlo todo, también la política,
se ha agotado. En la actualidad un sinnúmero de investigaciones en el ámbito de
la neuro política han abordado a la siguiente conclusión: el cerebro político es
un cerebro emocional. “No es una maquina desapasionada y calculadora que
objetivamente busca los datos, las cifras y las políticas correctas con el
objetivo de adoptar una decisión razonada”.
¿Si el cerebro
del votante es emocional, cuál ha de ser la aproximación correcta? La
respuesta, es de Perogrullo. A pesar de lo evidente de la misma, nuestra
dirigencia política sigue colocando sus “razones” en el cesto de la economía.
Esperan que las desastrosas condiciones sociales por si mismas hagan el “trabajo”
electoral y político. Ojo, los últimos incidentes partidistas han enviado
mensajes desalentadores a la población y no han contribuido a fortalecer la
identidad política opositora.
Si algo ha
mostrado la historia reciente es que las recesiones, la corrupción, los cambios
en los programas, los errores del chavismo no han afectado sustancialmente la
identidad y fidelidad de sus votantes.
Estas son observaciones
antropológicas. Su propósito es alertar sobre las debilidades de una manera “racionalista”
de abordar la contienda electoral. Los avances en la comunicación política, por
ejemplo, proporcionan aportes que
facilitan la formulación de estrategias para abordar al votante oficialista. Es
fundamental competir en el plano emocional.
Sin lugar a
dudas, la política debería ser así.
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