Centrarse en ayudar a los venezolanos es más rentable electoralmente que
mantenerse en la pura confrontación. Hay que trascender la tesis según la cual
el primer y único deber de la oposición es combatir al gobierno. Esa idea a lo
mejor fue de utilidad en el pasado, pero en el siglo XXI la acción que
conquista voluntades es aquella que prioriza la atención a las necesidades del
elector por encima de las conflagraciones políticas. Por supuesto, modificar el
enfoque de la oposición implica dejar atrás varios prejuicios. Por ejemplo,
aquel que dice que promover acciones para garantizar una línea mínima de
bienestar a los ciudadanos es apoyar a Nicolás Maduro.
Proteger la calidad de vida del pueblo nada tiene que ver con respaldar
al gobierno; tampoco está asociado con pactos oscuros o conversaciones con el
presidente. De hecho, colaborar con la gente no excluye que se presione para
retirar del poder a Nicolás Maduro. Al contrario, la salida legal del
presidente se acelera al construir soluciones concretas para los problemas de
la sociedad. Posicionar respuestas alternativas a las oficiales es una vitrina
para convertir la expectativa de cambio en un sentimiento irreversible y
masivo.
La defensa del buen vivir es un objetivo en sí mismo. Sobre todo, es el
fin que por excelencia compacta y moviliza a la ciudadanía. La aspiración de
mejorar las condiciones emocionales y materiales de la existencia individual y
grupal es un incentivo determinante para conquistar victorias electorales. Sin
embargo, en Venezuela la radicalización ha traspapelado esta verdad del sentido
común. La confusión ha llegado a tal extremo que algunos para ganarse al
electorado proponen empeorar los destrozos que el gobierno realiza cada vez que
decide.
Hay quienes creen que lograrán transformar las preferencias partidistas
de la población atiborrándolos de penurias. Esa visión entre otras cosas
explica que mientras la gente lucha por resolver un maremágnum de problemas
diarios, la oposición se ocupa de acomodar sus diferencias y de repetir una y
otra vez que el modelo chavista está equivocado de punta a punta. Sus
dirigentes más creativos recomiendan que el tiempo se invierta en atizar el
fuego del malestar que produce la escasez de alimentos, la inflación y el
desastre en el que están los servicios básicos. Cuando en realidad los
electores requieren experimentar que hay un liderazgo comprometido con ellos y
sus circunstancias.
En general, la oposición subestima las iniciativas que pudieran ayudar a
los ciudadanos. Casi todos sus jefes se mantienen en silencio frente a la merma
en la calidad de la atención y productos que las compañías ofrecen. ¿Hay
alguien que no haya sufrido y pagado costos muy altos por el mal servicio que
prestan una buena cantidad de empresas públicas y privadas? ¿Quién no se da cuenta
de que muchos se aprovechan de la situación para multiplicar sus ganancias?
¿Quién no ha sido perjudicado por las limitaciones de personal, salubridad,
información y horarios, que los comercios establecen para atender al público?
Un asunto es callarse ante prácticas que multiplican y agravan los
problemas de la población, y otra es trabajar para derrotar a este gobierno que
fracasó por autoritario y corrupto. Después de todo, ejercer la política es
tenderle la mano al ciudadano. En particular, a los sectores más vulnerables y
desprotegidos; en este caso, a los millones que se ven obligados a hacer colas
diarias porque ya no tienen para financiar una despensa para varios meses.
Con la misma solidaridad que los jefes de la oposición se ayudan entre
sí y las cámaras privadas protegen a sus empresarios agremiados, los dirigentes
que desean construir una opción distinta a la del gobierno deberían intervenir
para aliviar las penurias de las mayorías. A lo mejor es conveniente recordar
que en esta época oponerse es interceder para generar ensenadas de bienestar;
y, además, golpear al gobierno.
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