sábado, 21 de diciembre de 2013

Venezuela: De la lucha política a la lucha social


Fernando Mires

Puede ser una coma y un cero, la diferencia será siempre ínfima.

Como si la política fuera una actividad geométrica la población electoral venezolana -ya antes del 8D- ha sido dividida en dos mitades casi exactas. Si a ello agregamos un cuarenta por ciento de esa ciudadanía a la que importa un rábano la política, cualquier gobierno que se diga revolucionario -cualquiera menos el de Maduro- debería sentirse humillado y ofendido. Porque ese es el resultado plebiscitario de las elecciones del 8D: En Venezuela es imposible una revolución. Así habló el pueblo.

A nadie que no resida en un manicomio, ni siquiera a un chavista cuando está a solas, se le podría ocurrir que con una mitad electoral gobiernera, con otra mitad electoral en activa oposición y con un por lo menos 40% de absoluta indiferencia, es posible imponer a troche y moche un sistema que ha fracasado en todo el mundo. O una revolución es totalmente mayoritaria o nunca será una revolución; cuando más un golpe de estado, civil o militar. O ambos a la vez.

Toda elección nacional es un plebiscito, se quiera o no. Mucho más plebiscitaria es cuando solo hay dos opciones. De modo que, y en contra de la opinión de tantos mariscales post-electorales, hay que decir que Capriles no inventó la idea del plebiscito. Si alguien la inventó fue Chávez.

No hubo ninguna elección durante el largo mandato de Chávez a la que él no hubiera conferido carácter plebiscitario. Capriles solo continuó la tradición. Debía incluso hacerlo. Si ya había cuestionado -y con toda razón- la legitimidad de las elecciones del 14A, cualquiera elección después de esa fecha habría tenido objetivamente un carácter plebiscitario. Y bien, ese es el punto: El plebiscito del 8D lo perdió el gobierno. Lo perdió en términos cuantitativos al no obtener mayoría absoluta, y lo perdió en términos cualitativos al ser derrotado en las ciudades más importantes del país.

Ahora, en cualquier país normal, cuando se produce una situación de empate, las dos partes tienden a establecer un pacto destinado a despolarizar el ambiente y crear mínimas condiciones de gobernabilidad. Pero Venezuela no es un país normal. Todo lo contrario. El discurso de Maduro del 8D fue el de un hombre que tiene detrás de sí, delirando de pasión por su persona, a más del 80 por ciento de la ciudadanía. Razón de más para pensar que definitivamente no va haber dialogo. Por el contrario, va a continuar la represión a los medios; los adversarios serán declarados delincuentes, agredidos, insultados; muchos irán presos, y las instituciones seguirán secuestradas por una secta fanática incrustada en el Estado. Así lo dio a entender Maduro.

El problema es que si analizamos el tema desde un punto de vista militar y no político, Maduro tiene cierta razón. Pues todo dialogo es una negociación sobre la base de relaciones de poder. Sin negociación, obvio, no hay dialogo. Y bien: ¿Qué puede negociar la oposición con Maduro? La oposición no controla ningún poder fáctico, ningún poder estatal, ningún gran medio de comunicación, ninguna central sindical, ninguna parte del ejército, y pese a que representa a la mayoría ciudadana en la Asamblea Nacional, su nominalidad es minoritaria. Solo tiene detrás de sí a una inmensa cantidad de electores, a las mentes más esclarecidas del país, a los principales intelectuales, a los mejores profesionales. Pero eso no se puede negociar. Para negociar se requieren dos partes políticas y el gobierno de Maduro es profundamente antipolítico. Ahí está la raíz. No habiendo diálogo solo puede haber confrontación.

Estamos hablando de una confrontación anunciada. Lo han dicho moros y cristianos. Pero -es la novedad- no será una nueva confrontación política pues ésta solo se da en Venezuela durante periodos electorales. Será una confrontación en el espacio social. Más evidente aún si tomamos en cuenta que la realidad económica le pasará la cuenta a las aberraciones de Maduro, sobre todo a aquellas destinadas a controlar los precios a punta de bayonetas. Escasez, pérdida de fuentes de trabajo, inflación, mercado negro, informalización cambiaria, son solo algunas de las expresiones que asumirá en 2014 la crisis económica inducida por el chavismo y el madurismo.

La pregunta es entonces ¿posee la MUD, o la oposición en general, dispositivos que le permitan conectarse con las movilizaciones sociales que ya tienen lugar en Venezuela?

Venezuela debe ser el país latinoamericano en donde hay más protestas sociales. Las huelgas, los paros, las tomas de calle y carreteras, las guarimbas, todo eso es pan de cada día. Gran paradoja es que Venezuela debe ser también el país latinoamericano en el cual las movilizaciones sociales tienen el más bajo nivel político. No solo no se conectan entre sí. Hay, además, una carencia casi total de organismos populares en condiciones de coordinar regional y nacionalmente las luchas sociales.

Si en algo tuvo éxito la administración Chávez fue haber destruido las organizaciones independientes de trabajadores convirtiendo a la mayoría de ellas en simples dependencias del Estado. Con ello rompió la espina dorsal de la sociedad venezolana. En la Venezuela de hoy no hay nada que sea parecido a lo que fue la CGT argentina, a los sindicatos automotrices de Sao Paulo, a la CUT de Chile, a la COB boliviana.

No se trata por cierto de suscribir la afirmación de Lenin relativa a que en cada huelga se esconde la hidra de la revolución. Pero en cada huelga sí se esconde un mínimo de potencial político. Mas no en Venezuela. Allí puede haber cientos de protestas sociales al día sin que ninguna raspe la piel del más grande empresario capitalista del país: el Estado chavista.

El problema es mayor si se considera que el malestar social solo ha podido, hasta ahora, articularse a través de lo político sin que lo político sea articulado a través de lo social.

La misma MUD creó sus fuerzas en grandes eventos electorales. Gracias a las elecciones la MUD llegó a ser la organización opositora más poderosa de todos los países del ALBA. Gracias también a las elecciones aparecieron excelentes líderes políticos pero muy pocos líderes sociales. ¿Tendrán los actuales líderes políticos capacidad para entender las demandas sociales y dar a ellas alguna orientación política? Es la pregunta decisiva.

Tanto más decisiva si consideramos que ante la ausencia de convocatorias políticas las movilizaciones sociales no pasan de ser simples estallidos anómicos. El Caracazo (1989) como el Bogotazo en Colombia (1948), ocurrieron como cualquier "azo", no gracias a la existencia de conducción política, sino a su ausencia. Estallidos que solo conducen a la militarización de las calles, o a masivas represiones cuya sangre pavimenta el camino que lleva a los gorilas al poder.

El desafío que enfrentará la oposición durante 2014 será entonces todavía más grande que ganar una elección.

La luchas del 2014 no estarán centradas en plazas citadinas sino al interior de cada fábrica, recinto comercial, dependencias públicas y asambleas populares. Será también la oportunidad para que las numerosísimas luchas sociales venezolanas adquieran ese contenido político del que hoy carecen. Y a la vez, para que la oposición desarrolle una vocación social que todavía no ha podido demostrar. Si esa oportunidad es bien aprovechada, el mismo Maduro se verá obligado a hacer lo que más detesta: dialogar.

En política un dialogo no se solicita: se impone

1 comentario:

La Braga Azul dijo...

¿Este artículo lo escribió Fernando Mires? ¿El mismo Fernando Mires que yo conozco? La verdad, estoy sorprendido y no sé qué pensar. He leído tantos escritos de Mires que si no fuera por la seriedad que caracteriza a los amigos del Observatorio, simplemente dudaría de su autenticidad.

Apartando ciertos detalles de concordancia ("sindicatos automotrices") y uno que otro gazapo ortográfico, es sorprendente la ligereza con el que califica ciertas manifestaciones políticas que más bien deberían ser objeto de profundos análisis. El caso de la abstención, por ejemplo. Fernando Mires lo despacha de un solo plumazo y hasta ahí llegó el fenómeno: el 40% de abstención se debe a una absoluta indiferencia por lo que pase. Así, que en la actual confrontación política sólo cuenta el resto, dividido en dos partes iguales.
Por otra parte, parece que la oposición sólo cuenta como MUD, y no se pasea Mires por la posibilidad de que haya una oposición al gobierno y a la MUD, simultáneamente. Esas divisiones podrían pecar en el mismo ¿error? que cometió el comandante al poner las cosas en términos de blanco y negro; aunque este "error" le produjo pingues beneficios políticos.

Tengo que pensar también en esa conceptualización del diálogo que se plantea en el artículo. Siempre he entendido que existe una diferencia importante entre diálogo y negociación. En el caso de Venezuela y en las circunstancias de los últimos años, he sido creyente de la imposibilidad de un diálogo. No creo que sea posible diálogo entre concepciones opuestas de la sociedad. Lo que sí puede haber es negociación, pero ésta se da cuando las partes tienen sus fuerzas más o menos equilibradas y ninguna de ellas con la fuerza suficiente para imponerse a la otra. El gobierno bolivariano ha sido lo suficientemente dominante para imponerse sin necesidad de diálogo alguno. Por eso la oposición (MUD+otros) estaba necesitada de adquirir una fuerza que obligara al gobierno a sentarse a "dialogar", lo cual políticamente se traduce en términos de negociación ¿Nos estaremos acercando a ese momento? ¿Será la convocatorio de Maduro a los alcaldes de oposición una primera manifestación de la fuerza (electoral)adquirida por la oposición (MUD+abstencionistas a los que sí le importa un rábano la política). Todavía es temprano para afirmar esto de una forma categórica. Por cierto, creo que Mires escribió este artículo antes de que se diera esta convocatoria.

Fernando Mires hace también unas cuantas reflexiones en mi concepto bastante acertadas. Lo que pasa es que no estoy acostumbrado a estos altibajos en él. Por eso tengo dudas y por este motivo, y para hacerle una reverencia a la honestidad, debo decir que nada de lo que he dicho en este momento es completamente definitivo. Está comenzando el 23 de Diciembre y quizás estoy pensando a la ligera, pero leí el artículo y me sentí obligado a expresar mi asombro, porque ya había adquirido la mala, o buena, costumbre de estar de acuerdo en todo con Mires. Me comprometo a releer el artículo, a pensarlo y a tratar de hacer una mejor análisis. Pero eso será para Enero, porque ahorita estoy pendiente de las hallacas y de los regalos que tendré que dar mañana. Mientras tanto les deseo a todos una feliz Navidad.

Dejo claro, por si hay dudas, de que Fernando Mires es para mí uno de los pensadores latinoamericanos más esclarecidos de la actualidad, y siempre lo he tenido como un punto de referencia fundamental para comprender nuestra realidad política.