Nelson Acosta Espinoza
Amigo lector, este breve escrito ha sido redactado a dos días del 8D. En cierto sentido lo que va a pasar hoy domingo, ya sucedió en los corazones y cabezas de los electores. El tono relativo de esta afirmación obedece a las diferentes posibilidades de los bandos en contienda de desplegar sus fuerzas para garantizar la presencia de los votantes en las urnas. Como estimulo para votar, en el bloque democrático opera la convicción y la voluntad de cambio; en el oficialista, se requiere del aparato burocrático y la coacción para carrear a sus electores.
Ahora bien, intentemos posar la mirada en los días sucesivos después del 8D. Para ello sería necesario caracterizar al país sobre el cual van a operar los alcaldes democráticos electos y, desde luego, la dirección política de la oposición. Hagamos un esfuerzo de descripción: inflación del 50% a fin de año, y más de un 60% en alimentación; importación mensual de alimentos por valor de 4.600 millones de dólares; cotización del bolívar en el mercado negro abismalmente por debajo de su valor nominal; evasión de capitales que en los últimos nueve años alcanza unos 150.000 millones de dólares; índice de corrupción, compilado por organismos internacionales, en que Venezuela ocupa el lugar 165, sobre 174 países; unos 60 homicidios por cada 100.000 habitantes.
En el ámbito del poder, la imagen iría así: el estado en manos de una oligarquía; construcción de un orden de naturaleza corporativa y destrucción de las organizaciones sociales horizontales; evaporación de la división de poderes y ejercicio de una forma de gobierno cercana al Partido-Estado; definición del adversario político como enemigo, al cual hay que destruir; recentralización del poder y prensa opositora acallada. Estos serían algunos de los rasgos más sobresalientes.
Sobre este escenario (descrito muy someramente) le tocará actuar a la oposición y a sus alcaldes electos. En relación a este último tema, ya sabemos que la disposición es aniquilar operativamente a estas instancias. El ejemplo de la Alcaldía Mayor es ilustrativo de esta tendencia. Recordemos que la propuesta del gobierno es la construcción del estado comunal. En este sentido, estas estructuras de poder (las alcaldías) deberán hacer ejercicios de resistencia cívica y constituirse en faros lúcidos de oposición al régimen.
Detengámonos en esta última afirmación. La oposición deberá ir al encuentro con la calle. Sólo así podrá conectarse con las necesidades reales de la gente. Las posturas legalistas, el tacticismo per se, deben ser desterrados de la conducción política de los sectores democráticos. Hay que "enmarcar" la gestión de las alcaldías dentro de esta apuesta política. Para ello sería necesario renovar el discurso y léxico democrático con la finalidad de que se constituya en una trinchera para resistir el embate autoritario y, de esta manera, poder emocionar a los ciudadanos.
Lo voy a decir por la calle del medio: el pueblo venezolano sigue a quien se hace respetar. La rebelión cívica es, entonces, el mecanismo que tenemos a la mano para evitar que la ciudadanía se habitúe a las actuales carencias. El tiempo por venir es el de asumir riesgos. Tal como lo hicieron los padres de la democracia.
El 2014 será el momento de la política y la prueba de fuego para la actual dirección de la oposición. Es importante oír a las regiones. En Carabobo, Lara, Táchira y Zulia, por ejemplo, existen en formación nuevas formas progresistas de asumir lo político. Allí se esta configurando una manera de hacer política que puede enriquecer la que tradicionalmente ha asumido la dirección de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD). En fin, hay que abrirse a nuevas enunciaciones. Lo homogéneo, no es democrático.
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