Miguel A. Megias
Recientemente llegó a mis manos (mejor dicho, a mi disco duro) un interesante documento, amplio y bien documentado sobre el concepto de la autonomía universitaria, su evolución –o su regresión- que, según supongo contendrá un capítulo final sobre el futuro.
Este tema me ha interesado por varias razones. Una de ellas es que mi carrera la estudié en una universidad norteamericana. En cinco años de pregrado y dos de postgrado nunca oí el término “autonomía” (autonomous university); nunca participé en grupos de discusión sobre la inviolabilidad del recinto -porque sencillamente no existía esa discusión ni esos hechos. Ni se me ocurrió cuestionar, ni una sola vez, la autonomía en las materias que se estudiaban o se investigaban. Nada de eso era objeto de atención por el simple hecho de que la autonomía académica estaba sobrentendía. ¿Es imaginable una universidad, (Harvard, Yale, Stanford, etc.), sin libertad académica?
Más bien, mis recuerdos me llevan a otras luchas sociales: el primer negro (ahora en los EEUU y otras partes se les llama afrodescendientes como si llamarlos por el color de su piel fuera pecado) a quien se le permitió estudiar en la universidad de “blancos”; o el derecho a consumir marihuana; o la asistencia a una marcha en contra de la guerra de Vietnam; o los derechos de la mujer; y tantos otros. Asuntos estos, todos, que no encuadran en absoluto en el medio de cualquier universidad latinoamericana.
Por todo esto –y por otras razones que no explico aquí- cuando me incorporé como profesor docente al claustro universitario (este término tampoco he podido digerirlo, pues claustro tiene, para mi, la connotación de un convento o monasterio, el patio de reunión de los monjes), muy poco me interesé por las “luchas universitarias”. Mi principal ocupación, durante muchos años, fue leer, estudiar, mejorar mis clases, investigar, buscar aplicaciones prácticas a mi conocimiento, etc. En otras palabras: era un docente (aunque mis clases no fueran tan buenas), con vocación de investigación. Así transcurrió buena parte de mi carrera universitaria. Las disrupciones que ocurrieron –por ejemplo, la llamada renovación académica, el coletazo del mayo francés- me encontró tomando fotos a los estudiantes y profesores, teniendo más vacaciones de la cuenta, y, a veces, fastidiado porque mis trabajos de investigación habían sido interrumpidos a mi pesar.
¿Era el mio un caso atípico? Pues creo que no, pues según recuerdo, muy pocos profesores participaban en esas “luchas”. Más bien participé en muchas aqsambleas –esas si me gustaban y las disfrutaba- donde algunos profesores “políticos” nos hablaban de lo malo que era el gobierno, de cómo nuestros sueldos eran miserables, etc. Mas o menos lo mismo de ahora, en pleno siglo XXI, pero con menor violencia.
Así pues, el concepto de autonomía nunca pareció formar parte de mi actividad inmediata: daba mis clases según mejor me parecía, investigaba los temas que me lucian interesantes sin que ni el departamento ni la facultad ni las autoridades y mucho menos el gobierno se metieran en mis curiosidades. Plena autonomía académica, pues. En cuanto al recinto, de vez en cuando se metía la policía en el campus, algunos revoltosos quemaban cauchos –y camiones y autobuses también- lo que siempre me pareció una salvajada y al poco tiempo salían en la prensa grandes titulares de autoridades y estudiantes denunciando la “violación” de la autonomía. Pura cháchara, pues no pasaba de ser intentos de corta duración, ejercicios de los jóvenes aprendices de políticos. Se ganaba liderazgo quemando vehículos, no publicando tesis novedosas. La consigna de la época “estudiar y luchar” era más bien “luchar” que estudiar.
Desde luego, el cierre de la UCV nos impactó a todos los universitarios; pero en casa todo siguió igual: la rutina de las clases, la investigación, la asistencia a foros y conferencias científicas, etc., sin mayor alteración de mi “autonomía” académica.
Así llegamos al final de mi carrera, con la jubilación y a partir de ese momento inicio mi militancia en organismos para la defensa de intereses grupales tales como el Consejo de Profesores Jubilados (CPJ), la Asociación de Profesores de la Universidad de Carabobo (APUC) y otros.
Y he aquí que, en 2013, me encuentro opinando sobre un tema en el que tengo posiciones que muy pocos profesores, creo, comparten. Por ejemplo, si tan autónomas son las universidades, porque no hacen sus elecciones, en un ejercicio de “autonomía”. ¡Ah, es que el Consejo Nacional Electoral no las autoriza! Pues al carrizo con el CNE. Señores del “claustro”: hagan uso de su autonomía, convoquen a elecciones, hagan todo correctamente, como lo han estado haciendo desde que ingresé a la universidad (en 1964), y si quieren mayor fuerza, háganlo en todas las universidades al mismo tiempo. La autonomía, o se ejerce o se pierde. Y por no ejercerla, estamos a punto de perderla. ¿Qué temen nuestras autoridades? ¿Acaso no tienen el respaldo de los cientos de profesores y miles de estudiantes?
El otro ejercicio de autonomía es interno. En el rectorado, por ejemplo, nada se mueve, nada se hace, nada se ejecuta si el rector (o rectora) no lo autoriza, no lo supervisa, no lo aprueba. Tenemos, al interior de la universidad, un sistema altamente centralizado que requiere cirugía mayor; los decanos no pueden ejecutar sus presupuestos directamente sino por medio de un burocrático e ineficiente sistema centralizado. La autonomía, señores decanos, señores directores de escuela, hay que ganársela, nunca se la darán gratuitamente, a cambio de nada. Recuerdo que en los años sesenta, apenas comenzando mi carrera universitaria, el director de mi Escuela (ingeniería eléctrica) se quejaba de que para comprar tiza, o papel higiénico, o insumos para un laboratorio, era preciso elaborar una “solicitud de compra” que, meses o años después se materializaba en “orden de compra” y finalmente en el insumo requerido.
Autonomía universitaria (hacia fuera), claman los profesores y estudiantes. Y sin embargo, nadie parece clamar por autonomía “hacia adentro”. ¿Es que acaso, esta autonomía no es importante?
Finalmente llego al meollo de la actual crisis: al tema económico. La homologación de sueldos ha sido el peor de los arreglos con los gobiernos de turno. Homologar significa “igualar”. Pero es que resulta que no todos somos creados iguales. Hay quienes disfrutan trabajando, estudiando, investigando; y hay quienes tienen como única meta en la vida ir subiendo, a trompicones o como sea, en el escalafón para tener un mejor sueldo, pero sin una mejoría ni en el rendimiento ni en la producción de ideas. Pero a todos se nos paga por igual: o sea, ¡socialismo puro! A mi juicio, la homologación (de sueldos y salarios) es la peor aberración jamás inventada, y fue creada, desde luego, por los menos productivos. Si tuviéramos en nuestro “claustro” un Einstein, este ganaría exactamente lo mismo que un Olafo cualquiera (y hay muchos). Y sin embargo, hemos tenido la madera para grandes profesores. Por ejemplo, el actual rector de la institución tecnológica de mayor prestigio del mundo, el MIT (Massachusetts Institute of Technology), es un egresado de la UC y se llama Rafael Reif. Yo fui su profesor y en su momento él fue uno de mis asistentes. ¿Creen ustedes que Rafael gana en MIT lo mismo que un profesor ordinario? ¿Cuál hubiera sido el destino de este inteligente y trabajador académico en nuestra UC? Uno más del montón, probablemente. O un gran frustrado.
El tema económico tiene dos vertientes también: hacia adentro y hacia fuera. Hacia adentro, hay que eliminar la homologación y estipular productividad e ingresos. A mayor productividad, mejores ingresos. Digámosle no a ese socialismo perverso que nos iguala a todos pero hacia abajo. Y por el lado externo, busquemos en nuestro estado, Carabobo, la fuente de inspiración y el financiamiento para que nuestra universidad brille con luz propia, en un entorno industrial que requiere profesores muy comprometidos en la resolución de los problemas regionales y nacionales. La dependencia del gobierno central, ese centralismo asfixiante que nos agobia y que nos quiere manejar en todos los aspectos de la vida, es la fuente de nuestra dependencia, no de nuestra autonomía. Jamás seremos autónomos si primero no logramos un financiamiento independiente, que nos permita enfrentar los mandatos de un gobierno centralista. El Ministerio de Educación Universitaria, (como se le llama ahora a lo que siempre fue el Ministerio de Educación), tendría, en un esquema descentralizado y autonómico, solo una labor: coordinar las esfuerzos de las universidades, entregando la alícuota parte del presupuesto (en función del desempeño objetivo, número de estudiantes, etc.) no a las universidades sino a los estados donde estas se encuentran para que juntos, estados, municipios y universidades marchen hacia el cumplimiento cabal de la razón de ser de la universidad: la búsqueda del saber, la investigación, la innovación, la solución de problemas. Esa si sería una universidad autónoma, sin las presiones de un centralismo que acogota todas la iniciativas.
Esa es la universidad que queremos: casa de estudios, vencedora de las sombras (externa e internas), con facultades y escuelas “mayores de edad” y en consecuencia responsables de sus actos y de la correcta ejecución de sus presupuestos.
3 comentarios:
Saludos ,amigo Miguel.
Una vez mas te felicito por este magnifico articulo.
Buenissssssimo!!!!
Te acuerdas cuando formamos la Estacion de Investigacion...etc en la Facultad de Ingenieria para traer proyectos de industrias y otros para que profesores y estudiantes pudiesen aportar a solucionar problemas y asi producir fondos para la UC y ,por su puesto, a los profesores y estudiantes quienes trabajarian en estos programas de investigacion y solucion de problema ???
Cuanto nos criticaron lo "politcos enchufados en la UC en aquel entonces" que ganar dinero adicional era "inmoral" y asi el proyecto nunca despegó...Te acuerdas Miguel???
Un gran abrazo fraternal
Arne
¡Excelente! Que buena apreciación y que visión. Le sigo, y espero compartir más ideas.
Estupendo Miguel...sin duda tus ideales atienden a tus principios de vida...escribes como eres...como aprendimos a conocerte.
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