martes, 27 de noviembre de 2012

Reimpulsar los partidos políticos


Miguel A. Megias

Las democracias modernas tienen su fundamento en los partidos políticos. Estos representan, a grandes rasgos, las aspiraciones y visión de los ciudadanos en sus múltiples versiones.

En países donde sólo hay un partido, por ejemplo en China, Cuba o Corea del Norte, los ideales del partido único se imponen a la población que tiene que acatar sus idearios y proclamas. Los que no están de acuerdo –oficialmente no existen- deben aceptar que sus puntos de vista no son recogidos ni aceptados. Y deben vivir, les guste o no, de acuerdo a los mandatos del partido único –el partido comunista.

En otros países, dos partidos comparten el poder. El ejemplo más notable es el de los Estados Unidos de América. Allí, el Partido Demócrata y el Partido Republicano se alternan en el poder. Hasta ahora no ha podido surgir un tercer partido con suficientes partidarios como para llegar a alcanzar una cuota de poder. Aunque en principio ambos partidos son bastante parecidos, hay suficientes diferencias como para que el ciudadano pueda escoger entre una de las dos opciones que mas le convenga o en la que tenga mayor coincidencia con sus intereses individuales. Tal parece que la democracia funciona adecuadamente en esos sistemas.

Así llegamos a las democracias liberales europeas y americanas (son las únicas que hemos estudiado), donde una diversidad de puntos de vista, opuestos a veces, solapados otras, casi iguales en muchos casos, acceden a un poder que comparten en entes deliberantes llámese Congreso, Asamblea o Cortes. Allí, las leyes del país se elaboran tomando en cuenta diversos puntos de vista. Generalmente, se establecen coaliciones entre partidos, lo que permite formar mayorías y por ende, dictar leyes consensuadas con menos resistencia.

Nuestro país, Venezuela, tuvo esas características durante los 40 años que duró la (mal) llamada Cuarta República (de Betancourt a Caldera II). Aunque es cierto que dos partidos, el social-demócrata Acción Democrática (AD) y el social-cristiano COPEI dominaron el Congreso de la época, no es menos cierto que otros partidos, el MAS entre ellos (que llegó a ser la tercera fuerza política del país), URD, el Partido Comunista y muchos otros influyeron no sólo en la elaboración de leyes sino en la dirección del gobierno.

Todo eso ha comenzado a cambiar a partir de 1999. Con la elección de Hugo Chávez, el líder carismático-religioso, nacen nuevas alianzas que culminan con la desaparición de pequeños partidos de izquierda para configurar un nuevo gran partido, el PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela), que logra, gracias una torpe decisión de los partidos de oposición (abstención), a dominar por completo el Congreso, ahora llamado Asamblea Nacional. Este hecho configura el fin de una era donde la diversidad de partidos, opiniones y visiones fue capital para la elaboración de leyes y la dirección del país.

Debemos aclarar que esto no sucedió por obra y gracia del chavismo, solamente. Ya para 1999, cuando Chávez se aloja en el poder, los partidos políticos habían perdido su razón de ser y su contacto con los ciudadanos. Los partidos eran, básicamente, repartidores de cargos y de recursos para sus partidarios. Poco o nada se debatía en el seno de los mismos que tuviera que ver con ideología o con el devenir de la nación. El negociado, el pragmatismo y la corrupción, fueron elementos primordiales en el auge y caída de los partidos políticos, grandes, medianos y pequeños. Baste con recordar que AD postuló a un hombre (Alfaro Ucero) no sólo desfasado en lo biológico sino en lo histórico; COPEI elige a una Miss, muy bella ciertamente, pero inadecuada para las tareas por venir; y así, a última hora cambian señas y postulan al hombre a caballo (Salas Römer), como representante de numerosos partidos. Y gracias a esos y a otros desaciertos, a pesar de estar sólo oficialmente apoyado por un minúsculo partido, logra Hugo Chávez acceder al poder.

Se ha dicho, y lo repetimos, que una democracia no funciona sin partidos políticos fuertes, que tengan fines que vayan más allá de conseguir prebendas para sus militantes o negociados de dudosa lealtad al estado. Cuando examinamos los resultados de las elecciones de 2010 para elegir a los miembros de la Asamblea Nacional, nos topamos con el voto muy disminuido de muchos partidos políticos viejos y con votación importante de algunos partidos relativamente nuevos, nacidos al calor de estos 14 años de dominación chavista: UNT (Un Nuevo Tiempo), PJ (Primero Justicia), VP (Voluntad Popular), etc.

Ante la arremetida del gobierno, que pretende hegemonizar el paisaje nacional reforzando por todos los medios posibles al PSUV (que es un partido cascarón vacío y cuyo único objetivo, aparentemente, es el monopolio del poder) sólo queda un dique de contención: reforzar, también por todos los medios posibles y disponibles, los partidos políticos de antaño y los actuales nuevos. Ello requerirá la selección de dirigentes jóvenes (mentalmente, no necesariamente de edad), arraigados en el ciudadano, que sean capaces de crecer, establecer alianzas y alcanzar cuotas de poder superiores a las actuales. Tres grandes partidos tienen esa posibilidad, sin descartar de antemano o otros: Acción Democrática, COPEI y el MAS (Movimiento al Socialismo).

La democracia venezolana se irá a menos, o a más, según la fuerza que estos y otros partidos políticos logren acumular. Precisemos que no es una lucha por tal o cual puesto, por tal o cual gobernación, como equivocadamente –según nuestro criterio- han manifestado algunos dirigentes de los viejos partidos. Alcanzar una democracia más participativa y con mayor arraigo en la población debe ser la tarea conjunta de los viejos partidos, si logran renovarse; y de los nuevos, si llegan a comprender la tarea que tienen pendiente.

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