“Lo que es no se encuentra en la superficie de las conciencias ni en los usos del día, sino enterrado en las profundidades de los deseos y expectativas de los hombres.”
(Ortega y Gasset)
Nelson Acosta Espinoza
Sin duda el tema de la reconciliación ha tomado importancia en el marco de la agenda política de sectores de la oposición venezolana. El Movimiento al Socialismo (MAS) y la jerarquía católica, entre otras importantes instituciones, han hecho de este concepto elemento sustantivo de sus propuestas políticas alternativas. Reconciliar a los venezolanos, en consecuencia, desde este punto de vista, habría de ser punto de partida y llegada para el restablecimiento pleno de la democracia en el país.
Ahora, bien ¿qué significa este término? ¿Es unívoco su significado? ¿Expresa correctamente la estrategia política para esta coyuntura? ¿Reconciliarse con quien? De entrada podemos afirmar que este término adquirió relevancia a finales del siglo XX, como resultado de diversos procesos de paz que se plantearon como salida a los múltiples conflictos suscitados tras el fin de la guerra fría. Y, fue en medio de tal búsqueda de solución pacífica a los conflictos, donde surgió la necesidad de plantearse cómo hacer para que estos procesos que marcaron el fin de la violencia para muchos países, fueran sustentables y sostenibles al interior de sociedades gravemente fracturadas en su tejido. Desde luego, esta no es la situación que caracteriza al país.
Detengámonos un momento sobre el significado del término. La palabra reconciliar se construye mediante la unión del prefijo re y el verbo conciliar. En otras palabras, literalmente significa volver a un estado de conciliación preexistente. Es este el sentido que le atribuye la RAE: “la acción de componer y ajustar los ánimos de los que estaban opuestos entre sí” Lo cual supone que sería posible hablar de distintos tipos de reconciliación de acuerdo a circunstancia históricas, sociales y culturales. Por ejemplo, reconciliación individual, nacional, religiosa, etc.
En Venezuela, sin duda, existe una situación de polarización y confrontación política. Este escenario, de suyo, no es ajeno a la dimensión de la política. Y, ello es así, porque es en este ámbito donde se expresan las contradicciones y contrariedades que son constitutivas de lo político. Si no existiesen conflictos la política estaría cancelada. Dicho en otros términos, la homogeneidad, no es democrática. Lo peculiar de la coyuntura venezolana residiría, entonces, en la presencia de una lógica discursiva que se empeña en dividir el país en polos mutuamente excluyentes; discurso este, bueno es recalcarlo, que no es exclusivo del gobierno: también ha sido compartido por sectores radicales de la oposición. Reconciliar, en este contexto, tiene una significación política precisa. Oponer a esta lógica de la exclusión un nuevo discurso político, que lejos de polarizar el país, reconozca sus diferencias y haga de este reconocimiento el eje central de su estrategia; en otras palabras, de lo que se trata es de desarrollar una propuesta contra-hegemónica que conteste y, se presente como alternativa, a la que expresa el oficialismo. Una apuesta de esta naturaleza va más allá de “componer y ajustar los ánimos de los que estaban opuestos entre sí”
¿Cuál sería la ruta para potenciar la capacidad hegemónica de esta propuesta? Federalizar el discurso político pudiera ser una de las repuestas a esta interrogante. Federalizar, en este contexto, implicaría anclar las ofertas políticas en la cultura popular que identifica cada una de nuestras regiones. Es lícito preguntarse, entonces ¿por qué un ofrecimiento de esta naturaleza pudiera ser exitoso? Las ciencias cognitivas y la antropología proporciona una repuesta: es exitosa cuando transforma a su destinatario en interlocutor y, esto ocurre, cuando se “dice lo que se escucha”.
El MAS está en la vía correcta: hacer de lo federal un elemento constitutivo de su estrategia. Sin embargo, es conveniente recordarlo y reconocerlo: somos venezolanos en tanto carabobeños, zulianos, tachirenses, larenses etc. Y estas diferencias lingüísticas, gastronómicas, religiosas, de tradiciones, etc., deberían proporcionar los elementos sobre los cuales se asiente su oferta de corte federalista. Reconciliarse con el país, significaría, entonces, reconocer y reconocerse en estas singularidades e incorporarlas como pilares de la nueva estrategia del socialismo democrático.
Insistimos: lo homogéneo, no es democrático.
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