Luis Ugalde.
La frustración y la agonía del dominante régimen dictatorial son
irreversibles. Cuanto más se prolongue, más doloroso será el final para
todos, incluso para el propio partido de gobierno. Lo mejor que puede
hacer Maduro es renunciar y abrir la puerta a la reconstrucción
democrática con una transición pacífica y negociada.
Pero no solo el régimen está en agonía terminal, sino que una
forma de hacer política durante décadas requiere de inmediata sepultura.
No nos referimos al chavismo, sino al país entero que desde el siglo
XIX ha hecho y tolerado (con honrosas excepciones) una “cultura
política” muy negativa. Por ejemplo, en las recientes primarias de los
demócratas podemos decir que 90% del comportamiento fue excelente, pero
hubo un 10% que indignó al país y nos recordó lo peor del pasado
prechavista. Hace falta un nuevo comportamiento político en los
partidos, en la sociedad civil, en sus empresarios, organizaciones,
universidades…
Erradicar la tolerancia con el cáncer de la corrupción. El
desastre es tal que hay que arrancar de raíz la monstruosa corrupción
de la cúpula chavista (la mitad del millón de millones de dólares se lo
robaron entre la corrupción e ineptitud, con beneplácito de sus
seguidores). Desde hace siglos prevalece la idea de que al llegar al
poder es de inteligentes y vivos repartirse el botín, sin escrúpulos
morales. Corrupción aceptada por los simpatizantes con tal de que
repartan y dejen robar. El poder es para disfrutarlo; lo del poder como
servicio queda para los mítines y los discursos patrios. Es absurdo
–piensan– que el poder se deba someter a la Constitución y a la voluntad
de los ciudadanos. Si además se tiene la fuerza de las armas, se
rechaza toda forma de control institucional.
Combatir la ilusión de la riqueza rentista. Ha
hecho un inmenso daño la falsa idea de que somos un país riquísimo y que
nuestro problema no es producir más, sino que el gobierno reparta la
abundancia existente. Ese fue el éxito inicial y la ruina del chavismo.
Solo hay riqueza consistente cuando sale de la producción y talento de
los venezolanos porque se dan la mano la educación formadora y la
empresa productiva.
Eliminar el clientelismo que coloca en cargos a
sus seguidores sin exigir capacidad; como lo vemos en incompetentes
fracasados que en dos años han ocupado cuatro ministerios.
Los nuevos (y renovados) líderes políticos no se pueden quedar en
protestar como opositores y repartir el botín al llegar al poder,
poniendo los intereses del partido por encima del bien del conjunto del
país.
Diálogo, negociación y democracia. Venezuela no
puede rescatar la democracia sin diálogo entre todos los ciudadanos y
sin negociar los puntos estratégicos imprescindibles para salir de la
actual dictadura. Por eso los demócratas no pueden ir a la negociación
como vergonzantes, de noche y a escondidas. El problema no está en
participar, sino en saber qué exigir y qué defender como absolutamente
irrenunciable. Sería una verdadera vergüenza que el diálogo para
restablecer la democracia y la Constitución empezara reconociendo la
constituyente creada por esta dictadura para matar la democracia y la
Constitución vigente. Evidentes y previas a toda negociación son algunas
exigencias constitucionales:
1) Pleno reconocimiento de la AN elegida y de sus
responsabilidades constitucionales, la separación de los poderes
públicos y su renovación constitucional. 2) Libertad de presos y
exiliados políticos. 3) Estricto cumplimiento de la agenda electoral
conforme a la Constitución. 4) Apertura a la ayuda humanitaria
internacional en medicinas y alimentos por la grave emergencia nacional.
En estos puntos básicos tenemos pleno apoyo de medio centenar de
países democráticos del mundo; y, si los difundimos y defendemos con
claridad y coraje público, los convertiremos en la bandera movilizadora
de todos los venezolanos demócratas.
Formación humana, dinámica empresarial y producción económica. Para
que Venezuela sea reconstruida hay que cambiar el modelo económico y
promover la iniciativa emprendedora, libre y ciudadana con cuantiosas
inversiones nacionales e internacionales, con todas las garantías
jurídicas. Pero el comportamiento empresarial no ha de ser lo que fue (y
es) en muchos casos de seudoempresarios recostados en el rentismo
estatal incompetente. Necesitamos un empresariado convencido de su
responsabilidad e importancia estratégica en el combate de la pobreza,
que es imposible sin generar oportunidades de buen trabajo productivo
para 14 millones de venezolanos. Ello exige, por otro lado, una profunda
transformación de todo el sistema educativo orientándolo hacia la
creación de la riqueza con el talento y la formación humana honesta. La
empresa no puede seguir entendiéndose como el campo de batalla que
enfrenta como enemigos al capital y al trabajo, sino donde ambos se
complementan y benefician en la lucha contra la pobreza, el atraso y la
improductividad parasitaria.
¿Y los militares? Deben sacar las consecuencias
de algo que está a la vista y repudiar esa política de reparto del botín
que ha hundido a Venezuela y en la que algunos de ellos han sido los
principales actores y beneficiarios. Eso sin mencionar el narcotráfico
que ha envilecido todo.
La masiva votación del 15 de octubre será un paso adelante para obligar a la salida democrática del gobierno dictatorial.
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