Nelson Acosta
Espinoza
Lo hemos
afirmado en ocasiones anteriores: el tiempo de la política no siempre se
corresponde con el del pueblo. He utilizado el plural debido a que esta frase
encabezó un pronunciamiento público de un grupo representativo de la sociedad
civil carabobeña (este escribidor forma parte de esa agrupación). Traigo a
colación esta aseveración debido a que los últimos acontecimientos “hablan”
sobre la imperiosa necesidad de formular una estrategia que tenga como objetivo
inmediato hacer coincidir estos dos tiempos. Sin esta correspondencia, el
futuro inmediato del país se muestra borroso, por decir lo menos.
La escasez de
alimentos, medicamentos y otros rublos vitales para la subsistencia diaria se
ha acentuado. En consecuencia, las protestas espontáneas han incrementado su
frecuencia y magnitud. En nuestras ciudades se están acumulando necesidades no
satisfechas que pudieran conducir hacia un factible estallido social. Ahora
bien, parece conveniente preguntarse ¿cuáles podrían ser las opciones probables
ante esta grave situación? ¿Es lógico suponer la posibilidad de un acuerdo conciliatorio entre las partes en
conflicto?
Formulo estas
interrogantes con la finalidad explorar respuestas que eviten las frustraciones
ocurridas en situaciones anteriores. Me refiero al proceso de dialogo y
reconciliación experimentados en los años 2002-2003. Recordemos la denominada
“Mesa de Negociación y Acuerdos” conducida por el político colombiano Cesar
Gaviria, entonces Secretario General de
la Organización de Estados Americanos (OEA). Esta iniciativa, contó también,
con el apoyo técnico del Centro Carter. Las negociaciones se prolongaron por
siete meses y se acordó, entre otros puntos, la realización de un referéndum
revocatorio como herramienta para solventar la situación de tensión y
conflictividad presentes en el país.
En aquella
ocasión, al igual que hoy, la iniciativa del referéndum estuvo plagada de
trabas impuestas por el gobierno. Al punto que el oficialismo logró demorar su
realización durante más de un año. El acuerdo de la Mesa se firmó en el 2003 y el
referéndum se llevó a cabo en el 2004. El resultado es historia conocida.
He sacado al
tapete esta referencia porque pareciera que estamos cayendo en la misma celada
que montó el gobierno en el pasado: colocar nuestras aspiraciones de cambio en
la canasta servida por organizaciones internacionales. Entiendo que este es un
sentimiento que se ha anidado en algunos sectores de la oposición y de la
población. Es deber de la dirección política del bloque democrático combatir
esta sensación y expulsar de la opinión publica las falsas expectativas de cambio que iniciativas como la Carta Democrática
pudieran suscitar.
¿Es posible el
dialogo oposición-gobierno? Bueno, esta pregunta pareciera retórica. En
principio deberíamos de asumir que esta actividad es esencial para la
convivencia democrática. A través del dialogo los actores se reconocen y
exponen su diversidad de intereses. Sin embargo, en la lógica que informa el accionar político del gobierno
esta dimensión se encuentra ausente. No forma parte de su cultura política.
Cuando lo practica, esta actividad se encuentra subordinada a la provocación,
la dilación o el engaño.
Entonces ¿qué
hacer? Bien, me parece que la oposición debería canalizar sus energías
políticas a través de los mecanismos legítimos de presión que le ofrece el
tramado institucional del país. El más importante es la “calle” como instrumento para alcanzar
u obligar al gobierno a que respete la normativa que implica la convocatoria
del referéndum revocatorio. En fin, poner la calle al servicio de una legitima
reivindicación democrática.
Lo que
intentamos exponer es que la articulación entre el momento político y el de la
gente podría alcanzarse mediante el ejercicio de la protesta y el
desconocimiento de toda disposición de naturaleza ilegal e inconstitucional.
Sin embargo, me
atrevo a insinuar que existen en ambos bandos políticos apaciguadores que
apuestan por repetir la experiencia del 2002. Espero estar equivocado.
En fin, la
crisis sistémica que envuelve al país avanza con una rapidez descomunal. De no
ofertarse la respuesta política apropiada correríamos el riesgo que estos dos
momentos (el político y el popular) no se engarcen mutuamente. Lo cual podría
desencadenar una situación de consecuencias impredecibles.
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