Nelson Acosta Espinoza
Bien, amigos lectores,
se profundiza cada día más la crisis económica y social que confrontan los
venezolanos. La población se encuentra experimentando situaciones absolutamente
inéditas en la historia del país. Analistas, como Juan Vicente León, afirman
que un deterioro de este calibre solo puede compararse con lo sucedido en el
marco de la guerra federal. En un reciente artículo publicado en el portal
Prodavinci señala lo siguiente: “Con una caída brutal de
la producción, sumada a una reducción
severa de las importaciones, es obvio que no hay productos suficientes
para abastecer el mercado. La escasez en Caracas supera el 82% en los anaqueles
y 40% en los hogares. Y es la ciudad mejor abastecida del país”.
En paralelo la
conflictividad social va en aumento. La ONG que se encarga de monitorear esta
situación (OVCS) apunta que en el mes de mayo “se registraron 172 protestas en rechazo
a la escasez y desabastecimiento de alimentos que representan 320% más con
respecto a igual mes de 2015”. Igualmente, los saqueos en contra de abastos,
supermercados y establecimientos comerciales van en aumento. Todos estos
acontecimientos ocurren en el marco de un significativo desequilibrio fiscal. El déficit alcanza a
un 20% del PIB; inflación de tres dígitos; reducción significativa de las
importaciones y contracción del PIB en más de 40% en el lapso que cubre el
gobierno de Maduro.
En forma resumida este
sería el contexto social y económico en donde se desplegarían las acciones de
naturaleza política. Aquí, amigo leedor, me voy a permitir hacer una digresión
de naturaleza teórica. Esta breve incursión me parece útil para intentar
comprender la coyuntura y visualizar los escenarios futuros.
Me atrevería afirmar que la política se encuentra ausente en el tablado
actual del país. Bien, ¿qué queremos decir? ¿Explica esta ausencia el
incremento sostenido de los actos de violencia?
En lo que sigue intentaré esbozar
una respuesta a estas interrogantes. Entiendo por política el ámbito a través
del cual se administran y morigeran los conflictos que siempre se derivan de
los antagonismos que son consustanciales con lo político. En toda sociedad
existen controversias (económicas, sociales, étnicas, culturales, etc.) que
separan a sus distintos grupos (lo político). La consensualidad y el equilibrio
se restablecen a través del accionar de la dimensión política. Tengo la
impresión que la oposición en Venezuela asume que las viejas reglas de la política
son apropiadas para enfrentar estos inéditos niveles de conflictividad que se
encuentran presentes en la Venezuela de hoy día.
Voy a intentar explicar la afirmación anterior. Estamos en presencia de una
doble complejidad. Por un lado, el gobierno ha decidido no impulsar la vía de
los acuerdos como instrumentos para dar salida a la actual crisis. Ha
renunciado a la política y está permitiendo que la conflictividad inherente a
lo político emerja en forma brusca y violenta. De ahí su estrategia de evitar,
a toda costa, la celebración del referéndum revocatorio. Suena duro, pero en mi
opinión esa es la realidad. La oposición, por el otro lado, tiende a observar
esta situación con los viejos instrumentos hermenéuticos a través de los cuales
interpretaba la realidad en la IV república. Sus insuficiencias unitarias
podrían ser atribuidas a su envejecida narrativa que no descifra
apropiadamente la excepcionalidad de la
actual coyuntura política. De ahí su dificultad para convertir el actual
descontento social en movilización masiva con el propósito de garantizar el
referéndum y las elecciones de gobernadores.
¿Qué hacer desde el campo democrático? Esta interrogante no se despeja con
facilidad. Y, es así, debido que estamos asistiendo a un cambio brusco de
época. A lo cual debemos agregar la devaluación de los instrumentos del
accionar político del pasado. En la búsqueda de respuestas, en
consecuencia, se requerirá de mucha
imaginación y originalidad.
Un
punto de partida pudiera ser iniciar la construcción de un relato que rompa con la polarización (gobierno/oposición). Seria indispensable,
entonces, elaborar iniciativas de naturaleza transversal que puedan dotar de un
nuevo sentido a la política y, en este orden de ideas, crear las bases para la construcción
de un nuevo sentido democrático que supere a los que predominaron en la IV y V república.
Aquí vale acuñar la frase de Simón Rodríguez: “inventamos o erramos”.
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