Nelson Acosta Espinoza
Bien, amigos lectores, creo que una frase puede sintetizar
la jornada de validación de firmas que
finalizó esta semana: coraje cívico. La población demostró su solidez
democrática y coraje cívico al imponer, por encima de numerosos obstáculos, su
disposición de revocar este régimen
político responsable de la destrucción del país. Al día de hoy ya se han
recogido, en cada uno de los estados del país, más de 1% necesario para pasar a
una nueva fase en el camino conducente a la celebración de referéndum
revocatorio.
El gobierno con la complicidad del Consejo Nacional
Electoral plantaron innumerables trabas a este proceso. Por ejemplo,
distribución inequitativa e insuficientes de los lugares en los que se podía revalidar
las firmas, presiones a través de declaraciones públicas de funcionarios del
Estado alertando que no habría revocatorio en este año. En fin, toda una
campaña encabezada por el Presidente Maduro destinada a desmovilizar y
desmoralizar a la población. Los resultados de esta consulta, sin embargo, mostraron la disposición del colectivo de
salir de este régimen y su rechazo al denominado socialismo del siglo XXI.
A la luz de este nuevo episodio político parece útil
hacer algunas reflexiones. La primera que me viene a mi mente es sobre la
solidez de nuestra cultura democrática. Puede parecer desacertada esta
apreciación. Después de todo, los venezolanos votaron en diversos procesos por
el régimen actual. Lo cual es absolutamente cierto. Sobre el tema se ha
derramado bastante tinta. Sin embargo, esbozaré una breve explicación.
En general, hay coincidencia en atribuir parte de la
responsabilidad por la emergencia del chavismo a la crisis terminal que fustigó
a la dirigencia política de la IV república y
al agotamiento del proyecto democrático inaugurado en el año 1958. En
síntesis, se podría señalar que no hubo una renovación de los ya agotados
discursos y prácticas políticas. La responsabilidad, entonces, es atribuible a
la “casta” que ejercía la dirección política y cultural de la sociedad
venezolana en esos años. De hecho, la población expresó en diversas ocasiones
su malestar. Síntomas, hay que recalcarlo, que no fueron procesados debidamente por el
estamento político de la época.
Ahora bien, ¿porque predico sobre la permanencia de
nuestra cultura ciudadana o democrática? Bien, la respuesta es obvia. La
población, a todo evento, salió a cumplir con un deber ciudadano. Las predicas
anti democráticas del gobierno no amilanaron este espíritu cívico formado a lo
largo del ejercicio democrático pasado.
Después de todo, los parámetros básicos de esta cultura están presentes y la
crisis los ha estimulado en la dirección apropiada.
Sin embargo, parece pertinente elevar una alerta. Este
espíritu ciudadano no pertenece a ningún grupo político en particular. Se
encuentra ahí. Materia prima para ser procesada por nuevas narrativas que
marquen distancias con las que prevalecieron en la IV y V república.
Lo que intento señalar o alertar es sobre los peligros
restauradores. La reposición de lo ya vivido. La idea gatopardiana de, “cambiar
para que todo siga igual”, es un riesgo que está presente y, de no ser
combatido apropiadamente, pudieran conducir al país hacia una nueva frustración
histórica.
No tengo la menor duda que un nuevo país está tocando
las puertas. En la semana que acaba de culminar sus golpes retumbaron a lo
largo de toda nuestra geografía. Ojala sean interpretados correctamente y se
comience a trazar el camino hacia la conformación de un nuevo país.
En fin, la disyuntiva que enfrentamos los ciudadanos,
a mi manera de ver, es simple: o se abren las compuertas del cambio o éstas serán derribadas. Y, el pasado evento
de confirmación de firmas, demostró la existencia del coraje ciudadano necesario
para acometer cualquiera de estas dos opciones.
No tengo la menor duda que la política, hoy día, es así.
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