Simón García
El presidente celebró en La Habana con Raúl Castro, el día de los trabajadores. Después vino a dar su discurso aquí. Los que albergaron alguna expectativa se comerán su frustración. El presidente discurseó como si la crisis que golpea el bolsillo, el estómago y las esperanzas de los venezolanos, no existiera.
Actuó con la misma falta de respeto pública con la que se esconden las colas en los estacionamientos. Mientras todo el país acumula su descontento, la cúpula gubernamental se empeña en hacer invisible su responsabilidad en el origen, el mantenimiento y el agravamiento, no sólo de insostenibles calamidades populares sino de un horizonte de pérdida de país en términos económicos, sociales, cívicos y territoriales. Un desenlace que nadie debería querer.
Nunca un gobernante había sido tan insensible a la socialización de las penurias de la gente, tan fuera de foco respecto a los problemas que están cacheteando su gestión y tan errático respecto a las respuestas que hay urgentemente que adoptar, incluso a costa de bajar unos puntos en las encuestas. Si tan sólo firmara un decreto para evitar la alta corrupción oficial o aprobara una ley habilitante para repatriar las mil millonarias cuentas en dólares estafadas a la nación, tal vez podría frenar la descomposición y la caída de su élite, ahora desaforada en vivirse la revolución. Pero no, lo que ordena es investigar unos cuantos raspacupos para cubrir apariencias y quitarle subsidios a quienes estudian en el exterior.
La renta nacional se encoge, Pdvsa no se levanta, casi todas las empresas del Estado están en terapia, el gobierno se financia con endeudamiento y dinero inorgánico, al aparato productivo se le ponen trabas, se restringen los derechos y se comienzan las cabriolas jurídicas para adulterar con ventajismos y reglamentos a la ya casi imparable realización de un colosal alzamiento electoral.
El fracaso del modelo manufacturado en Cuba y la estrepitosa incompetencia de sus gerentes criollos ya no admite remiendos. La capacidad del socialismo autoritario para comprar apoyos internos y externos se agotó, no sólo por falta de dólares sino por el recurrente incumplimiento de las mismas promesas. Mientras tanto, el presidente se hace tirar un mango y sopla humo sobre los ojos del pueblo con el chiste de que hay una guerra económica.
El anuncio presidencial de que el aumento salarial beneficiará a todas las escalas del tabulador es la misma del año pasado. La perorata se le desparrama y se le quiebra la voz para ofrecer que el aumento será disfrutado por los pensionados y jubilados. Y nada, sólo penosas contribuciones a su imagen de vendedor de ferias.
Asombra esta inhibición, esta ausencia de ideas, esta pobreza de recursos, que a duras penas alcanza para balbucear una cultura populista que sustituye una política salarial progresista por un cálculo sobre lo que se puede transferir a gobernadores y alcaldes para que medio defiendan sus plazas. 11. 500 millones de bolívares son una insignificancia al lado de los miles de millones que bajo la mirada del presidente han transferido funcionarios suyos para proteger algo más que su vejez.
Crear más decorados burocráticos como los consejos populares de abastecimiento y producción es seguir en un entretenimiento que puede resultar mortal para el país. Es hora de que la cúpula oficialista entienda que su mejor campaña electoral es resolver los problemas concretos.
Tal vez todavía tengan chance para que el desabastecimiento, la inflación, la corrupción, los homicidios, el quiebre de los servicios que debe prestar y el incumplimiento reiterado a la Constitución nos los orille, sin guerra y con votos, en una cuneta de la historia que ellos mismos convirtieron en palabrería.
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