domingo, 3 de mayo de 2015

¿Oposición sin relato?

Nelson Acosta Espinoza
En una entrevista a Margaret Thatcher (1925-2013),  se le pregunto cuál fue su logro más significativo en el transcurso de su periodo como primera ministra del Reino Unido (1979-1990). Su respuesta, en cierto sentido, dejo un tanto perplejo al entrevistador: Tony Blair y la llamada tercera vía (con este término se intenta englobar una variedad de aproximaciones teóricas y propuestas políticas que sugieren un sistema económico de economía mixta y el reformismo como ideología).

Desde luego, en esta respuesta había un dejo de sarcasmo muy propio de la cultura política inglesa. Pero también, una verdad de orden discursivo. El Thatcherismo, en tanto relato político, había logrado imponerse hegemónicamente, inclusive, entre sus oponentes. En consecuencia, el partido laborista comenzó a “pensar” al reino unido dentro de las categorías cognitivas propias del discurso conservador. Si bien la Dama de Hierro perdió las elecciones, logro ganar una batalla más significativa, la de orden cultural y simbólico.

Esta anécdota viene a cuento en relación a las próximas elecciones parlamentarias y presidenciales. Lo que intento señalar es que salir triunfante electoralmente no significa, automáticamente,  alcanzar una victoria de naturaleza política. Para obtener este último objetivo, se haría necesario desplazar los códigos discursivos del adversario y sustituirlos por un nuevo entramado simbólico. Bien, es bueno preguntarse ¿se están desbloqueando los códigos del chavismo? ¿La oposición piensa el país a través de un marco cognitivo distinto al socialista?

Entiendo que estas interrogantes apuntan hacia una problemática de naturaleza abstracta y, porque no decirlo,  de difícil comprensión. No en balde, nuestras élites tienen  setenta años pensando el país y practicando políticas al interior de un mismo marco cognitivo. Se desplazan, con altibajos, en el terreno de un único relato político. Industrializar, nacionalizar, distribuir y centralizar han sido códigos de políticas públicas aplicadas por casi un siglo en el país. El Plan de emergencia de Larrazábal y los mercales del chavismo son expresiones de este dispositivo político y cultural.

En fin, las fronteras políticas y sus respectivas identidades se han construidos al interior de estos parámetros. Betancourt, Leoni, Caldera, Lusinchi, Luis Herrera, Carlos Andrés Pérez (uno) son expresiones empíricas de este tramado discursivo y, sus planes nacionales, su manifestación operativa. El chavismo-madurismo, constituye la fase agonal de este viejo y agotado dispositivo simbólico.

Ahora bien, ¿cómo explicar que la oposición no haya podido, aun, elaborar un relato alternativo? Responder a esta interrogante no es fácil. Voy a intentar delinear un intento de explicación. Una primera hipótesis es de carácter antropológico.  Un relato alternativo, por ejemplo,  implicaría condensar un conjunto de elementos dispersos que sean capaces de producir una explicación alternativa de la coyuntura que experimentan los ciudadanos. Fabricar metáforas, palabras que sean capaces de resumir en forma gráfica lo que sucede y delinear las fronteras entre un “ellos” y “nosotros”.  Y, así, romper el cerco discursivo dentro del cual se desplazan los actores principales del ámbito opositor.

Desafortunadamente la oposición democrática no ha logrado construirlo. La tarjeta “Mi negra” (esta tarjeta de débito serviría como herramienta de distribución de 20% de los ingresos petroleros entre la población pobre del país) y el intento de copiar la experiencia gubernamental de las “misiones” es una evidencia de cómo sectores opositores “piensan” dentro del marco cognitivo que se supone deben desplazar.

Hay una tarea impostergable que es necesario asumir. Fabricar con los contenidos sociales de la vida cotidiana (por ejemplo, las colas, la escasez, corrupción, los dolores y penurias de la gente.) metáforas, palabras que sean capaces de resumir en forma gráfica lo que sucede y sus culpables. Me atrevo a sugerir el termino nomenklatura. Ella identificaría con precisión los protagonistas del conflicto presente en la Venezuela actual: nomenklatura  vs la gente. 

En fin, la política podría ser así.


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