domingo, 26 de enero de 2014

¿Contra el Rey o contra Caracas?

La encrucijada de Valencia entre 1808 y 1812

De acuerdo al profesor Contreras, Fernando Peñalver, desde posiciones inequívocamente republicanas, defiende el federalismo y la pretención valenciana de convertirse en capital de una provincia en igualdad de condiciones a las de Caracas.  Fernando Peñalver. Grabado Original 1844. Litografía de Therry Freire Paris.
Juan Carlos Contreras (*)

La élite criolla de la ciudad de Valencia, como sus similares del resto de Hispanoamérica, utilizó el cabildo como el principal instrumento para la defensa de los fueros y privilegios acumulados desde el siglo XVI. A su vez, la monarquía borbónica del siglo XVIII enfrentó aquellos privilegios desde el ambiente ideológico de la Ilustración pero con el objetivo de imponer el absolutismo.

Si bien, la dinastía borbónica no logró sus objetivos, puso en evidencia los intereses de los distintos componentes de la sociedad colonial. La élite valenciana demostró su apego a los valores estamentales, propios y característicos de las sociedades “tradicionales” y, por lo tanto, su resistencia a la innovación en la estructura social, a la centralización político-administrativa y al desconocimiento de sus antiguos privilegios económicos.

Luego de sobrevivir a la ofensiva reformista, la élite valenciana tendrá que reaccionar ante la crisis de la monarquía hispánica y al advenimiento de nuevo paradigma de la Modernidad. Su posición ante la invasión francesa de 1808 fue de fidelidad monárquica y resguardo a los valores inherentes a dicho sistema. Ante la autonomía de 1810 y la convocatoria al congreso constituyente, la de colaboración con Caracas, pero a su vez la de férrea defensa de lo que considera su espacio político frente a la preponderancia que, desde la centralización borbónica, había adquirido la capital.

En este sentido destaca su más activo diputado ante el congreso, Fernando Peñalver, quien desde posiciones inequívocamente republicanas defiende el federalismo y la pretensión valenciana de convertirse en capital de una provincia, en igualdad de condiciones a las de Caracas. El cabildo valenciano, monárquico, hará el mismo esfuerzo, con igual o mayor determinación que Peñalver, y amenazará directamente a la capital de las nefastas consecuencias de tomar cualquier determinación antes de resolver la división de la provincia de Venezuela.

A estas advertencias los diputados caraqueños, mayoritarios en el congreso, hicieron caso omiso, urgidos por lo que ellos consideraban el problema fundamental, la independencia y el nuevo orden republicano. Ante la declaración de independencia de 1811, la importante presencia peninsular y el desconocimiento caraqueño a las pretensiones autonomistas, precipitan la división de la élite de la ciudad y del resto de sus componentes sociales. La insurrección de Valencia contra la república de 1811 daba cuenta de las tensiones ideológicas, regionales y sociales que caracterizaron la transición de una sociedad monárquica a los nuevos valores republicanos.

Una vez sometida la rebelión y asegurado el poder republicano en la ciudad, Valencia es declarada capital de la Confederación de las Provincias Unidas de Venezuela. Por una parte, dicha declaración alejaba la presión sobre Caracas, acusada casi por unanimidad, de la enorme preponderancia que efectivamente tenía sobre las otras ciudades de su provincia y sobre las demás provincias de la confederación. Pero el traslado de la capital federal a Valencia significaba que la élite de dicha ciudad quedaba desarmada del argumento de la capitalidad provincial pues se convertía en el centro político de la nación. Sin embargo, ¿qué poder tenían los valencianos sobre el congreso cuyos diputados seguirían siendo mayoritariamente caraqueños?, ¿o sobre las cortes de justicia?, ¿o sobre el ejecutivo federal?

El partido realista parecía neutralizado pues se había impuesto sobre ellos todo el peso de las instituciones republicanas, pero estas instituciones también serían ajenas al poder de los patricios valencianos partidarios de la independencia. Hasta Puerto Cabello, que no había tenido representación propia en el congreso por depender todavía del partido capitular valenciano, se había deshecho, por su nueva categoría de ciudad, de aquella incómoda tutela que arrastraba desde el siglo XVIII. La capitalidad de la nación se había convertido en un paliativo para asegurar la adhesión republicana de Valencia pero anulaba sus propósitos de un espacio sobre el cual ejercer poder.

De nuevo restablecida la autoridad de España, en 1812, el partido realista de la ciudad, renacido, trató de sacar provecho de la insurrección de 1811, escondiendo la colaboración autonomista con Caracas del 19 de abril de 1810. Valencia, decían los realistas, había reaccionado tarde, pero había demostrado, con sangre, su fidelidad a la monarquía, por lo tanto, merecía no sólo conservar sus fueros y privilegios autonómicos, sino que optaba a más, ahora, a la capitalidad de la Capitanía General de Venezuela, desplazando por completo a las "facinerosos e infieles" caraqueños. Su insistencia en la capitalidad fue reclamada en tres ocasiones a partir de 1812.

La crueldad de una guerra total que pronto se desataría entre venezolanos monárquicos y venezolanos republicanos, haría palidecer estas disputas regionales; pero más allá de las rivalidades geopolíticas, el asunto de fondo seguía siendo la pervivencia de la mentalidad del Antiguo Régimen y su larga y compleja transición, a lo largo del siglo XIX, hacia el paradigma de la Modernidad.

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(*) Juan Carlos Contreras. Historiador (ULA), Master en Historia (CSIC-Madrid) Magíster Ciencia Política (USB) Docente FACES UC-Maracay y UPEL-Maracay. PPI Candidato.

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