viernes, 1 de junio de 2012

Bajo el amparo del Nazareno de Achaguas


Nelson Acosta Espinoza

¿Practican nuestros líderes las políticas que imaginan los venezolanos? Esta interrogante presenta un alto nivel de abstracción y su repuesta implicaría adentrarse en los campos de la antropología y semiología. Pudiera pensarse, igualmente, que su despeje obedecería exclusivamente a una curiosidad académica sin implicaciones en el día a día de la actividad política y electoral. Hasta cierto punto es razonable esta duda. La vorágine del acontecer político ha archivado la reflexión intelectual sustituyéndola por un intenso pragmatismo. El marketing y sus subproductos han suplantado la elaboración teórica en este campo. Las urgencias prácticas han impuesto su tiranía.


No es mi intención abordar la complejidad que envuelve dar respuesta a esta pregunta. No sería posible en el formato de este breve artículo. A pesar de ello, voy intentar referirme a un aspecto de incidencia directa en la lucha electoral que se está desarrollando en el país. Me refiero a la relación que se establece entre cultura y política. En un primer intento de aproximación vale preguntarnos ¿qué entendemos por cultura y política? Sus relaciones ¿son antagónicas o complementarias? Bien, en forma sencilla, pudiéramos postular que la primera de estas dimensiones proporciona los contenidos que deben dar sentido a la política. En otras palabras, así entendida, la dimensión cultural suministraría las creencias que las libertades políticas deberían proteger; en consecuencia una cierta complementariedad debería existir entre estos aspectos de nuestra vida colectiva.

De esta constatación es posible derivar una conclusión de orden práctico transferible a la lucha política. Un discurso tiende a ser exitoso en la medida que se articula a los apegos primordiales que conforma la cultura de un grupo social determinado. Tratemos de explicar esta aseveración. La religiosidad popular, por ejemplo, constituye un marco dentro del cual se estructura identidades grupales que proporcionan una matriz indispensable para la formación de la identidad personal. Este apego primordial se encuentra enraizado en los fundamentos no racionales de la personalidad. Una propuesta discursiva que dé cuenta de este “hecho dado” tendría una alta probabilidad de tener éxito en relación a las que se sustentan en argumentaciones de sesgo racionalistas. Regresando a la interrogante inicial, un liderazgo que asuma estas particularidades culturales practicaría la política que se imaginan estos sectores de nuestra población. Desde luego, esta conclusión es extensible a otros componentes primordiales de la cultura como el habla, gastronomía, costumbres, etc.

Ahora bien, ¿qué papel juega el Nazareno de Achaguas? Sencillamente que su historia expresa esta relación complementaria entre cultura y política. El origen de su devoción se encuentra relacionado con el hecho político y militar de nuestra independencia y al liderazgo del general José Antonio Páez. Como comandante del Ejército de Apure tuvo la misión de dirigirlo hasta la ciudad de San Carlos. Antes de partir Páez se dedicó a orar en la iglesia de la ciudad prometiendo una solemne imagen de Jesús Nazareno si lograba la victoria en el campo de batalla. Es así como surgió un culto popular asociado a este hecho político y militar. Agregando valor al liderazgo político del General Páez y construyendo una forma de religiosidad que se identifica con “los sencillos y pobres” y que perdura hasta hoy día.

El candidato de la unidad va por buen camino. En sus recorridos afirma una visión de lo popular que contrasta con la mirada degradante implícita en el populismo asistencialista que práctica su adversario político. Debe insistir en esta estrategia: generar una narrativa cuyo contenido exprese estas emociones que definen las diversas formas de Ser venezolano.

De seguir bajo “el amparo de Nazareno de Achaguas”, Henrique Capriles estaría practicando la política que imaginan la mayoría de los venezolanos. Y esta circunstancia, sin duda, proporcionaría significado a su consigna de progreso. 

Enrumbándolo hacia su triunfo político y electoral.

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