Nelson Acosta Espinoza
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, ha presentado su memoria y cuenta en un mensaje a la nación televisado a todo el país, seis días después del plazo máximo otorgado por la Constitución.
Amigo lector, debo confesar que me siento confundido en relación a esta última alocución del ciudadano Presidente. Usted, desde luego se preguntará, en que ámbito de mi vida se asienta esa confusión. ¿En el público o en el privado? O, quizás, ¿en ambos? Pues bien, voy a ser honesto, mi embrollo reside en la circunstancia que no encuentro las herramientas conceptuales apropiadas para caracterizar esta última alocución del ciudadano presidente Nicolás Maduro. Desde luego, mi incertidumbre se ubica en el espacio del discurso público. Y, esta desazón, se intensifica ante el hecho de que estamos hablando de la primera personalidad pública del país. En corto, el Presidente de todos los venezolanos.
He indagado en torno algunas de las herramientas interpretativas que ofrecen las ciencias humanas en general (antropología, economía, psicoanálisis, semiología, etnopsiquiatría, teoría del discurso, etc.). He llevado a cabo este esfuerzo con la intención de encontrar instrumentos que me permitan adjetivar adecuadamente la intervención realizada en cadena nacional del día 21 por Nicolás Maduro. Este ejercicio se justifica, a mi parecer, por las expectativas que se habían generado en torno a su intervención, habida cuenta de la difícil situación económica, social y política que enfrentamos los ciudadanos.
El siempre recordado José Ignacio Cabrujas proporciona una primera pista en este ensayo de interpretación: en Venezuela el estado “es un brujo magnánimo dotado de poder para reemplazar la realidad por ficciones fabulosas…” Y, el Presidente, en concordancia con esta hipótesis ha encomendado a Dios el destino de la economía venezolana. Ha reemplazado lo real concreto por lo mágico religioso. “El petróleo nunca volverá a los 100 dólares. Dios proveerá. Jamás le faltará a Venezuela” Maduro no solo evadió los anuncios esperados por la población, sino que a tono con la idea del estado mágico, coloco en una instancia superior la seguridad económica y social de la población venezolana.
Desconozco la densidad de las lecturas del ciudadano Presidente. Pero siempre he tenido la impresión que Nicolás Maduro y, con mayor intensidad, el difunto Chávez, intentaban presentar la realidad como una instancia de naturaleza mágica (lo real maravilloso). De ahí esa constante, en sus discursos políticos, de distorsionar el tiempo, para que el presente se parezca al pasado.
Lo real maravilloso funcionó por un tiempo. El componente real lo proporcionaban los fabulosos ingresos petroleros. Ahora sólo queda el dispositivo mágico y pareciera que esta instancia ya no es suficiente para enfrentar la intensidad de la tormenta que se avecina.
El economista Miguel Ángel Santos ha señalado con franqueza la borrasca que se aproxima. Ante ella ningún recurso mágico religioso será suficiente para poder enfrentarla. El Estado Bolivariano, entendámoslo de un vez, ha entrado en su etapa agónica. Citémoslo en extenso: “El país de las colas para la comida, de las golpizas por champú, jabón y toallas sanitarias…es el país petrolero de ochenta dólares por barril. Venezuela, es de todos conocidos, vende el petróleo a noventa días. De manera que hoy está cobrando de acuerdo a los precios de octubre, A partir de abril empezaremos a tener una caja acorde con cuarenta dólares por barril. Ese, el de abril, será otro país...” Y, no habrá recurso mágico ni real maravilloso, agrego yo, que pueda abortar esa conmoción social que se avecina y, que de cierta forma, ya se ha instalado en el país. Dios nos agarre confesados.
Entonces amigo lector, sin la menor duda, la política ahora es así.
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