Nelson Acosta Espinoza
Se
aproxima un nuevo acontecimiento electoral. Los dos bloques que constituyen
formalmente la oposición democrática en el país han iniciado una suerte de
calistenia organizativa de cara a los venideros comicios del año 2015. Han
comenzado, por así decirlo, a ejercitar sus respectivos músculos discursivos y organizativos.
Por un lado, la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) organizó, hace pocos días,
una reunión que calificaron de "encerrona". En este evento debatieron
sobre las medidas apropiadas para garantizar la unidad y formular una
estrategia electoral que proporcione respuestas a las inquietudes ciudadanas:
inseguridad, alto costo de la vida, escasez, etc. Y, desde luego, proponer una salida a la crisis política y económica
que atraviesa el país. El otro polo, de
este espectro político, instaló el
Congreso de Ciudadanos. Iniciativa esta que ha sido concebida como un espacio
para la discusión amplia sobre un proyecto de país. Su propósito se encuentra
anclado en la necesidad de impulsar un cambio político hacia la transición
democrática. En cierto sentido, el peso de su actividad reposa más en esta meta
y no en urgencias de índole electoral.
Parece
apropiado, en el marco de este escenario, reflexionar sobre el sentido de la
política y su contextualización en este momento preciso del país. Formulemos
dos preguntas insidiosas ¿presupone la competencia electoral la actividad política?
¿Se dirimen en las urnas principios y propuestas reconocibles por los electores?
Para este relator, la experiencia de las últimas elecciones proporciona una
respuesta negativa a estas interrogantes. Disculpen el sesgo pesimista. Pero,
sin lugar a dudas, la tentación populista ha penetrado con su virus a la
cultura política que da forma a nuestra institucionalidad democrática. En otras
palabras, la competencia electoral tiende a imponer, por lo general, la
sustitución del debate de ideas por el uso de palabras vacías y el griterío
descalificador.
Démosle una vuelta a la tuerca y quitemos radicalidad
a la sentencia anterior. En cierto sentido, este mal reside en la dinámica
institucional que presupone el ganar elecciones. Para alcanzar este objetivo,
pareciera que se hace necesario no molestar el humor político de los
ciudadanos, Vale decir, no recordar "verdades amargas y retos
fatigosos". En fin, despolitizar el debate y no asumir los riesgos que
implicaría la oferta de una propuesta radical y contraria a los usos y
costumbres políticos institucionalizados. Máxime si ésta implica modificaciones
en las creencias y usanzas de los electores.
Sin
embargo, en este momento y circunstancia histórica, se impone enfrentar con
vigor esta tentación populista. Hay que asumir la Política (así con mayúscula)
y defender la democracia en tanto cultura. Es decir, que su amparo implica
debatir con firmeza aquellas ideas que harían de esta forma política más
democrática y participativa.
El
debate en la actualidad no es sobre procedimientos. Lo medular lo constituye la
forma apropiada y eficaz de cancelar este amargo período histórico. Se hace
necesario, entonces, abrir paso al futuro,
sin mesianismos y pragmatismos vulgares. Los dos eventos mencionados apuntan
hacia esa dirección. La "encerrona" de la MUD y el Congreso de
Ciudadanos están contribuyendo a la construcción de horizontes donde todos se
podrán encontrar sin violentar sus
respectivas identidades.
En
este preámbulo de las venideras elecciones de 2015 se me ocurre que habrá que
debatir, con sinceridad, sobre
"verdades amargas y retos fatigosos"
¡Cuidado con la tentación populista!
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