domingo, 18 de mayo de 2014

También hay calles largas


Simón García

Desde siempre la calle ha sido motivo de inspiración para poetas, pintores, novelistas, músicos o luchadores revolucionarios. De la defensa de los castillos aislados mediante murallas y fosos, se pasó a las barricadas dentro de los burgos.

Se dice que la primera vez que se usaron barricas de vino para cerrar una calle fue en Mayo de 1588, cuando los 16 prefectos de Paris decidieron realizar una protesta por motivos religiosos. En 1839, Luis Felipe, fue conocido como el Rey de las barricadas porque alcanzó el trono gracias a las revueltas revolucionarias de 1830. La pintura de Eugenio Delacroix, "La libertad guiando al pueblo", expresó esa novedad simbólica de las barricadas.

El tema ha pasado a ser el centro de un debate interno en la oposición, con una beligerancia tal que amenaza con sustituir la lucha principal contra el régimen por el empeño en debilitar o desconocer a cada uno de las partes involucradas en una alocada pugna por obtener la hegemonía en el liderazgo.

Hasta ahora el debate sobre las luchas de calle ha contribuido a dividirnos. Se ha pretendido presentar a la calle como una iniciativa subordinada a una parte del liderazgo opositor, cuando todos sabemos que se trata de un movimiento estudiantil que ha actuado con autonomía respecto a sus motivos, a sus contenidos, a sus formas de lucha y a sus objetivos.

Por supuesto que todo opositor debe desmarcarse claramente de la versión policial sobre el papel que las movilizaciones de calle han jugado desde el 12 de febrero. El calificativo de terroristas o agentes de violencia es aplicable con unánime propiedad a las ejecutorias gubernamentales. La persecución contra María Corina, Ledezma y Voluntad Popular es inaceptable.

Pero la calle tiene sus límites, especialmente si es un drene para la desesperación o se considera como una vía rápida, al margen del tamaño, la amplitud y la diversidad de las fuerzas sociales y políticas indispensables para adelantar los cambios. La calle congelada en un solo tipo de acciones termina por habituarnos a su rutina.

La calle también puede ser larga, como lo demuestra el fracaso del pronóstico de que con una semana más se saldría de Maduro. El diálogo sin calle es insuficiente, como la calle desconectada de los problemas reales que afectan a la gente es sólo un testimonio de coraje cívico.

Todos los que quieren mejorar la calidad, efectividad y amplitud de las luchas han comenzado a comprender que las protestas son el reflejo, aún parcial, de una resistencia muy de fondo de toda la sociedad venezolana. Por eso la división ideológica que ha jugado a favor del gobierno está perdiendo eficacia.

Muchos de los que sostienen la inevitabilidad de un cambio de sistema, no sólo de gobierno, saben que resultados de esta envergadura generalmente están situados algo más allá del principio de las luchas. No se le puede pedir a ningún proceso de cambios que genere los resultados finales de primero.

Una interrogante actual es si se desea llevar a sus extremos las disidencias en el seno de la oposición o si es urgente dedicar especiales esfuerzos para su reencuentro a partir de una debate sobre las diferencias, una reelaboración de la estrategia y una formulación de los principios para regular la realización de un plan común.

El agravamiento acelerado de la crisis debería acelerar las iniciativas para superar las actuales diferencias, recomponer la MUD y retomar una línea de cambio progresista que asegure bienestar y justicia social en condiciones de profundización de los derechos y la libertad.

¿Están los líderes de acuerdo o piensan amarrarse a una trifulca mas callejera que de proyectos de país?

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