martes, 30 de abril de 2013

Misión imposible en Venezuela




Publicado en El País (España) por Juan Jesús Aznarez el 29 de abril de 2013

El empeño de Henrique Capriles en exigir un recuento de los votos emitidos en las presidenciales venezolanas del 14 de abril certifica su valentía y temple, pero el líder opositor sabe que es misión imposible pretender que el Consejo Electoral y los tribunales de última instancia, controlados por el oficialismo, acepten su reclamación. Conseguir un nuevo escrutinio, la comprobación voto por voto, es prácticamente imposible dada la actual correlación de fuerzas. Capriles tiene dos opciones: la barricada, la desobediencia civil, o mantener izado el estandarte del robo electoral para repetir candidatura en las próximas consultas. De haber perdido por amplio margen, el joven abogado probablemente hubiera desaparecido del mapa, pero su derrota por una diferencia mínima y bajo sospecha, refuerzan la vigencia de su jefatura entre la agrupación opositora.

El candidato antigubernamental poco apoyo puede esperar de la comunidad internacional a sus impugnaciones pues, de grado o a regañadientes, casi todos los países ha reconocido la victoria de Maduro. España dudó al principio, pero cuando el presidente electo amenazó con represalias políticas y económicas, el canciller español cedió. Y a Maduro le importa un bledo que Estados Unidos haya subordinado el reconocimiento de su triunfo a un nuevo recuento. El alineamiento de Washington con la oposición tiene fácil venta entre las filas chavistas y entre los sectores más ideologizados de un subcontinente con razones históricas para la sospecha: quien reciba el apoyo político norteamericano es reo de complicidad y sometimiento a una nueva injerencia del imperio.

Luis Vicente León, presidente de Datanalisis, acierta al indicar que como la mitad de Venezuela desconfía de la otra mitad y del árbitro electoral, el asunto del recuento deja de ser técnico para convertirse en político y en ese terreno, la desconfianza es suficiente para tener derecho a revisar, abrir y contar, según escribió en un artículo publicado por el diario El Universal de Caracas. La ilustración chavista no desconfía, ratifica el escrutinio inicial y reclama a su derecho a defender la victoria de Nicolás Maduro con las siguientes consideraciones las partes aceptaron previamente las reglas de juego, y aunque la diferencia con el perdedor es corta, también puede serlo en otros países, incluido Estados Unidos. Y el resultado de Maduro no es malo porque, sin Chávez, y con una oposición a por todas, mantuvo el grueso del sufragio bolivariano. “Hubiera sido curioso que sacara más votos que el mismo Chávez”, señala el historiador Alexander Ugalde, profesor de Ciencia Política de la Universidad del País Vasco.

“¿Si hubiera ganado Capriles ya no habría un país dividido? ¡Claro que Venezuela está partida política y socialmente! Como otros países latinoamericanos y del mundo, porque hay proyectos políticos, económicos, sociales, internacionales, etc., distintos”, agrega Ugalde. La división es de vieja data: equivocado o no, Nicolás Maduro representa la opción de las transformaciones a favor de los más desfavorecidos, y Capriles, el regreso a la Venezuela clasista y neoliberal, según el profesor de la UPV. “La división es objetiva, no subjetiva; es histórica, no actual; tiene unas profundas causas, no inventada; es producto de una combinación de factores, no una consecuencia electoral”. La negativa gubernamental al recuento voto por voto encontró otro aliado en el Center for Economic and Policy Research (CEPR), cuya junta asesora incluye a los ganadores del Nobel Robert Solow y Joseph Stiglitz, y al profesor de Economía de Harvard Richard Freeman. Según el centro, es imposible que no se hubiese detectado un fraude en la auditoría del 53% de las máquinas de votación efectuada al final de la jornada electoral. “En las 20.825 cajas auditadas no se registró ni una sola discrepancia entre los totales de votos ofrecidos por las máquinas y el conteo manual de los comprobantes de voto”.

Si la irreversibilidad de los resultados es tal, el gobierno haría bien en aceptar el recuento, pero la pretensión opositora está abocada al fracaso. No obstante, hay motivos para el optimismo entre los grupos antigubernamentales porque, por primera vez en la Venezuela bolivariana, las urnas registraron una inesperada catarsis: el voto póstumo a Chávez no fue lo masivo e incondicional que cabía esperar porque quien lo pidió en su nombre demostró no ser el recambio esperado por los sectores más exigentes del chavismo, y porque la oposición multiplicó sus apoyos hasta el emparejamiento numérico. Las sumas y restas han debido encender todas las alertas en el palacio de Miraflores.

lunes, 22 de abril de 2013

Cacerola llena no suena



Nelson Acosta Espinoza
De entrada parece pertinente comentar  la elección que acaba de finalizar (¿?). Coloco el signo de interrogación  porque  este proceso aún  no ha finalizado. Se encuentran pendientes los resultados de las auditorias que llevará a cabo el Consejo Nacional Electoral. Debo confesar que no me hago ilusiones. Ojalá esté equivocado.

La primera observación es obvia. El mapa electoral del país cambió sustancialmente.  Veamos unos rasgos sobresalientes. Capriles Radonski arrancó al oponente unos 700.000 votos; obtuvo triunfos en ocho estados; en casi la totalidad de las capitales incluyendo Caracas y, lo que resulta más significativo, derrotó la narrativa oficialista que giraba sobre la idea que la oposición se asienta sobre los sectores medios y carecía de la sensibilidad para interpelar la mayoría popular del país. Este avance significativo en el plano electoral ha puesto en evidencia una realidad política: no existe  chavismo sin Chávez. Pareciera que el legado del presidente no es transferible a su “hijo”. Ese capital político tiende a reducirse con el pasar del tiempo y el cobro de las facturas heredadas del llamado socialismo del siglo XXI. Desde luego, este movimiento político seguirá siendo una fuerza política legítima y de raigambre entre la población. Sin embargo,  luce un tanto agotada y con dificultades inmensas para enfrentar la crisis institucional en la que se encuentra sumido el país.

Una reflexión. Me parece oportuno un reajuste en la apuesta discursiva de la oposición democrática para poder mantener y profundizar el espíritu de lucha en la población. Este objetivo se puede alcanzar vinculando el tema electoral con la problemática económica y social del país. Conexión esta que puede obtenerse a través de un relato que articule connotativamente los temas neurálgicos de la agenda del país. Me voy a permitir una digresión teórica sobre este tema. Veamos. Todo relato político se construye sobre una lógica. En el caso que nos ocupa, el relato democrático debería expresar la denominada lógica de la equivalencia. ¿En qué consiste esta lógica? ¿Cuál es su utilidad política? Su pertinencia reside en que a través de ella sería posible articular en una cadena connotativa los distintos eslabones simbólicos que expresan la crisis que experimentamos.

Démosle una vuelta a la tuerca y hagamos un breve ejercicio demostrativo. Por ejemplo, si las demandas por la pulcritud electoral entran en cadena de equivalencia con la de los sindicatos, los  universitarios, los maestros, los federalistas, etc., todas estas peticiones adquirirían una perspectiva más global. Es decir, interpelarían a la totalidad de la población y permitiría traspasar las barreras que hasta ahora han dividido discursivamente a los venezolanos. Debemos añadir a este logro, la circunstancia que estas demandas en cadena de equivalencia expresarían “algo” que sería común en todas estas confrontaciones (las electorales, salariales, políticas, etc.); este común denominador sería el rechazo al madurismo y el anhelo por un cambio democrático. A manera de ilustración, una consigna como un nuevo gobierno ya podría condensar la totalidad de las demandas señaladas. Desde luego, para producir este efecto discursivo se requeriría la intervención activa de los actores políticos democráticos y un liderazgo eficaz de parte de la  dirección política de la oposición.

¿Es factible una propuesta de esta naturaleza? Mi respuesta es afirmativa. Se encuentra ajustada dentro del contexto que define la coyuntura política. Primero, el "madurismo" inicia su gestión con un alto nivel de incertidumbre sobre su legitimidad de origen y de ejercicio y, segundo, en el marco de su gestión estallará la crisis que se ha venido gestando a los largo de esta última década. Al madurismo le resultará difícil tomar las medidas apropiadas para enfrentarla, so pena, de cuestionar la esencia socialista de su gobierno.

Es indispensable, entonces,  mantener el entusiasmo y optimismo de la población. Para ello se requiere, insisto,  ampliar el horizonte discursivo de la oposición. Apuntemos que “cacerola llena no suena”. Las de los venezolanos, como resultado de las políticas del gobierno, se encuentran vacías. El ruido de las cacerolas debe continuar.

El ardid y el valor



Enrique Krausse
Artículo publicado en El País el 23 de Abril 2013

A la memoria de Simón Alberto Consalvi

En su historia bicentenaria, Venezuela ha padecido la opresión como ningún otro país, y como ningún otro ha valorado la libertad. Fue la primera en decretar la independencia y fue la cuna del libertador. Su himno nacional es quizá el más antiguo de todos. Hace unos días, el venezolano Gilbson P. Beltrán me mandó por Twitter la que (según entiendo) es la versión original, tal como corría —con guitarra barroca y voz— en abril de 1810 en las calles de Caracas. La estrofa de inicio es la misma del himno actual:

Gloria al bravo pueblo
que el yugo lanzó
la ley respetando la
virtud y honor

Pero, por algún motivo, la estrofa siguiente no se canta ahora. Puede escucharse  con emoción contemporánea:

Pensaba en su trono que el ardid ganó
darnos duras leyes el usurpador
previó su cautela nuestro corazón
y a su inicuo fraude opuso el valor

Con la sola excepción de Haití, ningún país iberoamericano, ni siquiera México, sufrió una devastación similar a la de Venezuela en las guerras de independencia. No obstante, fueron tropas populares venezolanas las que contribuyeron decisivamente a la liberación de la actual Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia. En el camino, Venezuela perdió una cuarta parte de la población y casi toda su riqueza.

Merecía un destino mejor, pero el personalismo político —la herencia oscura del luminoso libertador— marcó su destino. A cada experimento de institucionalidad política (como el que inicialmente encabezó José Antonio Páez) siguió un período de inestabilidad, caudillismo y violencia, y a la postre una larga dictadura, que lo mismo podía ser de oropel y vanagloria (como la de Antonio Guzmán Blanco a fines del siglo XIX) o de hierros, grilletes y sangre (como la de Juan Vicente Gómez, en las primeras décadas del XX).

Frente al régimen de Gómez se alzó la Generación de 1928, que soñó una Venezuela democrática y trabajó por ella. La integraban, entre otros, Rómulo Betancourt, Jóbito Villalba y Miguel Otero Silva. Tras la muerte (en su cama, claro) del dictador en 1935, y luego de dos gobiernos castrenses moderados, una alianza entre civiles y militares propició las primeras elecciones libres en Venezuela, que llevaron al poder a un renombrado escritor, Rómulo Gallegos. Casi de inmediato, el golpe de Marcos Pérez Jiménez acabó con el ensayo. Siguió una dictadura de diez años. Pero los demócratas no cejaron. Y por fin, en 1959, Betancourt, Villalba y Rafael Caldera pactaron el advenimiento de la democracia: la Cuarta República.

Todos sabíamos que el Chavismo sin Chávez tendría fecha de caducidad pero no esperábamos que esa fecha se adelantara. Desde los prolegómenos de su campaña hasta los tiempos postreros de su vida, Hugo Chávez se empeñó en denigrar a la Cuarta República. Llegó al extremo de postular la casi inexistencia histórica de Venezuela entre la muerte de Bolívar (1830) y la llegada al poder del “nuevo Bolívar” (el propio Chávez) y el establecimiento de la Republica Bolivariana en 1999. Pero la verdad es otra. La Cuarta República tuvo tres períodos distintos. Los primeros tres lustros dejaron huella: fueron ejemplares en su pulcritud democrática, su efectiva vocación social y su extraordinario desarrollo económico. Los segundos quince años, marcados por un súbito auge petrolero, tuvieron logros educativos y culturales pero cayeron en el despilfarro y la corrupción, y condujeron a un shock económico que precipitó la violencia (el Caracazo de febrero de 1989) y la deslegitimación generalizada del régimen. Ante el desprestigio de la clase política y del ejercicio mismo de la política, no es casual que resurgieran los viejos instintos personalistas: poner la salvación del país en las manos de un hombre providencial, el Comandante Hugo Chávez.

Algún día, por fortuna no muy lejano, los venezolanos que apoyaron a Chávez tomarán conciencia del enorme costo que tuvo la reiterada decisión de mantenerlo en el poder. Costo, para empezar, económico. ¿Cómo fue posible —se preguntarán, se preguntan ya— que los más de 800,000 millones de dólares de ingresos petroleros —infinitamente superiores a los que nunca soñó la Cuarta República— se esfumaran hasta dejar un país hundido en la escasez y la inflación? ¿Cómo explicar que Venezuela tenga las reservas petroleras más altas del mundo y viva emergencias similares a las de Cuba? Y la explicación la encontrarán precisamente ahí, en Cuba, en la insensata voluntad de emular en Venezuela el modelo cubano, en la infantil dependencia que Chávez desarrolló frente a su astuto padre, Fidel Castro.

Pero si el daño económico ha sido inmenso, más grande ha sido el daño político (la concentración absoluta de poder en manos del endiosado presidente, el acoso a las libertades) y mayor aún el perjuicio moral: la inimaginable corrupción así como la discordia plantada desde el poder en el seno de los hogares venezolanos. Quizá el hipnotismo mediático de Chávez hubiera sostenido por un tiempo la ficción del Socialismo del siglo XXI, pero la naturaleza se opuso. Una rendija de esperanza se abrió recientemente para la democracia, si bien acotada por un marco electoral abusivo e inequitativo. Todos sabíamos que el Chavismo sin Chávez tendría fecha de caducidad pero no esperábamos que esa fecha se adelantara. Y de pronto, como en 1810, “previendo la cautela” de un poder si no “usurpador” sí opresivo, apareció el verdadero protagonista de la historia de Venezuela, el bravo pueblo que nunca olvidó el sentido de la libertad.

No sé si el Gobierno del vociferante Maduro pase la prueba de un recuento de votos. Pero si fuera así, está claro que Venezuela tiene un líder valeroso (Henrique Capriles) y una oposición unida. Al menos la mitad de los votantes sabe ya del ardid al que fue sometida por tantos años y reacciona con valor para restablecer pronto —en el referéndum revocatorio de 2015— la democracia plena, la libertad de expresión y la concordia. Y entonces sí, el siglo XXI será de los venezolanos (de todos los venezolanos), que sabrán emplear con responsabilidad su riqueza petrolera en un marco madurez política, “la ley respetando la virtud y honor”.

Enrique Krauze es escritor mexicano, director de la revista Letras Libres.

miércoles, 17 de abril de 2013

Fallece el profesor y amigo Rigoberto Lanz


Ha fallecido un apasionado propulsor de la investigación en las ciencias humanas en el país. Rigoberto Lanz se distinguió, no solamente por su invertebrada vocación inquisitiva, sino igualmente, por el ejercicio sistemático de un pensamiento irreverente y crítico. Hombre preocupado por el destino del país, Rigoberto fue un amigo de este Observatorio. 

Doctor en Ciencias Sociales. Profesor de la Universidad Central de Venezuela (UCV) Asesor de la Misión Ciencia Ministerio de Ciencia y Tecnología de Venezuela. Fundador del Centro de Investigaciones Post-Doctorales (CIPOST) Vice-Presidente del Observatorio Internacional de Reformas Universitarias (ORUS). Hacemos llegar a familiares y amigos nuestro sentimiento de condolencia.

Paz a sus restos.

Más allá del reconteo de votos


Asdrúbal Romero M.

Capriles, esta vez lo hizo muy bien. Está ejerciendo el rol natural que le corresponde: ser el líder político de esta mitad de Venezuela que el régimen, obstinadamente, pretende continuar desconociendo. De esta suprema responsabilidad no debe desprenderse. Si lo hubiese entendido así en la oportunidad anterior, quizás otros gallos estarían cantando en las madrugadas de este, hoy día, muy revuelto país.

¿Quién en verdad obtuvo la mayoría de los votos? Me temo que es una interrogante que con el transcurrir de los días se convertirá en misterio inescrutable. A eso juega el Gobierno. La información filtrada desde el mismísimo núcleo de totalización indicaba una ligera ventaja del 2% para Capriles, que se consolidaba en la medida que las transmisiones de las mesas iban arribando. Pero al final, siempre faltan las provenientes de los centros más remotos o la de los centros en los que hubo problemas en el funcionamiento automatizado, precisamente en los que la mano peluda tiene mayor libertad para accionar. Urnas desaparecen, unas por aquí, otras por allá, y así ni el legendario Sherlock Holmes podría averiguarnos el verdadero resultado.

En definitiva, se cumplió lo que muchos pronosticábamos: un cabeza a cabeza en la recta final que hacía muy difícil predecir el ganador. Muchas veces he dicho y también se lo he escuchado decir a otros: el día que los resultados sean muy reñidos, este gobierno, que ya nos ha aportado suficientes muestras de lo poco democrático que es, va a hacer lo que sea para no entregar. ¿Les extraña entonces lo que está ocurriendo? Había que ganar por nocaut, como cuando nuestros boxeadores venezolanos iban a disputarle el cetro mundial a los japoneses. Así que, dentro de lo impredecible, lo ocurrido a posteriori me parece absolutamente previsible. Cada cual elegirá a su ganador. En todo caso, para mí, el desconocimiento del mismo Maduro de lo que todos le escuchamos decir: que se cuenten los votos, más el nerviosismo y la premura con la que el CNE procedió a proclamarlo, me permite suponer, con legítima razón, que el fraude sí se produjo. Otra cosa es que se pueda demostrar.
¿Quiere esto decir que Capriles no está en lo correcto al solicitar el reconteo de los votos? No, en lo absoluto. Lo que él pide esta en total sintonía con lo que quieren sus seguidores. Los escenarios que se pueden presentar en los días por venir son muy diversos. Dependerá mucho del curso de acción elegido por el Gobierno para manejar esta crisis política. Ahora bien, si se mantiene en ese estado de “unificada tozudez” que escenificó en el acto de proclamación, implicará que ellos tendrán que cohabitar de ahora en adelante con el sentir, por parte de la mitad del país, de legítimo cuestionamiento a su legitimidad como gobierno. Esto les limitará, grandemente, en sus posibilidades de manejar la crisis socio-económica que apenas tenemos en ciernes. Que no se nos olvide, porque el país se haya mantenido ocupado en política y más política, no quiere decir que el tic tac del reloj detonador de la bomba atómica económica que nos amenaza se haya detenido.

De nuestro lado, los escenarios nos irán diciendo sobre la necesidad de regular el optimismo con relación a la consecución del objetivo político: el reconteo de los votos. Sin perder la sintonía con lo que quiere esa mayoría que se siente defraudada, será necesario hacer una reingeniería, sobre la marcha, de los objetivos de lucha. No hacerlo sería algo así como autoatraparnos en un combate que puede conducirnos al desgaste. La lucha hay que ampliarla con otros objetivos: ¡Reconteo de votos y aumento salarial ya! ¿Por qué no? El desconocimiento del triunfo de Capriles está impidiendo que una promesa suya no se esté concretando. Quizás, por ahora, el enarbolar esta bandera no le corresponda hacerlo a nuestro líder, pero es perfectamente válido que sus seguidores sí incorporemos a nuestra lucha el reclamo de las justas reivindicaciones sociales y económicas que se nos vienen difiriendo. Hay que conectar esa combatividad que está a flor de piel con objetivos sentidos por los que están de este lado y los del otro también.

En definitiva, me remito a la segunda oración con la que comencé este artículo. El 14 de abril este país cambió. La hegemonía del “hago lo que me dé la gana y ustedes se la calan” se acabó. Mutatis mutandi, el gran objetivo de lucha que debemos plantearnos, en un plazo que los acontecimientos dictarán, debe ser el reconocimiento de esta mitad del país que les adversa a los fines del establecimiento de las políticas de gobierno. Tenemos el legítimo derecho a que nuestra opinión sea tomada en cuenta, a ser realmente consultados, a que se busque el consenso y la concertación con nosotros de cara al difícil reto de gobernar a Venezuela. Y esto es traducible a decisiones concretas: diálogo real con el sector privado para reactivar la economía, restablecimiento de la bilateralidad en la discusión de las reivindicaciones de los trabajadores, designación de un CNE por consenso –como se hacía en la tan criticada IV República–, institucionalidad en el manejo de los recursos para los estados –con prescindencia de la identificación política de sus gobernadores–, devolución de competencias a las regiones, liberación de presos políticos, en fin, podría extenderse hasta el infinito esta mención a ejemplos concretos que se enmarcarían dentro de la nueva realidad política que debe surgir de este 14 de abril. 

Tenemos el líder, las ganas inmensas de luchar, la inteligencia y astucia necesaria para hacerle sentir al régimen que sin el reconocimiento a esta otra mitad no tienen país para gobernar.

Cuidado con el síndrome López Obrador


Nelson Acosta Espinoza

La torpeza de la presidenta del CNE y la debilidad genética del “presidente electo” están anidando los componentes para el surgimiento de una crisis política de carácter sistémico. Una expresión concreta de esta circunstancia es el hecho que el árbitro electoral está perdiendo su legitimidad apresuradamente. Su decisión de no atender el reclamo político del 50% de la población, aunado a la circunstancia de juramentar apresuradamente al “presidente” Nicolás Maduro a espaldas de esta inmensa porción de venezolanos, coloca al país al borde de una crisis orgánica cuyo desencadenamiento puede resultar impredecible. Desde luego, lo aspectos referidos anteriormente constituyen aristas de un paquete mayor. En breve, no existe un chavismo sin Chávez. Sin la presencia del líder, este movimiento carece de costuras y, desde luego, capacidad para afrontar la crisis orgánica que se avecina.

¿Qué escenarios se vislumbran? En forma resumida, la salida puede plantearse en una de estas vías. Un sector del oficialismo entra en razón y proceden al conteo del 100% de las cajas de votación. En este caso se aborta la incertidumbre que pudiera dar como resultado un derrumbe estrepitoso del sistema implantado por el chavismo. En otro escenario, la protesta de los sectores democráticos aumenta e incorpora sucesivamente a otros sectores de la sociedad venezolana (religiosos, económicos, sindicales, gremiales, estudiantiles, etc.). En este escenario puede presentarse una intervención sobrevenida, vale decir no esperada, de sectores que tengan un poder real con capacidad de restaurar la institucionalidad en la república. Lo apropiado y lo que puede preservar la salud de la república es la primera opción: un segmento oficialista inicia un acercamiento con la oposición en orden de propulsar una salida institucional a la crisis.

Para los sectores democráticos, se vislumbran dos espacios para la lucha y combate en el futuro inmediato. En el ámbito de lo táctico, se plantea enfrentar al gobierno solicitando la apertura del 100% de las cajas de votación. Imprescindible tarea en orden de mantener el nivel de entusiasmo y combate de la población. Esta petición debe hacerse con energía y convicción. No se puede defraudar a la población votante por HCR. Desde luego, evitar militar en el optimismo desmesurado. En campo estratégico, es imperativo conectar esta tarea con las luchas que derivan del deterioro económico que vive el país: contracción económica, desmesurado déficit fiscal, elevada inflación, acelerado endeudamiento, colapso de la producción nacional, fracaso de las estatizaciones, fuga de capitales, empobrecimiento generalizado. En fin, deterioro acelerado de las condiciones objetivas de vida de toda la población.

El país se encuentra en estado de ebullición. El tema del conteo de votos debería servir de combustible para alimentar la lucha por los otros aspectos que conciernen a toda la población: la partidaria del gobierno y de la oposición. En estos términos es que debemos entender la reconciliación. Reconciliarnos para superar este estado de cosas. 

Una advertencia: ¡ojo, cuidado con el síndrome López Obrador!

A propósito del I Ching – El libro de las mutaciones



Miguel A. Megias

El I Ching (se pronuncia i-ching) es un libro de origen chino, muy antiguo, que ha sido usado durante siglos para la adivinación. Lo he leído y utilizado muchas veces, no como oráculo, sino como texto que me ayuda a recomponer mi espíritu en los momentos de gran confusión, como es el caso actual.

Ya se nos había advertido, y no era preciso echar las monedas para adivinarlo, que las probabilidades de que la oposición democrática, encarnada en Henrique Capriles Radonski, pudiera superar la barrera de los 7 y pico millones necesarios para vencer al “hijo” de Chavez eran muy bajas. Tal vez nunca sepamos realmente lo que pasó, cuantos votos sacó cada candidato. Lo cierto, lo real, es que el Consejo Nacional Electoral (CNE), declaró el domingo 14 de abril ganador al señor Maduro, lo proclamó a toda velocidad al día siguiente, por si acaso (¿por si acaso que?¿Cual era el temor?) y ya, desde el martes 16 de abril, es el presidente en funciones, legítimo o no. ¡Y como le gusta mandar! En este primer día, martes 16 de abril, ha realizado tres cadenas nacionales de radio y televisión, emulando y hasta superando a su maestro y ductor, Hugo Chávez.

Ante estas realidades, no queda otra sino tratar de visualizar el futuro –de ahí mi referencia al I Ching. Lo que no es nada facil, a menos que se tengan los poderes que posee el vidente brasileño que todo lo adivina (Reinaldo Dos Santos).

En primer lugar, destaco que Maduro está radicalizando su gestión. Predigo que la radicalizará aún más, hasta que caiga –lo que ocurrirá tarde o temprano. Y es que quien gobierna en Venezuela, contrariamente a las apariencias, no es Maduro: hay otras fuerzas que se mueven en las sombras, con poderes por encima del poder, que son las que van dictando el quehacer al presidente. El error pronunciado por Maduro, este domingo, cuando se conoció el boletín del CNE (que “se cuenten las boletas”) no se volverá a repetir. Le han susurrado al oído, “a la derecha ni una sola concesión”, y así será. Las sombras saben que la única forma de mantenerse en el poder, habiendo estado tan cerca de perderlo en esta primera justa, es por medio de la represión y el miedo que tan bien les ha servido. Por tanto, contemos, de aquí en adelante, con más y mejor opresión en el mejor estilo fascista que tanto denuncian. Solo una orden superior, dada en las sombras al presidente de la Asamblea Nacional, puede explicar que para que un diputado de la oposición pueda expresarse tiene, primero, que aceptar a Nicolás Maduro como legítimo presidente de Venezuela. Esa muestra del más puro fascismo, la hemos vivido el martes 16 de abril a sólo tres días de la celebración de la emblemática fecha, el 19 de abril de 1810, cuando se constituye en Caracas la Junta Suprema Conservadora de los Derechos de Fernando VII. ¡Tremendo contraste con aquel entonces!

La sombra se pregunta: ¿si un país ha podido ser dominado, maniatado, sometido, tiranizado y avasallado durante 54 años, porque no repetirlo en Venezuela? Esa es la lógica revolucionaria. Controla y vencerás. Amedrenta y lograrás dominar a todas la sociedad. Pero esto no es tan facil como parece. Y es que Venezuela posee en sus genes un ADN democrático, pues ha vivido en libertad (aunque los gobiernos tuvieran muchas fallas, que todos admitimos) durante 40 años y posee anticuerpos contra el totalitarismo. Eso se demostró varias veces en la historia; el caso más reciente ocurrió en durante el (falso) plebiscito de 1957, protagonizado por el general Marcos Pérez Jiménez que lo condujo, dos meses después, al abandono del poder y al exilio. La radicalización comienza en el CNE (“ninguna concesión a la derecha golpista…”) y continúa en todos los órganos del gobierno. Es la fuga hacia delante. ¿Cuanto durarán los actuales actores. El lector juzgará.

Frente a lo que se nos viene encima, tenemos a un hombre superior, Henrique Capriles Radonski, que sin duda sabrá que hacer y como hacerlo. Y aquí si que vuelvo al I Ching, y lo que se dice del hombre superior:

“CHÜN TZU (el Hombre Superior) es como se designaba al noble durante la dinastía CHOU.

No se trata de un hombre superior en poder, fuerza o riqueza, sino en cultura, en bondad y en reconocimiento por los demás. El “hombre superior” es un aspecto de la personalidad, que puede ser dominante o no. El “hombre superior” a diferencia del “hombre inferior” está desprovisto del “falso yo” que adquirimos a medida que perdemos nuestra inocencia innata. La esfera “de la ilusión” o de la experiencia individual limitada, el MAYA hindú, favorece el desarrollo del “falso yo”, nos aleja de la “realidad última” pero no lo deja fuera de nuestro alcance, a pesar de esta coraza, con reflexión y perseverancia podemos abrirnos paso hasta alcanzar la sabiduría. En el I Ching econtramos referencia como la de que hay que ser paciente con aquellos que cometen imprudencias, como un maestro con su pupilo, ya que las ocurrencias de éste son debidas a su falta de madurez, o bien por estar bajo influencia de ideas equivocadas.

Esta ética del “yo verdadero” se refleja en valores recurrentes en el I Ching, como son el valor de la modestia, de la inocencia, y lo importante de ser perseverante (“el hombre superior persevera”). El “hombre superior” debe permanecer firme por fuera, pero ser blando por dentro, así resistirá el acoso del “hombre inferior”, hará frente a las dificultades, pero podrá adaptarse a las situaciones de cambio, rectificando de dirección cuando sea necesario.”

Mi predicción (no hace falta ser un genio para adivinar esto) es que vienen tiempos difíciles, muy difíciles  Que con la actitud demostrada hasta ahora por el gobierno (intransigencia absoluta hacia quienes no comparten sus valores), no podrá resolver los problemas políticos y, sobre todo, los económicos pues para ello se requeriría el apoyo y aporte de quienes califican como “derecha golpista”, para con la que no habrá ninguna concesión. La radicalización será la causa de su caída  tarde o temprano. Esa es mi otra predicción. 

Entretanto, aprendamos a esperar, tal como nos indica el proverbio árabe (o chino, según otros autores): “Sientate a la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo”.

domingo, 7 de abril de 2013

El Vudú de Nicolás


Nelson Acosta Espinoza

“De repente entró un pajarito, chiquitico, y me dio tres vueltas acá arriba”, dijo señalando su cabeza e imitando un aleteo.

El pájaro, prosiguió Maduro algo emocionado, “se paró en una viga de madera y empezó a silbar, un silbido bonito”, dijo imitándolo.

“Me lo quedé viendo y también le silbé, pues. ‘Si tú silbas yo silbo’, y silbé. El pajarito me vio raro, ¿no? 

Silbó un ratico, me dio una vuelta y se fue y yo sentí el espíritu de él”, remarcó.

Cómo calificar este breve relato donde el candidato Maduro narra su encuentro con el difunto presidente Hugo Chávez Frías: ¿Realismo mágico? ¿Incursión en lo real maravilloso? ¿Delirio? Veamos.

Maduro carece de la formación literaria como para articular a su discurso político lo que Alejo Carpentier definió como real maravilloso. No creo que anduviera invocando a “Mackandal” (personaje de la novela de Alejo Carpentier “El Reino de este Mundo”) que con sus poderes licantrópicos se transformaba en diversos animales. Desde luego, tampoco se desenvuelve en el tiempo circular que prevalece en Macondo, ni hace ejercicio de “realismo mágico” para intentar comunicarse con los muertos. ¿Qué intenta, entonces, Maduro con esta invocación mágica hacia el espíritu del finado presidente? ¿Cuál vacío pretende llenar? Intentemos esbozar una breve explicación.

El chavismo en sus catorce años ejerciendo el poder no ha podido desarrollar una propuesta ideológica coherente y compartida por la mayoría de los venezolanos. La realización de su apuesta política no ha podido superar la de un populismo distribucionista de la renta petrolera. Sus ideas fuerzas -socialismo del siglo XXI, revolución bolivariana- no se transformaron en ejes para la construcción de un nuevo discurso político, ni crearon la base para la solidificación de una “forma de vida” cónsona con estos preceptos ideológicos. Su oferta nace y muere con el ciclo vital de su líder.

Entonces, ¿dónde pudiera el chavismo encontrar su sentido de trascendencia? ¿Cómo solventar este inmenso fracaso histórico? Una repuesta a esta interrogante la proporciona el episodio del “pajarito” que narra el candidato Nicolás Maduro. Se pretende ocupar esta vacante discursiva con invocaciones cercanas a ciertas formas de religiosidad popular prevalecientes en el mundo de vida de muchas comunidades venezolanas. “San Hugo Chávez”, pretensión de deidad que ya comienza, por obra del estado venezolano, a poblar iglesias y capillas; graffitis imitando la “Última Cena” donde el difunto presidente aparece como el apóstol número trece; dibujos animados donde Chávez es recibido en el cielo por Jesucristo, la Virgen María y Simón Bolívar; mausoleo para que los feligreses de esta nueva fe hagan sus ejercicio espirituales y transformen a este lugar en sitio de peregrinación. En fin, un orquestado intento, desde los aparatos de estado, para crear un suerte de nuevo sincretismo religioso que pueda proporcionar la argamasa para sostener ese “saco de gatos” que es el chavismo ya huérfano de su líder y conductor.

Desde luego, esta nueva narrativa obedece, entre otras circunstancias, a los imperativos que impone la campaña electoral. Se sabe que el candidato oficialista carece de preparación, carisma y estatura política para enfrentar con éxito los retos de esta campaña. Esta operación mágico religiosa, así lo percibe su comando de campaña, es indispensable para mantener su candidatura a flote. La pregunta salta a boca de jarro ¿será suficiente esta maniobra discursiva? Pareciera que el mero intento de llevarla a cabo delata la fragilidad de su apuesta electoral. Dejémoslo claro de una vez: Maduro no es Francois Duvalier (Papa Doc) ni en Venezuela hay espacio político para que florezcan expresiones de corte teísta-animista como en el Vudú.

Finalicemos con esta observación. Una nueva estética y lirismo político enfrenta este burdo intento de crear una nueva religiosidad político electoral. Ya lo hemos señalado: frente a la estética eclesial, triste y amarga que propicias la entrega total al líder “yo soy hijo de Chávez”, el campo democrático, ahora sí, está enmarcando su campaña en una estética de signo contrario. La voluntad de cambio comienza a ser expresada emocionalmente: alegría, optimismo, belleza, juventud, esperanza, etc.

Estas elecciones debemos asumirlas como una gran fiesta donde los partidarios de Capriles se funden en la calle con sus semejantes al ritmo vertiginoso de su futuro triunfo político. 

No son pajaritos… la alegría ya viene para todos los venezolanos.

Teoría de la necrocracia revolucionaria



Alberto Fernández
Candidato a Doctor en Ciencias Políticas en la 
New School for Social Research.
(artículo tomado de LetrasLibres.com)


Se puede definir sucintamente a la necrocracia revolucionaria como el régimen político en el que el poder permanece en manos del dirigente que instauró el régimen revolucionario tras su muerte. Usualmente la necrocracia es un periodo de transición que dura hasta que el sucesor se ha instalado firmemente al mando del timón del Estado para continuar, en sus propios términos, el proyecto iniciado por el necrócrata cuando estaba vivo.

La necrocracia se ubica en las antípodas de la democracia según Claude Lefort. Siguiendo la clásica discusión de Ernst Kantorowitz sobre la visión medieval del cuerpo político (body politic), basada en el concepto de los dos cuerpos del rey inseparables entre sí, el cuerpo físico y el cuerpo místico que representa la unidad del Estado, Lefort señala que ésta es precisamente la razón por la cual los revolucionarios han debido ejecutar al rey como acto fundacional de la democracia, para que al eliminar el cuerpo que representa la soberanía política el poder se vacíe de toda sustancia eterna y quede como un espacio abierto para ser ocupado temporalmente por cualquiera. En la necrocracia, es precisamente este temor al vacío de poder, literalmente hablando, lo que exige la preservación y exhibición del cadáver del líder de la revolución junto con la reconstrucción de su última voluntad política, de modo que la muerte física del líder no constituya una ruptura en la vida del régimen.

La historia del siglo XX está llena de necrócratas ilustres surgidos de regímenes revolucionarios de izquierda: Lenin, Mao, Ho Chi Min, Kim Il-Sung, y el ejemplo en ciernes de Hugo Chávez. Una vez muertos, los padres de la revolución fueron todos embalsamados y sus cuerpos exhibidos para la veneración pública, mientras ocurrían tras bambalinas los ajustes, intrigas y purgas al interior del grupo gobernante hasta la consolidación de un sucesor viable. Una vez firmemente asentado el sucesor en el poder termina la fase activa de la necrocracia, aquella en la que la voluntad del necrócrata, constantemente invocada por sus seguidores y adaptada permanentemente a las cambiantes circunstancias, norma la vida del Estado, y se transita a una fase recesiva, en la que la necrocracia deja de ser propiamente tal y sólo queda un residuo de necrofilia cívica, común a todos los regímenes políticos, democráticos y no, que guardan y veneran reliquias de sus fundadores, venados y otros cuadrúpedos incluidos.

Central al régimen necrocrático es la figura del Embalsamador, el primero de entre los posibles sucesores que propone la preservación del cadáver del Fundador. Generalmente el Embalsamador es el puntero en la línea de sucesión y el embalsamamiento le permite reclamar para sí el monopolio de la interpretación de la voluntad del necrócrata e iniciar las purgas con base en ella, pero no todos los Embalsamadores lograron sobrevivir a la transición necrocrática. Stalin y Kim Jong-Il son ejemplos exitosos, pero la infausta Sra. Mao y su Banda de los Cuatro son un ejemplo en contrario. La figura del Embalsamador y el proceso de embalsamamiento nos permiten establecer ciertas características del régimen del que surgen. Por un lado, aunque en el diseño institucional existan mecanismos formales para llevar a cabo la sucesión en el poder, el marco institucional fue debilitado a tal punto por el Fundador que la sucesión es una danza precaria al filo de la navaja en la que priva el instinto de los contendientes. Por supuesto, los procesos informales para la sucesión no operan en el azar absoluto; el embalsamamiento en sí mismo revela la función legitimadora de la enorme popularidad del líder fenecido. Por otro lado, aunque esto parezca redundancia, el embalsamamiento es una muestra de que las instituciones del Estado han sido capturadas por un grupo de poder que basa su dominio en una teoría –o ejercicio de fuerza bruta- que excluye de entrada a varios grupos como contendientes legítimos. El cadáver embalsamado es una especie de placeholder que ataja toda pretensión de poder de los grupos indeseables.

La breve e incierta necrocracia de Hugo Chávez revela varios aspectos de este tipo peculiar de régimen político. Aunque Venezuela es formalmente un régimen plural y democrático, en práctica tras la muerte de Chávez el discurso del Embalsamador Maduro niega contundentemente la legitimidad de una sucesión por fuera del chavismo. La rapidez con la que Maduro se movilizó para monopolizar la herencia del necrócrata es una obvia respuesta a la última voluntad claramente en su favor, pero también sugiere la presencia de corrientes diversas en el seno del movimiento que requerían acciones prontas y contundentes para evitar un proceso de centrifugación. Sin embargo, la necrocracia venezolana sufrió un serio traspié cuando, en un despliegue de la ineficiencia que muchos venezolanos critican del gobierno chavista, el Embalsamador hubo de reconocer que no tenía la capacidad técnica para embalsamar al Fundador. Por ello, Maduro ha debido recurrir al realismo mágico más pedestre para mantener viva la imagen del necrócrata actuante: un cabildero celestial que le sugiere papas a Jesucristo, un pajarito silbadorque anima la campaña presidencial. Es fácil descalificar esos excesos discursivos como bufonadas de un aprendiz de bufón, pero el mensaje político es claro: Chávez sigue al frente del timón a través de Maduro.

De manera fundamental, la incierta necrocracia venezolana, como todas las otras necrocracias de izquierda, revelan un enorme vacío o error de diseño en todas las teorías de la llamada democracia popular. Cuando los proponentes de los regímenes populares, de Lenin a Laclau, se proponen colocar al pueblo (o proletariado) directamente en el ejercicio del poder, trascendiendo las limitaciones o el “engaño” de la representación popular en la democracia liberal, se olvidan de elaborar una sub-teoría del día después: el ejercicio directo del poder popular tras la muerte del líder. Si el pueblo verdaderamente estuviera al mando no habría necesidad de reconstruir el cuerpo político a través de un cadáver embalsamado. Con perdón de Aristóteles, se puede decir la necrocracia revolucionaria es la forma impura de la democracia popular.

Los Universitarios y el país: Capriles, una batalla moral


Luis Enrique Vizcaya Subero

Uno de los misterios más grandes de la política y la guerra, lo mismo según algunos, es la victoria inesperada lograda por impulsos morales extraordinarios, de naturaleza casi sobrehumana. Son esos procesos históricos donde una fuerza abundada en recursos de toda naturaleza es vencida por otra que adolece de ventajas materiales pero inflamada por una autoridad y una fortaleza morales, y una verdad que inspira sus contingentes y lo lanza al triunfo.

La historia está llena de esos capítulos prodigiosos; nuestra propia guerra de independencia y la lucha reciente por la democracia son un muestrario de estos hechos extraordinarios. Es precisamente este combustible moral el que comienza a dispensar por todo lo ancho del país Henrique Capriles Radonski justo en un momento crucial para nuestro destino como nación, minado de incertidumbres económicas, sociales y políticas.
La excesiva racionalización de la política, la banalización de las campañas electorales, los cálculos numéricos pueden llevarnos a desconfiar de nuestras propias reservas morales y políticas. Cada cosa en su lugar, los manejos racionales son básicos, los aspectos estratégicos y organizacionales son vitales pero ha sido la adrenalina el perfume histórico de los grandes cambios. Lo que quiero resaltar es la necesidad de poner en tensión y emergencia todas nuestras capacidades emocionales para una lucha que nos conmina a escoger por la vida o el desastre social.

Se hace necesario disponer de una energía extraordinaria para echar el resto y jugarnos cada voto cuerpo a cuerpo y casa por casa. De lo contrario tendríamos que aguardar hasta el 2019, trayecto en el cual se expone nuestra sociedad a riesgos terribles ante la envergadura de la crisis en la cual estamos sumergidos.

Esta argumentación parece idealista sino conociéramos lo que ocurrió en la guerra de Vietnam, donde un pueblo desnutrido y apertrechado con bambú y energía moral se levantó sobre su verdad independentista ante un invasor poderosísimo y armado de mortífera tecnología; nos bastaría con recordar a Sudáfrica donde Nelson Mandela condujo su pueblo a la victoria apelando a la fuerza moral de la condición humana frente una minoría que tenía todo el poder.

Son abundantes nuestros propios ejemplos; sería suficiente citar el alcance histórico y de aliento democrático de la generación del 28 frente a la dictadura de Gómez; hablemos del espíritu del 23 de enero que dio al traste con el régimen de Pérez Jiménez, cercanamente tenemos la victoria en el referéndum que rechazó la reforma constitucional.

Sería un gravísimo error subestimar nuestras potencias morales históricas, o dudar ante un adversario que dispone de todos los poderes y recursos del Estado pero debilitado en su brillo redentor original, perdido a punta de ineficiencia, corrupción y pensamientos mellados por la historia.

En fin, de lo que se trata es de cómo David venció a Goliat.