domingo, 7 de abril de 2013

El Vudú de Nicolás


Nelson Acosta Espinoza

“De repente entró un pajarito, chiquitico, y me dio tres vueltas acá arriba”, dijo señalando su cabeza e imitando un aleteo.

El pájaro, prosiguió Maduro algo emocionado, “se paró en una viga de madera y empezó a silbar, un silbido bonito”, dijo imitándolo.

“Me lo quedé viendo y también le silbé, pues. ‘Si tú silbas yo silbo’, y silbé. El pajarito me vio raro, ¿no? 

Silbó un ratico, me dio una vuelta y se fue y yo sentí el espíritu de él”, remarcó.

Cómo calificar este breve relato donde el candidato Maduro narra su encuentro con el difunto presidente Hugo Chávez Frías: ¿Realismo mágico? ¿Incursión en lo real maravilloso? ¿Delirio? Veamos.

Maduro carece de la formación literaria como para articular a su discurso político lo que Alejo Carpentier definió como real maravilloso. No creo que anduviera invocando a “Mackandal” (personaje de la novela de Alejo Carpentier “El Reino de este Mundo”) que con sus poderes licantrópicos se transformaba en diversos animales. Desde luego, tampoco se desenvuelve en el tiempo circular que prevalece en Macondo, ni hace ejercicio de “realismo mágico” para intentar comunicarse con los muertos. ¿Qué intenta, entonces, Maduro con esta invocación mágica hacia el espíritu del finado presidente? ¿Cuál vacío pretende llenar? Intentemos esbozar una breve explicación.

El chavismo en sus catorce años ejerciendo el poder no ha podido desarrollar una propuesta ideológica coherente y compartida por la mayoría de los venezolanos. La realización de su apuesta política no ha podido superar la de un populismo distribucionista de la renta petrolera. Sus ideas fuerzas -socialismo del siglo XXI, revolución bolivariana- no se transformaron en ejes para la construcción de un nuevo discurso político, ni crearon la base para la solidificación de una “forma de vida” cónsona con estos preceptos ideológicos. Su oferta nace y muere con el ciclo vital de su líder.

Entonces, ¿dónde pudiera el chavismo encontrar su sentido de trascendencia? ¿Cómo solventar este inmenso fracaso histórico? Una repuesta a esta interrogante la proporciona el episodio del “pajarito” que narra el candidato Nicolás Maduro. Se pretende ocupar esta vacante discursiva con invocaciones cercanas a ciertas formas de religiosidad popular prevalecientes en el mundo de vida de muchas comunidades venezolanas. “San Hugo Chávez”, pretensión de deidad que ya comienza, por obra del estado venezolano, a poblar iglesias y capillas; graffitis imitando la “Última Cena” donde el difunto presidente aparece como el apóstol número trece; dibujos animados donde Chávez es recibido en el cielo por Jesucristo, la Virgen María y Simón Bolívar; mausoleo para que los feligreses de esta nueva fe hagan sus ejercicio espirituales y transformen a este lugar en sitio de peregrinación. En fin, un orquestado intento, desde los aparatos de estado, para crear un suerte de nuevo sincretismo religioso que pueda proporcionar la argamasa para sostener ese “saco de gatos” que es el chavismo ya huérfano de su líder y conductor.

Desde luego, esta nueva narrativa obedece, entre otras circunstancias, a los imperativos que impone la campaña electoral. Se sabe que el candidato oficialista carece de preparación, carisma y estatura política para enfrentar con éxito los retos de esta campaña. Esta operación mágico religiosa, así lo percibe su comando de campaña, es indispensable para mantener su candidatura a flote. La pregunta salta a boca de jarro ¿será suficiente esta maniobra discursiva? Pareciera que el mero intento de llevarla a cabo delata la fragilidad de su apuesta electoral. Dejémoslo claro de una vez: Maduro no es Francois Duvalier (Papa Doc) ni en Venezuela hay espacio político para que florezcan expresiones de corte teísta-animista como en el Vudú.

Finalicemos con esta observación. Una nueva estética y lirismo político enfrenta este burdo intento de crear una nueva religiosidad político electoral. Ya lo hemos señalado: frente a la estética eclesial, triste y amarga que propicias la entrega total al líder “yo soy hijo de Chávez”, el campo democrático, ahora sí, está enmarcando su campaña en una estética de signo contrario. La voluntad de cambio comienza a ser expresada emocionalmente: alegría, optimismo, belleza, juventud, esperanza, etc.

Estas elecciones debemos asumirlas como una gran fiesta donde los partidarios de Capriles se funden en la calle con sus semejantes al ritmo vertiginoso de su futuro triunfo político. 

No son pajaritos… la alegría ya viene para todos los venezolanos.

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