Luis Enrique Vizcaya Subero
Uno de los misterios más grandes de la política y la guerra, lo mismo según algunos, es la victoria inesperada lograda por impulsos morales extraordinarios, de naturaleza casi sobrehumana. Son esos procesos históricos donde una fuerza abundada en recursos de toda naturaleza es vencida por otra que adolece de ventajas materiales pero inflamada por una autoridad y una fortaleza morales, y una verdad que inspira sus contingentes y lo lanza al triunfo.
La historia está llena de esos capítulos prodigiosos; nuestra propia guerra de independencia y la lucha reciente por la democracia son un muestrario de estos hechos extraordinarios. Es precisamente este combustible moral el que comienza a dispensar por todo lo ancho del país Henrique Capriles Radonski justo en un momento crucial para nuestro destino como nación, minado de incertidumbres económicas, sociales y políticas.
La excesiva racionalización de la política, la banalización de las campañas electorales, los cálculos numéricos pueden llevarnos a desconfiar de nuestras propias reservas morales y políticas. Cada cosa en su lugar, los manejos racionales son básicos, los aspectos estratégicos y organizacionales son vitales pero ha sido la adrenalina el perfume histórico de los grandes cambios. Lo que quiero resaltar es la necesidad de poner en tensión y emergencia todas nuestras capacidades emocionales para una lucha que nos conmina a escoger por la vida o el desastre social.
Se hace necesario disponer de una energía extraordinaria para echar el resto y jugarnos cada voto cuerpo a cuerpo y casa por casa. De lo contrario tendríamos que aguardar hasta el 2019, trayecto en el cual se expone nuestra sociedad a riesgos terribles ante la envergadura de la crisis en la cual estamos sumergidos.
Esta argumentación parece idealista sino conociéramos lo que ocurrió en la guerra de Vietnam, donde un pueblo desnutrido y apertrechado con bambú y energía moral se levantó sobre su verdad independentista ante un invasor poderosísimo y armado de mortífera tecnología; nos bastaría con recordar a Sudáfrica donde Nelson Mandela condujo su pueblo a la victoria apelando a la fuerza moral de la condición humana frente una minoría que tenía todo el poder.
Son abundantes nuestros propios ejemplos; sería suficiente citar el alcance histórico y de aliento democrático de la generación del 28 frente a la dictadura de Gómez; hablemos del espíritu del 23 de enero que dio al traste con el régimen de Pérez Jiménez, cercanamente tenemos la victoria en el referéndum que rechazó la reforma constitucional.
Sería un gravísimo error subestimar nuestras potencias morales históricas, o dudar ante un adversario que dispone de todos los poderes y recursos del Estado pero debilitado en su brillo redentor original, perdido a punta de ineficiencia, corrupción y pensamientos mellados por la historia.
En fin, de lo que se trata es de cómo David venció a Goliat.
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