El presente artículo fue publicado originalmente en el blog labragaazul. Reproducimos aquí los interesantes argumentos del autor
Octavio Acosta Martínez
Tarea difícil ésta para mí, el tratar de escribir algo sobre política en esta época (hoy es 21/12/12) cuando estamos en los preparativos para la elaboración de las hallacas, las gaitas y aguinaldos inundan el ambiente y nos encontramos en el clásico corri-corri previo a la noche del 24. Pero es que cuando enciendo el televisor y sintonizo un canal nacional, o leo la prensa escrita, el tema siempre está ahí: el análisis de los resultados de las elecciones para gobernadores. Y dentro de éste, el fenómeno de la abstención y su incidencia en dichos resultados, surgiendo ella como la gran culpable de la derrota de la propuesta (¿hubo una “propuesta”?) de la tolda opositora. Como desde antes de este último proceso electoral me he sentido bombardeado por un discurso tendente primero, a disuadirme(nos) de cualquier intención abstencionista, y después a calificarme(nos) –más bien “descalificarme(nos)”- y culparme(nos) por el fracaso obtenido, siento como la necesidad de referirme a algunos de estos argumentos esgrimidos. Dado que dentro la división del trabajo casero inmediato me corresponde la honrosa tarea de limpiar las hojas para las hallacas, iré directamente al grano para salir rápido de esto…
La indiferencia
Es una forma simplista de ver las cosas si se piensa –y se dice- que la abstención es un acto de indiferencia. ¿Por qué no pensar que es la impotencia de no encontrar opciones válidas en el menú electoral que se presenta? Muchas veces he ido a un restaurante y no ha habido nada de lo que he deseado comer. Por las razones que sea el restaurante me presenta unas pocas opciones, todas de mi total desagrado, sabiendo además que cualquiera de ellas es mala para la gastritis que he sufrido durante mucho tiempo ¿Qué haría usted en mi caso? ¿Comería obligado cualquier cosa? Yo no, si quienes me acompañan desean hacerlo, que les aproveche. A mí, particularmente me cae muy mal el pollo y también me hacen daño los amelia chávez ¿Indiferencia? La abstención, como fue mi caso –y sospecho que el de algunos miles más- fue un acto de inconformidad y de rechazo, de no identificación con ninguno de los líderes que me presentaron en el menú. Quizás en otro Estado habría tomado una decisión diferente, pero no aquí en Carabobo donde la abstención, por cierto, sobrepasó ligeramente el 50% (por encima de la media nacional). Los analistas políticos deberías estudiar estas cifras y darles una explicación ¿Será que hay un 50% de “indiferentes” en este Estado?
El deber de votar
Entiendo que votar es un derecho, pero ¿es también un deber? Y si es un deber ¿de qué tipo lo es? Por lo menos legalmente no. Obligatoriedad y derecho no son la misma cosa. Hubo un tiempo en que sí lo fue y era castigado si no se hacía. Por ejemplo, uno tenía que presentar un comprobante (calcomanía sellada en la cédula, u alguna otra cosa) ante la taquilla de un Banco para poder cobrar el sueldo. Tampoco podía firmar ciertos documentos ni viajar. Por alguna razón estas medidas fueron abolidas y el votar se convirtió en un acto de voluntad individual ¿Cuál habrá sido la razón para eso? Hay muchas, tema para otro debate que asumiremos en su debida oportunidad. Por ahora dejo el planteamiento de que la abstención es un derecho tan legítimo como el de votar.
¿Será un deber político? Depende del contexto y del votante. Mi abstención fue una postura política, de protesta, ante el chantaje a que se me quiso someter: o comes pollo o te pintas de rojito.
Datos adicionales para el análisis
En dos países que son considerados como ejemplos de estabilidad democrática en el mundo, Estados Unidos y Suiza, los niveles de abstención están alrededor del 50% en uno y sobrepasa el 40% en otro ¿Tendrá la abstención una interpretación única dondequiera que se presente?
“Si no votas, después no tendrás derecho a reclamar nada”. Éste es uno de los argumentos más curiosos de los que he escuchado. Si no voto pierdo todos mis derechos. Cualquier cosa me pueden hacer, cualquier cosa me puede pasar. Me pueden atropellar, pueden abusar de mí y de mi familia, me pueden cobrar lo que sea por cualquier cosa, me pueden atracar en la calle, me pueden cortar la luz y el agua cuantas veces quieran, me pueden cobrar los precios más exorbitantes por cualquier bien, me pueden cerrar las puertas para cualquier gestión oficial ya que aparezco en una llamada Lista de Tascón… y pare usted de contar; pero yo no tengo derecho a reclamar, por el sencillo hecho de que ejercí el derecho que tengo de abstenerme. Pienso que bajo este argumento a los gobiernos autoritarios debería convenirle altos índices de abstención, así tendrían menos personas con derecho a reclamar nada. Francamente, éste es un argumento en el que no vale la pena desgastar neuronas para refutarlo, y si lo menciono es porque en el extraño mundo de “aunque usted no lo crea” constantemente aparece.
“No dejes que los demás decidan por ti”
Éste es otro principio esgrimido por los militantes del voto que me produce también bastante curiosidad. No debo dejar que los demás decidan por mí sobre lo que otros decidieron que yo debía decidir (¡cómo admiro a Morin!). ¿Quién decidió por mí que sería el pollo quien me debía representar? A mí no me preguntaron nada ¿y a usted? Yo llegué al restaurante y el mesonero me dijo “esto es lo que hay”, y lo que no dijo, pero quizás lo pensó: “lo toma o lo deja”. No extendamos esto, la pregunta que me hago es quiénes están decidiendo por mí sobre quiénes deben ser mis candidatos.
El argumento a golpes
No, no se trata de golpes de Estado, sino del vulgar golpe patotero. Me pasó, todavía no lo creo, pero como me pasó, lo cuento. Al fin y al cabo, ello forma parte de la escena política y de los argumentos con los que algunos participan. El viernes 13 antes de las elecciones un grupo de profesores universitarios calificaban de antemano a quienes no fueran a votar. Ya las encuestas vaticinaban que habría un alto índice de abstención. Como los calificativos no eran muy enaltecedores se me ocurrió pronunciar las palabras mágicas: “yo no voy a votar”. Pensé que así podría apaciguar un poco la emotividad reinante por el respeto a la disidencia que produciría uno de los presentes. Pensamiento equivocado. Los “argumentos” se redoblaron y fueron redireccionados hacia mi persona. Ante el inevitable intercambio verbal que se produjo, un profesor universitario jubilado, directivo de uno de los gremios que nos agrupan, se me abalanzó para golpearme. Por supuesto, me defendí, pero ahora no deja de admirarme el hecho de que no me liaba a golpes con nadie desde que estudiaba primaria.
¿Suena a chisme? Puede ser. Pero este suceso me ha producido hondas reflexiones sobre la realidad que estamos viviendo en Venezuela. Gran parte de la oposición anda enferma y amargada por las recientes derrotas electorales que hemos sufrido. Muchos no buscan explicaciones, sino culpables. Se producen reacciones violentas por doquier. ¿Qué esperar luego, si a la intolerancia le oponemos intolerancia y a la violencia, violencia? ¿Cómo criticar a círculos bolivarianos y motorizados patoteros si tenemos profesores universitarios que apelan a los golpes para limar sus frustraciones políticas? Un reconocido y galardonado artista plástico venezolano escribió por una de las redes sociales “Abstencionistas de pupú”, en la búsqueda de culpables para la derrota. Me recordé de Chávez con aquello de “su victoria de mierda”, ¿recuerdan? ¿Cuál es la diferencia entre una postura y otra? Solamente el bando donde se milita.
En este sentido reconozco y saludo el esfuerzo que realizan algunos estudiosos serios por encontrar explicaciones y diseñar políticas alternativas. Es lo que hacen los profesores y otros profesionales del Observatorio Venezolano. Brindan argumentos y promueven la discusión. En la última entrega, Nelson Acosta, señala lo que no aparecía en el menú que nos entregó el mesonero (no hay “un relato político alternativo que rivalice con el oficialista”). El problema para la oposición es salir de Chávez y para eso hay que votar contra Chávez sin importar quien lo enfrente. Yo mismo he optado en ocasiones por esta solución desesperada, sólo que ya cansa, el agotamiento existe. Pero no hay propuestas de envergadura. Sólo se cae en el mismo asistencialismo que criticamos (aumentar el salario mínimo a 2.500 bolívares, fortalecer las misiones; consignas abstractas, como aquella del “progreso”, y cosas similares).
No puedo extenderme, me están esperando para limpiar las hojas. Me voy a permitir dejar planteados lo que para mí son algunos axiomas fundamentales: Uno, la oposición carece de propuestas y se impone la necesidad de elaborarlas. Lo difícil es precisamente saber o determinar cuáles serán esas propuestas. Dos, hay que caracterizar muy bien, PREVIAMENTE, el contexto social y político donde se ofertarán dichas propuestas. Si no se hace esta caracterización será imposible que por obra del azar echemos un pegón y demos justamente con la (s) propuesta(s) idónea(s). Tres, tenemos un pueblo de muy baja cultura política (este punto lo pienso discutir en otro trabajo). Si seguimos con el cuento de que “el pueblo es sabio y no se deja engañar”, “el pueblo ha aprendido”, “el pueblo sabe lo que quiere”, “el pueblo nunca se equivoca”, “el pueblo sabe lo que es bueno y lo que es malo”, y cosas por el estilo, muy difícilmente vamos a dar con una propuesta válida. Yo creo que este pueblo, el gran elector, no es sabio, todos los días lo engañan, no ha aprendido nada y se equivoca todo el tiempo. Es más, está mal y no sabe que está mal. Y en las ocasiones singulares que siente que está mal, le atribuye esto a causas “sobrenaturales” o a otras, muy terrenales, pero totalmente divorciadas de las verdaderas. Pienso que esto mucha gente seria lo sabe, pero no lo dice por lo impopular que suena. Y el político que tenga el guáramo para reconocerlo y decirlo está perdido. Como no soy político, por lo menos de la clase que siempre aspira a gobernarnos, y no aspiro a nada de eso que llaman poder y que tanto gusta, no me importa decirlo. Pero si alguien se considera un científico social de cierta seriedad y quiere producir una doctrina para el cambio tiene que considerar esta variable. Al político de oficio le quedan dos caminos: o acepta que el pueblo es así y elabora el discurso que de acuerdo a esta caracterización a este pueblo le gusta escuchar (lo que hace Chávez muy bien), o lo rechaza, trabaja para moldear otro hombre venezolano y elabora políticas para este nuevo hombre.
Reconozco que la primera de las opciones es la más fácil y es a la que han apostado todos los gobernantes exitosos que hemos tenido. Sobre todo este último se ha llevado la medalla de oro.
Pero yo me anoto en la segunda. De ser exitosa habríamos hecho -¡ésa sí!- una verdadera revolución.
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