Nelson Acosta Espinoza
Nos parece que la oposición democrática confronta un dilema político. Dos son sus vertientes: conceptual y práctica. Vamos a intentar desarrollar algunas ideas en torno a esta disyuntiva.
En relación al primer aspecto, pudiéramos destacar que fracciones de la oposición hacen suya una concepción monolítica del país que no se presta para la valoración positiva de las diferencias que proporcionan identidad al colectivo nacional. En el plano práctico y, articulado a esta visión, sus organizaciones ejercen un “centralismo” que resta eficacia práctica e ideológica a la lucha política; operan, por así decirlo, con herramientas conceptuales que no facilitan la creación de un proyecto político alternativo.
Esta concepción se encuentra anclada en una tradición intelectual que ha tenido un cierto protagonismo en el campo de las ideas en el país; consiste en una visión de raigambre positivista que nos conceptualizaba de forma unitaria y apostaba a la acción efectiva del hombre providencial. Modernizar, por ejemplo, fue pensado como un acto “civilizacional” que desplegaba su racionalidad desde el centro hacia la periferia.
En el plano político, a lo largo del siglo XX hasta el día de hoy, este proyecto fue conceptualizado con la famosa frase, (Uslar Pietri dixit) de “sembrar el petróleo”. Más allá de su obvio significado, esta expresión equivalía a la idea, de acuerdo a la cual, que modernizar consistiría en domar los atavismos culturales regionales que obstaculizaban el acceso a una supuesta condición moderna, unitaria y homogénea para todo el país. Un “Santo Luzardo” gubernamental llevaría la civilización a los espacios emblemáticos donde reinaba, una “Doña Bárbara”, símbolo de la barbarie. Desde Pérez Jiménez a Hugo Chávez, con distintos apellidos, ha prevalecido este afán voluntarista de proporcionar homogeneidad a la diversidad que nos caracteriza como pueblo y nación. Desde luego, siempre cabalgando sobre el potro de la renta petrolera.
Un proyecto político alternativo debería asumir discursivamente esta relación entre lo “uno” y lo “diverso”. En otras palabras, pensar al país en términos del juego infinito de sus diferencias. Una oferta federal, en consecuencia, debería traspasar los límites de las propuestas jurídico-constitucionales y hundir sus raíces en los particularismos e identidades que alimentan conflictos y antagonismos que enriquecen nuestra complejidad cultural y política.
Desde luego, la defensa del Estado Federal y Descentralizado forma parte de la agenda de la oposición que se encuentra amenazada por las propuestas que encierra el llamado Estado Comunal. Esta es una tarea que hay que llevar a cabo. Pero, insisto, no es suficiente. Es indispensable desmoronar el contenido centralista que existe en el discurso que intenta enfrentar este proyecto del Estado Comunal. Desde una visión monolítica del país no sería posible tener éxito. Es por ello que proponemos la “federalización” del discurso político. En otras palabras, enfatizar las pequeñas narrativas y construir una visión de país que dé cuenta de sus diferencias y la diversidad cultural que nos define como nación.
Como sabemos, la uniformidad no es democrática.
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