Nelson Acosta Espinoza
De entrada es necesario afirmar que la tarea desplegada por Henrique Capriles Radonski fue ejemplar. Hizo su trabajo. Caminar el país y dar muestra de una férrea voluntad de poder. Pocos líderes políticos (Rómulo Betancourt, Hugo Chávez) han recorrido la nación de la forma sistemática e intensa como lo llevó a cabo el candidato de la unidad. En este sentido la campaña de Capriles puede ser calificada de admirable.
Sin embargo esta tenacidad no fue recompensada en términos electorales: triunfó el adversario. ¿Cómo explicar esta derrota? ¿Cuáles circunstancias se apuñaron para impedir el triunfo de Capriles? ¿Por qué no logró seducir a la población? ¿Dónde ubicar la carencia de la propuesta del progreso? Existen diversas circunstancias que juegan a la hora de producir razones que den cuenta de este suceso electoral. Las más asumidas tienden a reposar la explicación del fracaso en el ventajismo y derroche de dinero que caracterizó la campaña oficialista. Otros, más radicales, en forma un tanto irresponsable, asumen la idea de un supuesto fraude y/o parcialización del árbitro electoral. No es intención de este breve escrito despejar estas dudas. Desde luego, algunas de estas circunstancias agregan valor a una explicación de este fracaso. Me parece apropiado desarrollar otra línea de razonamiento. Espero con este intento ayudar a la configuración, en el futuro próximo, de una apuesta vinculada a lo que efectivamente somos como pueblo y nación.
Comencemos por afirmar la existencia de una nueva tendencia en la investigación política: situar el lenguaje en el centro de las preocupaciones estratégicas de los líderes de las formaciones políticas. En otras palabras, abordar el papel de las emociones y de las percepciones en el lenguaje político y su repercusión electoral; poner el acento en la recepción y no en la emisión política y, ello implica, ir al encuentro de nuevas lógicas e inéditos desafíos. Hoy en día, sabemos que pensamos al interior de marcos cognitivos que constituyen estructuras mentales que conforman nuestro modo de ver el mundo. Modelan las políticas públicas y las instituciones que creamos para llevar a cabo dichas políticas. Cambiar los marcos es cambiar todo esto. El cambio de marco es sinónimo de transformación social. Una primera conclusión: un candidato no debe confrontar al contrario utilizando su lenguaje. Es obvio, de hacerlo, reforzaría el marco del adversario.
En este orden de ideas, “chavetizar” su discurso, constituyó una de las fallas de la apuesta electoral del candidato de la unidad. Compró las ideas del contrario y las empaquetó en un discurso racional. Capriles, en la etapa final de su campaña, ofertó, con un lenguaje tecnocrático, una suerte de lista de “compras electorales” que en cierto sentido legitimaba las promesas del adversario. No olvidemos que estamos en presencia de un marco cognitivo que históricamente ha modelado las instituciones del país y que, hoy en día, “habla” con el lenguaje del chavismo. Parafraseando a George Lakoff, pudiéramos sostener que este marco lo constituye la idea del padre estado centrado, autoritario y protector que asiste a la población y postula un concepto único de país que oblitera sus diferencias culturales y no profundiza sus autonomías políticas. La unidad no “habló” desde su propio marco conceptual. En consecuencia, reforzó el del adversario y no pudo llegar a la población pobre del país que se encuentra “enmarcada” en el discurso asistencialista.
En fin, pudiéramos adelantar una primera conclusión. La contienda electoral se caracterizó por la ausencia de un nuevo vocabulario que expresará un marco cognitivo diferente al del padre centrado y dadivoso. Careció de un discurso que apelará a las estructuras profundas de la memoria, aprendizaje y pensamiento de la población. El abandono de temas, como por ejemplo, autonomías, federalismo fiscal, pacto fiscal; y palabras que apunten a significar nuestras identidades regionales, culturales, históricas, gastronómicas, lingüísticas, religiosas, etc.; el desprecio por nuestra pasada cultura cívica y democrática, explicarían la recurrente persistencia de este inconsciente cognitivo. Quizá ahí radique la dificultad para poder construir un nuevo discurso que se diferencie radicalmente al que ha prevalecido históricamente en el país.
Como se ha advertido (Frank Luntz), lo importante no es lo que dices, sino lo que la gente escucha.
1 comentario:
Amigos,dada su longitud,mi comentario a este ensayo lo publiqué en
http://labragaazul.blogspot.com
Los invito a leerla allí. Gracias
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