(A propósito de un artículo de Nelson Acosta Espinoza en el Observatorio Venezolano)
Octavio Acosta Martínez
Tarea difícil la de hacer un comentario a este escrito de mi amigo Nelson. Con su gran capacidad de síntesis, habilidad que ha adquirido para cubrir las exigencias editoriales de las revistas para las que escribe, es capaz de introducir en poco espacio elementos de mucha complejidad, tanto para asimilarlas un lector común y corriente, como para otro tratar de “polemizar” en torno a sus planteamientos. ¿Por dónde empezamos?
Parcialización del árbitro electoral. En primer lugar, y a riesgo de ser incluido en la lista de los “irresponsables”, opino que la “parcialización del árbitro electoral” sí ha jugado un rol importantísimo, aunque no el único, en el resultado de este proceso electoral, y también en el de los anteriores inmediatos. Si no, ¿por qué ha sido tan importante para el oficialismo mantener el control de este ente? No se trata de “fraude” en el conteo de votos, manejo de actas, etc., sino de todo el proceso de campaña que lo precede. Incluso en la fijación de fechas, lapsos, condiciones, hasta llegar al acto de depositar el voto, todo está diseñado a la carta para satisfacer los deseos del candidato oficial. ¿Ha sido, por lo demás, un proceso equilibrado? ¿Han tenido los candidatos las mismas oportunidades? ¿Han tratado siquiera de disuadir (sería mucho pedir sanciones) al candidato oficialista para que no abuse de los medios de comunicación como si fuesen de su propiedad privada? ¿No produce esto ningún efecto en el votante? No haré en estos momentos referencias al caudal de libros, ensayos, estudios, tesis doctorales, publicaciones diversas, muy conocidas por mi amigo Nelson y por el público para el que él escribe, sobre el inmenso poder de la propaganda en la conformación de opiniones y gustos sobre cualquier cosa que se quiera “vender”. Hay otras importantes ventajas que ha adquirido el oficialismo del árbitro. Tema para otra oportunidad.
El Lenguaje. Habría que establecer una diferenciación entre el lenguaje en sí y aquello que él pretende transmitir. Es posible transmitir una misma idea con lenguajes diferentes. No creo que el lenguaje de Capriles se hubiese “chavetizado” durante esta campaña. De haber sido así, tal vez habría tenido mayor suerte. A la gente, por lo menos la que a él le interesa, le gusta el lenguaje de Chávez. Ésta ha sido una de sus mejores armas. Y no sería descabellado pasearse por la posibilidad de que un candidato de oposición utilizara el mismo lenguaje, pero con un mensaje diferente. Al pueblo le encanta las peleas de gallos. Capriles apostó por la ponderación y el respeto, y fue muy elogiado por ello, pero no llegó adonde tenía que llegar.
Hace mucho tiempo he opinado, y no he sido el único, que el venezolano, el del montón, el gran elector, no vota por programas, sino por las emociones que el candidato provoca. Los programas no sirven para las campañas, sino para el “después”. No creo que la ausencia en el abordaje de temas como federalismo, pacto fiscal, autonomías culturales, etc., hubiese cambiado la suerte electoral que tuvimos. Menos mal que no lo hizo porque “el pueblo” no habría entendido nada. Yo, que provengo de un medio universitario, aparentemente con mucho de eso que llaman estudio, no voto por programas. Casi no me interesan porque no creo en ellos. Los programas ofrecen la gloria que nunca se obtiene. No he visto en mi vida un programa electoral que se cumpliese en el poder. Yo voto por la credibilidad que me produce el candidato, por la confianza que él me transmita, por su personalidad y por la capacidad aparente que muestre para conducir la complejidad de una nación. Es verdad que hace falta un programa base para orientar su posterior política, pero lo fundamental es tener las orejas bien puestas en el país para recoger las repercusiones de su política y dar los giros de timón necesarios para enderezar y mantener el rumbo. ¿Lo ideológico? Después hablaremos de ello. La verdad es que el mundo nos ha dado demasiados elementos en este sentido, suficientes para hacer una reformulación profunda sobre el papel que juegan las ideologías en la construcción de sociedades. Un tema específicamente para los académicos.
Todo lo anterior, debemos acotar, es para condiciones “normales”, lo cual no es el caso que estamos tratando. Yo voté por Capriles para sacarme a Chávez de encima. Tan simple como eso. No me importó ninguno de los defectos y fallas -que fueron muchos- que capté en el candidato. No me importaba su programa, si es que lo tenía, y no tengo ninguna identificación ideológica con él. Lo importante era sacarme de encima esa pesadilla bolivariana. Después arreglaría cuentas con Capriles, pero en un contexto distinto y con el alivio de constatar que la revolución bolivariana no era un destino fatal.
Es cierto en Nelson (eso entendí) que Capriles hizo mucho énfasis en la preservación y fortalecimiento de las misiones. Fue el reconocimiento a una propuesta de Chávez, una propuesta puesta en funcionamiento, no importa si bien o mal. Esto, a mi juicio, fue un grave error electoral. No se trata de negar los logros del contrario, sino de no propagandizarlos tanto. Ya teníamos bastante con el gigantesco aparataje propagandístico oficial. Uno podría adivinar la lógica electoral del pueblo para este caso: “ante el original y la copia me quedo con el original”. El original está ahí, la copia es un ofrecimiento. Sin embargo, no vi que los generadores de opinión de la oposición, Observatorio incluido, se lo criticaran. Todo lo contrario, el feedback que constantemente se le daba iba en el sentido de justificar y reforzar esta actitud. Capriles iba por el camino “correcto”.
El progreso. La otra propuesta, repetitiva hasta el cansancio, fue la del progreso. Pero ¿qué es el “progreso”? ¿Con qué se come eso? En mis estudios de ciencias sociales he presenciado el ataque inmisericorde que se la hace a este concepto, por parte de una vanguardia intelectual que ha pretendido derribar las bases epistemológicas de un edificio llamado modernidad en pos de otro que ella ha bautizado con el nombre de postmodernidad. Mi amigo Nelson conoce mucho de esta materia. Capriles hacía mención continua del progreso, pero nunca, que yo sepa, explicó en qué términos se debía entender tal denominación. Me preguntaba, por ejemplo, si en Korea del Norte había progreso. Allí se fabrican armas nucleares, perteneciendo así a una élite de países que tecnológicamente están preparadas para ello. ¿Se podría considerar esto como un signo de progreso? ¿Habrá progreso en Irán? De allí traemos hasta vehículos, y también tienen un programa nuclear. ¿Habrá progreso en la India? En la India se fabrica masivamente todo tipo de producto, incluyendo las pelotas de béisbol con la que se juegan en las Grandes Ligas. También es el mayor productor de películas del mundo, muy por encima de los Estados Unidos. Yo soy, por cierto muy aficionado a este cine de Bollywood, el cual me parece superior a la banalidad del gringo. Pero hay hambre pareja en la India. En lo social deja mucho que desear. Habría mucho que decir sobre el estatus de la mujer allí, de los prejuicios de casta, de los enfrentamientos religiosos. Y si es verdad lo que uno obtiene por informaciones noticiosas, por los videos que vemos y por lo que nos cuentan los pocos amigos hindúes que tenemos en la Universidad, hay una deficiencia enorme de sanitarios para cubrir toda la población y la gente hace sus necesidades en sanitarios públicos descubiertos, a la luz de todo el mundo, y también en la propia calle, por lo que éstas generalmente huelen a mierda. En este país, que se perfila como una de las grandes potencias industriales ¿hay progreso? Nunca entendí esta propuesta de Capriles y una vez lo comenté en el Observatorio, pero no obtuve una respuesta.
La unidad. Por último, ya que esto va muy largo, “la “Unidad” no “habló” desde su propio marco conceptual” por la sencilla razón de que no lo tiene. La “Unidad” es una amalgama de tendencias y posturas ideológicas, las más dispares, cuyo único punto real de convergencia es la repulsión que le provoca el candidato bolivariano. Hasta ahí llegamos. Hablando en nombre propio manifiesto que no tengo absolutamente nada que ver con una gran cantidad de personajes, partidos y grupos que pululan en la oposición. Y a varios de ellos no me gustaría volverlos a ver en el poder.
Ahora mismo hemos seguido para un nuevo proceso electoral: la elección de los gobernadores. Aquí se pone en forma considerable estas diferencias que señalo. En Carabobo, por ejemplo, una cierta hegemonía política se está aprovechando y apropiando del sentimiento y compromiso unitario que nos unió anteriormente para perpetuarse en la región. Con un “consenso” prefabricado, sin consultas, sin primarias, se pretende extender el brazo de la unidad para apuntalar las aspiraciones hegemónicas de una familia. Yo no tengo nada que ver con “pollos” y otros animales, no hay nada que me identifique con ellos y, por el contrario, es mucho lo que nos separa. He declarado anteriormente, y lo ratifico ahora, que mi compromiso unitario expiró frente a la arbitraria política de considerarnos como tontos útiles. Hasta aquí llegué.
Nelson y demás amigos del Observatorio Venezolano, siempre les manifesté mi reconocimiento por el trabajo que ustedes realizan y prueba de ello es que he tomado mi tiempo para leerlos y para escribirles. Si me atrevo a hacer críticas espero que ellas sean tomadas dentro de un marco de diversidad de criterios y con la sincera intención de llegar a algunas “verdades” de compromiso. Pero nunca esperen mi adhesión incondicional a ninguna línea o mandato político.
Un gran abrazo.
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