lunes, 22 de octubre de 2012

La decisión de Capriles: ¿camino o desvío?


Asdrúbal Romero M.

En toda democracia, el realizar actividad política opositora se considera necesario y respetable. En nuestro país se justifica, aún más, que se asuma el rol de hacer oposición sin cortapisas ni miedo de admitirlo. El régimen al cual nos enfrentamos requiere que esa oposición sea articulada y efectiva, lo cual demanda: planificación para el diseño de estrategias; capacidad para el dialogo y la concertación de esfuerzos de los diversos sectores políticos y organizaciones de la sociedad civil; acompañamiento a los sectores e individualidades nefastamente afectados por las políticas gubernamentales; coordinación y articulación de las actividades gremiales en todos los ámbitos; organización de las redes de acción política a nivel de las comunidades con la ambiciosa meta de cubrir todo el territorio; generación de un discurso político contundente, educativo y eficaz; en fin, una inmensa tarea organizativa donde queda mucho por hacer y que requiere, sobre todo, un liderazgo político nacional reconocido. Creo que el candidato Enrique Capriles Radonski alcanzó, por su trayectoria y visibles logros en su sobresaliente campaña, ese sitial. Lo lógico y natural es que, de ahora en adelante, él asumiera ese rol de líder nacional de la oposición. 



Lamentablemente, desde mi perspectiva, ha tomado una decisión que no le permitirá abocarse a dedicación extremadamente exclusiva a ejercer ese rol. Optó por regresarse a pelear por su gobernación. Que su decisión es valiente: sí, corre el riesgo de perder aunque sigue siendo, obviamente, el mejor candidato para mantener ese estado en manos de la oposición. Muchos analistas coinciden en que si no se regresa, es muy factible la pérdida de Miranda y de la Alcaldía de Sucre. Aun admitiéndolo y viendo el desarrollo de la política nacional en un tablero de ajedrez, el probable sacrificio de una torre –tampoco puede darse como un hecho- es una opción a considerar si, a cambio, posicionamos una dama con una excelente movilidad para el ataque y la defensa. También muchos analistas políticos, algunos muy reconocidos internacionalmente, han señalado que era precisamente esa la pieza que nos hacía falta: un líder con reconocimiento nacional. A estas alturas ya estoy consciente que esta opinión es altamente controvertida, lo reconozco, pero es importante que se sepa: mucha gente la está compartiendo. Porque no se explicite con un escrito como este nuestro desencanto, no se va a ocultar el hecho que el sentimiento está allí: a muchos la decisión de Capriles nos ha caído como un jarrón de agua bien fría.

Supongamos que gana la gobernación, los que defienden su decisión argumentan que ello no será obstáculo para seguir desempeñándose como líder nacional. Permítanme poner esto en un estatus de grandísima duda, decir eso es desconocer el carácter profundamente absorbente del ejercicio de una gobernación como la de Miranda. A menos que abandone parcialmente sus funciones, en cuyo caso podría perder la confianza y el afecto de muchos que ya ha ganado. Me da la impresión que él no lo haría por la excelente ética de trabajo que nos ha demostrado, intentaría teledirigir hechos políticos en el ámbito nacional con una efectividad que se iría reduciendo a significativa velocidad. En el mediano plazo, habrá dejado un espacio vacío que otros competirán por ocuparlo y se repetirá un ciclo. Ya vivimos la experiencia de Rosales, aunque es justo decir que no hay comparación entre los niveles de aceptación y liderazgo que acopió Capriles, calificado por muchos como un auténtico fenómeno de masas, frente a lo que logró el ex gobernador del Zulia. ¿Acaso tenemos tiempo para seguir experimentado ciclos de liderazgo nacional temporal? 

Hay otros argumentos que se han esgrimido que bien vale la pena comentar. Si no opta por la gobernación correría el riesgo de desaparecer políticamente. ¡Por favor! Ya Capriles tiene en su haber una trayectoria que le permitiría mantener su plena vigencia en el ámbito político sin necesidad de desempeñar cargo público alguno por los momentos. Por supuesto, dirigiendo a la oposición como le corresponde, no yéndose a su casa. ¿Acaso Betancourt o el primer Caldera necesitaron ser gobernadores para convertirse en padres de nuestra democracia? O no vayamos tan atrás, un ejemplo más reciente: Leopoldo López, tiene tiempo fuera del “coroto”, pero se dedicó a recorrer el país y fundó una organización política que acaba de obtener casi medio millón de votos en unas circunstancias electorales bastante adversas. Creo, además, que este argumento insinúa una incorrecta vinculación entre el desempeño de un cargo de gobernador o alcalde y la posibilidad de acceder a recursos públicos con fines de proyección política. Por otra parte, el ejercicio de las gobernaciones bajo este régimen se ha convertido más bien en una situación de extremo riesgo político. Gobernaciones estranguladas presupuestariamente, ahogadas con deliberado propósito, que cada vez cuentan con menos recursos para atender las ingentes necesidades de sus pobladores. Progresivamente, el nivel de descontento laboral entre los trabajadores dependientes de las gobernaciones crece, sin que ellos parezcan comprender dónde reside la verdadera causa para que sus legítimas pretensiones de mejoras salariales no puedan ser atendidas. Los gobernadores de la oposición van a tener en estas elecciones que esmerarse en la elaboración de un buen discurso para estos trabajadores. Le va a ser muy fácil a los candidatos oficialistas, achacarles responsabilidad por sentidos problemas que no han podido ser debidamente resueltos, a causa de la devaluación sostenida de unos presupuestos erosionados por una inclemente inflación. Corren el riesgo también que de algún manejo presupuestario para atender un urgente problema, se derive un injusto proceso de enjuiciamiento y regresamos, así, a historias conocidas. Ser gobernador en las circunstancias actuales es como ser una “torre” encerrada entre otras piezas del ajedrez que le impiden su movilidad. Capriles como un líder político, que seis millones y medio de venezolanos aprendimos a querer y respetar en este reciente proceso electoral, corre más riesgos de perder liderazgo político quedándose en la gobernación, que los que correría de dedicarse a organizar la oposición que se requiere antes los difíciles y oscuros tiempos que se nos avecinan. Pero esto ya es materia de otro artículo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo no veo a Capriles como un estadista capaz de ganarle a un candidato como Chávez, no tiene carisma, no está preparado en temas económicos, socio políticos e históricos, la mayoría que votó por él lo hizo en contra de Chávez y no porque él sea un líder,cualquier otro candidato hubiese sacado la misma cantidad de votos.