sábado, 6 de octubre de 2018

Es imprescindible emocionar para convencer


Nelson Acosta Espinoza
La democracia venezolana atraviesa la crisis más profunda de su historia. Me atrevo afirmar que en la actualidad nuestro sistema político presenta una variedad de problemas de naturaleza sustantiva. A esta condición habría que agregar que no se avizora en el horizonte ningún tipo de respuestas apropiadas para enfrentar la especificidad de esta crisis. En otras palabras, las bases fundacionales de la democracia venezolana se están desmoronando. Insisto, al día de hoy no se ha formulado una alternativa política que pueda sustituir este descalabro institucional.

Algunos analistas y actores políticos tienden a valorar como descontento esta grave situación. Sin embargo, considero que esta calificación es insuficiente. No capta en su justa dimensión la complejidad de la situación política y social. Si bien esa insatisfacción se refiere a una evaluación negativa del régimen y sus actores por su incapacidad de dar respuesta apropiada a problemas que afectan a la totalidad social. Esta sensación no implica necesariamente el cuestionamiento de la legitimidad del sistema político. Es de naturaleza coyuntural y obedece a los vaivenes de la opinión pública vinculada a la popularidad de la gestión gubernamental. En cierto sentido, si este fuera el caso, sería posible su corrección a través de cambios electorales o de políticas de naturaleza económica.

Es conveniente apuntar que un sector significativo de la oposición suscribe esta calificación. Quizá aquí radique su dificultad para aprehender apropiadamente la coyuntura y diseñar, en consecuencia, propuestas alineadas con una caracterización que dé cuenta de forma apropiada de las circunstancias culturales y políticas que definen el actual momento histórico en el país. El último episodio electoral presidencial podemos calificarlo como una evidencia de esta falta de sintonía con lo que efectivamente siente la población.

En un cierto sentido, la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado (COPRE, 1984) fue una iniciativa destinada a la búsqueda y formulación de acuerdos racionales para enfrentar la creciente crisis que padecía el sistema político en ese momento. En esa ocasión se intentó desarrollar políticas tendentes a reformar el estado y así enfrentar el proceso de descontento y desafección que comenzaba a generarse en el interior del tramado institucional del país. Los resultados de esta iniciativa son conocidos. El acuerdo racional que presuponía el arreglo impulsado por la COPRE no pudo concretarse. Igual suerte corrió ese ejercicio de racionalismo político llamado Mesa de la Unidad Democrática (MUD).

¿Cómo describir, entonces, nuestro presente político? Me parece que el termino desafección política, en las actuales circunstancias, captura la especificidad del momento histórico que vive la nación.

¿Que implica este término? En líneas generales ha sido definido como “sentimiento subjetivo de la ineficacia, de cinismo y de falta de confianza en el proceso político, los políticos y las instituciones democráticas que genera un distanciamiento y alienación en relación a estos, falta de interés por la política y los niveles más bajos de participación en las principales instituciones de la representación política, pero sin cuestionar el régimen político”. No tengo la menor duda en afirmar que esta descripción dibuja, en forma precisa, las circunstancias que definen la actualidad política en el país: desmoralización en la población y un debilitamiento de la voluntad colectiva ante los retos y exigencias que presupone iniciar una nueva forma de relacionarse con la política y/o la vida en común.

Vamos a dar una vuelta a la tuerca para desplazarnos a otros territorios teóricos. La idea es ir al encuentro de nuevas herramientas conceptuales que ayuden a caracterizar apropiadamente la presente situación de crisis en el país. Por ejemplo descansemos nuestra atención, brevemente, sobre “el efecto de los afectos” en la dimensión política. En otras palabras adentrémonos un tanto en los desarrollos llevados a cabo por la neurociencia, en especial, la neuropolítica.

Esta nueva especialidad genera nuevas interrogantes. Por ejemplo, ¿no será pre¬cisamente la insistencia en las razones como base de la democracia, la sobrevaloración del acuerdo racional, la razón última de esta desafección? ¿No es la concepción desapasionada de la política como un intercambio de razones la causante de este descontento y frustración?

En otros términos, ¿qué determina la preferencia del elector ante la urna? ¿Lo que piensa frente al programa del candidato, o lo que siente frente a su mensaje?

El desarrollo de estas especialidades ha reivindicado el papel que juegan las emociones en los procesos de toma de decisiones. Al contrario de lo que se sostenía en el pasado hoy se sabe a ciencia cierta que las elecciones se juegan en el “mercado de las emociones” y no en el “mercado de las razones”.

Desde luego este es un tema complejo. Del mismo es posible derivar un conjunto de aplicaciones en diversos órdenes de la vida diaria. Lo que intentamos subrayar en estas cortas líneas es relativamente simple. Es imprescindible “emocionar para convencer”. La aproximación racional a la política no es suficiente. Para construir una mayoría, una nueva voluntad política hay que desprenderse de la perspectiva intelectual que concibe a la pasión como enemiga de la razón.

Esperemos que la oposición democrática asuma esta dimensión emocional sobre las cuales debería reposar sus razones para hacer política.

Sin la menor duda, la política es así.




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