Aloma Rodríguez*
La primera vez que Hugo Chávez intentó llegar al gobierno de Venezuela fue usando un tanque. El golpe de Estado fracasó, entre otras cosas porque los militares que acompañaban a Chávez ni siquiera sabían que estaban dando un golpe de Estado, eran cadetes y creían que estaban haciendo maniobras. Chávez salió de la cárcel en 1994, y aunque primero dijo que no iba a participar en política –porque la despreciaba–, ni siquiera con su voto, luego se dio cuenta, o tal vez le asesoraron bien, de que necesitaba la democracia para acabar con ella. Así, durante dos años recorrió Venezuela como parte de una campaña para lograr ser elegido presidente del país en las elecciones de 1998. Su promesa era refundar la república por medio de una Asamblea Constituyente.
Todo eso son algunas de las cosas que cuenta el estremecedor documental El pueblo soy yo. Venezuela en populismo, del director venezolano Carlos Oteyza, producido por Enrique Krauze, cuyo decálogo sobre el populismo sirve como punto de partida de la película. Es a la vez un relato de la presidencia de Chávez de Venezuela y una explicación pedagógica y clara de cómo funciona el populismo y cuáles son las condiciones sociales de las que se aprovecha y que permiten su triunfo. Entre esas condiciones están una profunda crisis, que en el caso de Venezuela es económica y tiene consecuencias políticas (el desprestigio de las instituciones y del sistema) y sociales (como hacer todavía más grande la desigualdad). El populismo viene a ser una especie de solución única a todos los problemas, aunque para que tenga éxito, es decir, llegue al poder, es mejor que no especifique mucho en qué consiste el milagro, solo que se va a producir.
Algunas de las instrucciones para que el populismo obtenga lo que busca son que haya un líder carismático y que este sea un outsider, que no tenga una ideología, que presente los conflictos como una batalla entre el bien y el mal, que polarice (todo lo que no está conmigo está contra mí) y la apropiación del pueblo: todo por el pueblo, pero contra el pueblo.
Historiadores, analistas, estudiosos, periodistas y escritores explican en el documental esas instrucciones que estructuran el relato, que ahora, visto a toro pasado y en orden, siguió Chávez paso a paso con una eficacia aterradora. Analizan también algunos rasgos peculiares de la personalidad de Chávez, su sentido del espectáculo que lo convertía en un showman con un programa de radio, otro de televisión, en el que podía mandar expropiar (exprópiese, dice y casi se echan en falta unos aplausos enlatados), despedir en directo o mandar tropas a la frontera en directo y completamente en serio. También su obsesión con el libertador Simón Bolívar, cuyos restos exhumó para tratar de esclarecer las circunstancias de su asesinato. Lo que obtuvo, en cambio, fue un rostro nuevo del libertador que, sospechosamente, guardaba un ligero parecido con Chávez. El documental destaca algunos detalles sobre el chavismo que tal vez habían pasado por alto, por ejemplo, que su agresividad siempre estuvo ahí, desde la apelación a la violencia en el lenguaje de Chávez al primer gesto que convirtió en símbolo: golpear el puño contra la palma de la mano.
Una de las cosas por las que el documental resulta especialmente estremecedor es que algunos de esos tics populistas los hemos visto en otros gobernantes, y también les ha funcionado en países bien distintos: pienso, por supuesto, en Trump.
Las consecuencias de la desastrosa gestión de Chávez son perfectamente visibles ahora, pero lo más terrible no es eso, sino, como se recuerda en el documental, cómo se ha hipotecado a las generaciones posteriores: el país está arruinado y endeudado. Siete de cada cien venezolanos (2,3 millones de personas) han dejado su país desde 2014, según los últimos datos de la ONU, como recogía Anna Carolina Maier en un texto sobre el documental en The Objective. El cáncer de Hugo Chávez acabó prematuramente con su gobierno, designó a su sucesor, Nicolás Maduro, que decidió ahondar en el chavismo, entendido ya como una religión. Pero como recuerda Krauze en la película, el carisma se va con el líder, no se puede traspasar con el poder. Puede que esa falta de carisma de Maduro sea la primera grieta del régimen, la que termine por precipitar su fin para que Venezuela pueda acometer su reconstrucción.
*El pueblo soy yo. Venezuela en populismo se estrenó el 11 de octubre en cines.
*(Zaragoza, 1983) es escritora. En 2016 publicó Los idiotas prefieren la montaña (Xordica).
________________________________________
No hay comentarios:
Publicar un comentario