domingo, 17 de diciembre de 2017

Outsider, Consenso y Transición



Asdrúbal Romero

¿Debe sorprendernos la forma como la candidatura de Lorenzo Mendoza ha prendido en el sentir de mucha gente? No realmente. El anhelo de cambio en el país es poderoso. Incluso en aquellos que obligadamente tienen que darle su voto al Régimen como consecuencia del sistemático procedimiento de extorsión al que se ven sometidos. Ese anhelo demanda de alguien que lo encarne. Y todo parece indicar que ha comenzado a construirse, espontáneamente, una mayoría que exterioriza la esperanza de Lorenzo como el líder, con el perfil requerido, para conducirnos a través del complejo proceso de transición que nos espera.

Constituye la madre de los desafíos asumir ese rol. Seguramente, les desencantará un tanto el reconocimiento de mi parte que no manejo información alguna sobre su disposición anímica a asumirlo. Como ciudadano buen amante de su patria, resulta plausible pensar que se habrá contagiado con algún grado de interés por la tarea, pero hay muchas otras variables que se nos escapan. De manera tal que no escribo estas líneas para comunicarles una buena noticia para muchos. Pero sí, con la finalidad de extraer algunas lecturas políticas de la proyección que ha adquirido su candidatura.

I-Sobre la tesis del Outsider

La primera y muy obvia lectura es la evidente incorporación al debate político nacional de la tesis del outsider, como una vía alternativa para reactivar esperanzas y la motivación en el electorado a participar. Andrés Velásquez, en su visita a Valencia, reconoció que se estaban dando las condiciones objetivas de cara a considerar la posibilidad de un outsider. También Henrique Capriles, en declaraciones publicadas en El Nacional, expresó: “soy de los que he dicho que el “outsider” es una opción en el proceso electoral de primarias”. Lo cierto es, con prescindencia de como pudiera estar valorando tal posibilidad la élite política opositora, que la todavía difusa visión de un Mendoza lanzado en la carrera hacia la Presidencia le ha abonado profusamente el terreno a la inseminación en el imaginario colectivo de la idea de la necesidad de un outsider. Ahora bien, para que una iniciativa como esta pueda germinar en un proyecto político exitoso se requiere de la satisfacción de ciertas condiciones.

Lo primero es el perfil del prospecto de outsider. Debe ser un personaje ya conocido por los electores. Los especialistas en mercadeo electoral lo agradecerán grandemente. Quien no conozca a Lorenzo Mendoza por su nombre, lo reconocerá inmediatamente al saber que preside el más importante grupo privado de empresas del país. Con el confluyente agregado que la marca Polar, por sí sola, es emblema de una enraizada tradición y de una importante presencia a lo largo y ancho del territorio nacional. Y por si fuera poco, el mismo régimen ha contribuido a promover el conocimiento del “pelucón” –una interesante opción a considerar como apodo de campaña-, como efecto colateral de su sostenida campaña para encender el odio contra los empresarios. Campaña, por cierto, que a la luz de los resultados anti humanitarios de su gestión de gobierno, ya va definitivamente enrumbada al fracaso. De manera tal que en el renglón de conocimiento por parte de la población, Lorenzo Mendoza es un “outsider natural”.

Pero no basta con exceder en este renglón. También debe sumar a su currículum de outsider un rasgo de excelencia que sea pertinente de cara al propósito en cuestión. Mendoza se anota más puntos en eso, al haber consolidado con méritos una imagen de gerente muy exitoso. Muy posiblemente, en este momento político del país, esa sed de liderazgo que colma los cerebros políticos de nuestros sufridos votantes, se satisfaga mejor con un perfil de gerente exitoso que con uno que sobresalga en el campo de la lucha política. Contamos pues con un “outsider natural”. Si, en el papel de abogado del diablo, tuviera algo que señalar: diría que un historial de exitoso desempeño en el campo empresarial no constituye suficiente garantía de éxito en el cumplimiento de las complejísimas funciones como máxima autoridad del Estado. Por supuesto, esta afirmación es materia para un encendido y prolongado debate que no abordaré en estas líneas.

Sobre lo que sí considero vale la pena insistir es el valor que, por sí misma, contiene la idea del outsider en la actual coyuntura política por la que tristemente atravesamos, con independencia de si el presidente del Grupo Polar accede o no a dar el trascendental paso. La idea no debe ser abandonada porque un “outsider natural” –en el muy específico contexto actual- desista. El país cuenta con otros potenciales outsiders. Aunque casi sobre decirlo, a muchos les encantaría ser considerado como tales, pero son muy pocos los que pueden calificar. Además del exigente perfil, condición que ya analizamos en el caso de Lorenzo Mendoza, la idea del outsider debe ser complementada con un proceso de selección del mismo concordante con la trascendencia con la que debe revestirse una candidatura nacional de tales características. Una candidatura outsider no es para que se mida en unas primarias. Con respecto a esto, me atrevo a opinar que Henrique Capriles se equivoca.

II- Unidad Nacional y Consenso

El proceso de deshumanización del país ha avanzado hasta un estadio de tal gravedad que no creo necesario abundar en ello. Tan infausta realidad reclama a gritos de las élites de esta agonizante republica la concertación de un acuerdo nacional. Sí, ya sé que se dice fácil pero que es muy compleja su articulación. Si en algo ha tenido éxito este régimen, como en la historia de la Humanidad muchos otros de férreo perfil totalitario, es en la desarticulación de la élites de la sociedad civil. Pero todavía las tenemos, casi en resiliente estado de hibernación en el ámbito de instituciones también en vías de extinción. Allí están: las diversas iglesias; las academias y universidades; las cámaras empresariales; los gremios profesionales; los golpeados sindicatos; las distintas asociaciones civiles y culturales y, por supuesto, la élite política que no sola la conforma gente de los partidos sino individualidades con comprobada experiencia en el intrincado manejo de un estado republicano. El dantesco escenario del hacia dónde nos dirigimos nos reclama a todos, en modo imperativo, el alinearnos con el Deber Ser de la Política.

Y este no puede ser otro, en tan delicado tránsito de nuestra historia republicana, que la Unidad Nacional a los fines de: la construcción de una propuesta de Transición que reordene el Estado; la definición del perfil deseable del conductor de ese proceso por un lapso específico y en condición de no reelegilibilidad; la constitución de una alianza unitaria para gobernar y la selección mediante un mecanismo conducente al consenso alrededor de ese conductor. Este proceso unitario constituye, por sí mismo, el apalancamiento que le permitirá al “outsider” seleccionado compensar esa carencia de “naturalidad” que en las presentes circunstancias exhibe Lorenzo Mendoza. Es de hacer notar que recurrimos ahora a la apelación de outsider como el producto de ese proceso de concertación y consenso nacional y no en el sentido que connota la interpretación literal del término –de allí las comillas: pudiera resultar que el outsider terminara siendo uno no tan outsider-.

La otra alternativa que se nos presenta en el horizonte político: la de recurrir al tradicional proceso de primarias para elegir a un hombre de partido como el candidato para las elecciones presidenciales adelantadas con las que amenaza el Régimen, constituye una apuesta demasiado riesgosa en el actual contexto. Me cuento entre los que cree que la candidatura de Maduro es derrotable. El Régimen no ha podido avanzar, a la velocidad que quisiera, en el agrandamiento de ese universo de electores controlable a través de su infame estrategia de dominación política por hambre. El potencial de votos alcanzable por el Régimen es pronosticable con muy aceptable precisión, incluso municipio por municipio, sin necesidad de encuestas. Ese potencial es superable con creces si la inmensa mayoría social que se opone al Régimen sale a votar. El fenómeno del 16D, cuando se eligieron los diputados de la actual Asamblea Nacional, puede ser rebasado por mucho, habida cuenta del agravamiento de las condiciones de vida de los pobladores de este aquejado país. Pero, la pertinente interrogante es: ¿saldrá arrolladoramente a votar esa mayoría social que todavía no la puede controlar el Régimen?

¿Saldría a votar por el candidato electo en unas primarias organizadas por unos partidos que atraviesan el peor momento desde el punto de vista de su imagen ante la ciudadanía? ¿No se correría el riesgo de que tales primarias se percibieran como un episodio reiterado de una ya casi eterna lucha de intereses donde no se asoma gesto de desprendimiento alguno? En la valoración de estos imponderables, merodea nuestro cerebro la fulgurante presencia del fenómeno de la abstención por rechazo que ha brillado en las dos más recientes elecciones. No es nada desestimable que unas primarias se conviertan en confrontación de maquinarias y, de ser así, ¿puede un candidato de maquinaria hacer renacer las esperanzas en el voto y por ende la motivación a participar? Me permito dudar.

Se requiere de un camino distinto, como se lo manifestaba en mi intervención a Andrés Velásquez en la AEEC; se requiere de la creación de un clima político en el que se evidencie la colocación en primera prioridad de los más altos intereses de la nación y sus ciudadanos; de una ruta unitaria en la que la gente perciba que los más diversos sectores de la sociedad civil han participado, con notable desprendimiento, para elegir a la mejor opción para la impostergable transición con un mandato bien concreto y delimitado en el tiempo. El quid de la cuestión es conseguir el reverdecimiento de las esperanzas ciudadanas y su compromiso, en primera instancia con su voto, en la construcción de una salida a esta deplorable trampa en la que nos han hundido. Creo que la modalidad del consenso nos garantiza mayores probabilidades de lograrlo. Hablo de un proceso que demanda ingentes esfuerzos y nobles desprendimientos, como la gran palanca para levantar la fe en que todos sí podemos lograrlo. ¡Es muchos más que el outsider¡


Tanto en el camino de las primarias como en el del consenso trabajado, el costo de perder es demasiado alto. Atrevamos a imaginarnos, sólo por un momento, un mandato de seis años más de los DESTRUCTORES. Además de la tragedia en lo económico y social, significaría la consolidación de la DICTADURA; el avance en el control cultural, político y electoral del país por la vía de sus deleznables mecanismos de control social y económico, hasta convertirse el Régimen en IDERROTABLE por la vía democrática; la consecución de su objetivo totalitario nos alejaría casi hasta el infinito la posibilidad de revertir los nefastos cambios que han venido implantando para alterar la mayoría de nuestros rasgos positivos como sociedad y pervertir todo el entramado institucional. No podemos perder. No podemos seguir jugándonos a Rosalinda en la interminable confrontación de intereses subalternos. No puedo concluir sin un mensaje a los partidos. El entusiasmo público alrededor de la figura de un outsider debe convocarles a reflexión sobre el problema de imagen que confrontan. Ojalá esta apreciable merma en su credibilidad sea un bajón de naturaleza coyuntural, porque los necesitamos muy fuertes en la construcción de un mejor futuro. Ahora es el momento de sumarse a un proyecto de unidad nacional e incluso, de ser posible, liderarlo abriéndose a la sociedad civil e integrándose con ella a los fines de ensamblar un escenario de TRANSICIÓN bajo los principios de UNIDAD NACIONAL, CONCERTACIÓN y CONSENSO. Creo que UNIDAD es la otra palabra que debería ir en el título de este texto: UNIDAD de corazones; UNIDAD de capacidades, voluntades y esfuerzos; UNIDAD con desprendimiento por nuestra querida Venezuela que la podemos perder definitivamente.

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