domingo, 19 de noviembre de 2017

Retornemos a los Fundamentos



Asdrúbal Romero

En estos tiempos de tanto desconcierto, sostengo que puede ser útil retornar a la revisión de los fundamentos que, a nivel de los países democráticos más desarrollados, se consideran las bases imprescindibles para alcanzar la idoneidad de la dinámica política que transcurre en ellos. Quizás, esta es mi hipótesis: podamos encontrar en dicha revisión parte de las causas que nos han traído hacia este escenario de severo desencuentro de las fuerzas opositoras y los ciudadanos –intra e inter-.

Cuando las cosas no andan bien, el equipo no gana, se dice en el argot beisbolero: “let’s go back to basics” –retornemos a los fundamentos-. Uno de ellos, cuando hablamos de procesos políticos, es el de la necesaria existencia y cohabitación de partidos cuyo funcionamiento sirva de soporte a una democracia siempre perfectible. Que los partidos son indispensables para el funcionamiento de la democracia es una verdad tan de Perogrullo, que algunos la utilizan para intentar acallar cualquier crítica que se le haga a los partidos bajo la acusación de ejercicio nocivo de la “Antipolítica”.

Los partidos políticos son necesarios, sí, pero no cualquier tipo de partidos. Las democracias exitosas han sido bien estudiadas. También los partidos políticos que les dan sustento a ellas. En un foro organizado en el contexto de la celebración de la FILUC, “Para seguir leyendo al País”, a raíz de una pregunta que se me hiciera en mi carácter de panelista, proponía que los estudiosos de las Ciencias Políticas acometieran una investigación. Que diseñaran un instrumento contentivo de todos aquellos rasgos deseables de funcionamiento que debieran ser satisfechos por los partidos políticos, que en nuestro ámbito nacional afirman estar comprometidos con un cambio de régimen y la construcción a futuro de una moderna democracia. En cada uno de estos ítems, una escala que permitiera medir cualitativamente el grado de cumplimiento por parte del partido bajo escrutinio del factor de deseabilidad en cuestión. Reconozco que es un proyecto ambicioso porque debería involucrar el examen de todos nuestros partidos, si ellos accedieran, extendido hacia todos los ámbitos regionales. El objetivo: obtener un ranking de aptitud de estas organizaciones, de cara al desafío que constituirá reconstruir una democracia donde los ciudadanos se sientan representados en los partidos.

El tema de la representatividad es fundamental. Desde hace muchos años, se ha reconocido, a nivel de toda Latinoamérica, que el principal obstáculo para la concreción de una agenda de democracia orientada hacia la ciudadanía es la crisis de representatividad de sus partidos políticos. Según el Latinobarómetro: en 2008 el 77% de los electores tenía ninguna o baja confianza en los partidos. En Venezuela, esta crisis hizo su erupción en la década de los 90 dando paso a la emergencia de esta pesadilla de la cual todavía no sabemos cómo salir. A muchos se les ha olvidado y recargan toda la culpa del surgimiento del fenómeno político del Chavismo en la “Antipolítica”.

En mi opinión, este es un argumento sobre simplificador de la realidad de aquel entonces. Una posición extrema que se contrapone a otra también extrema, y sobre simplificadora, que le achaca toda la responsabilidad a los partidos. Hoy día, vemos como esta confrontación maniquea entre el blanco y el negro reitera su presencia en el debate político. Se ha generado toda una corriente de opinión que les endilga toda la responsabilidad de la debacle electoral del 15 de octubre a los abstencionistas y a los ciudadanos que no sólo se dejaron, supuestamente, seducir por ellos sino que, además, tampoco se movilizaron a participar en las protestas de las semanas anteriores con la cuantía requerida. En simultáneo, otros tantos generadores de opinión recargan la tinta de la culpabilidad sobre los errores, incoherencias y traspiés de los líderes de los partidos aglutinados hasta ese evento alrededor de la MUD. Se me podrá acusar de un cómodo eclecticismo, pero es mi más sincera y profunda convicción que las dos corrientes no son disyuntivas, como algunos pretenden, sino contributivas en el sentido de que ambas aportan con su verdad parcial a la explicación de lo que ha venido aconteciendo en el mayoritario flanco opositor. Todos, partidos y ciudadanos, le hemos añadido ingredientes y condimentos a este caldo indigesto que no terminamos de hallar la forma de cómo digerirlo.

En ese “todos” debemos incluir a los cómodos ciudadanos que no terminan de entender que este descomunal problema que afrontamos es de todos y que ya basta de exonerarse de responsabilidades asignándole exclusivamente a los partidos la titánica tarea de resolverlo. Pero también hay que incluir a todas las fuerzas políticas. A las que salieron derrotadas pero que, sintiéndose arropadas por el argumento extremo de señalar como única causa de su derrota al abstencionismo, continúan en una endemoniada dinámica hacia adelante como si nada hubiese ocurrido. No han dado muestras de haberse detenido a pensar si su problema pudiera ser el de haber perdido la conexión con sus supuestos representados. Hablan de Unidad, Unidad, Unidad…, pero tampoco dan muestras de haber hecho esfuerzos en la dirección de cómo recomponerla. Y también son responsables, las otras fuerzas que ubicadas en la otra esquina del maniqueo boxeo blanco versus negro, pierden representatividad al no percibir los ciudadanos de a pie claridad ni concreción en la prometida ruta alternativa que nos conducirá al cielo –porque sí, ese día que hayamos salido del Régimen me sentiré como en el cielo-. Critican a los otros de haber acabado con la “calle” pero tampoco se muestran ellos con la potencialidad de organizar “su calle”, quizás porque tengan miedo de que a ellos sus supuestos representados tampoco les acompañen.

En definitiva, que estamos todos quedando muy mal como país. ¡Todos! Y que en este trágico escenario del desencuentro, parece evidenciarse, de nuevo, una crisis de representatividad de los partidos. ¿Qué hacer? “Let’s go back to basics”. Los partidos deberían hacerse un profundo examen de conciencia sobre si lo están haciendo bien como partidos. ¿Están trabajando en la consolidación de una organización celular que les proporcione cobertura geográfica a sus iniciativas estratégicas, más allá de lo mediático? Esto es fundamental de cara al reto de convertirse en un auténtico partido moderno. Estoy consciente de la dificultad de avanzar en este aspecto en el contexto específico del país como lo tenemos y las severas restricciones de financiamiento, pero aún con todas las limitaciones no se debería perder el norte de hacer todo lo que se pueda, y donde se pueda, para ir ganando terreno en esta dirección. Si al menos se hubiese avanzado en el ámbito de los bastiones opositores, otro gallo hubiese cantado el 15O.

¿Se está trabajando en la estructuración y fortalecimiento de los organismos funcionales? Esto es básico de cara a la instalación de mecanismos de articulación con la sociedad civil. Se necesitan urgentemente las fracciones partidarias de jóvenes, gremios profesionales, educadores, organizaciones obreras, universitarias, etc. Cada una de ellas haciendo política en su ámbito natural. ¿Cómo está funcionando la democracia interna? ¿Existe confrontación de ideas en el partido y se respeta su diversidad? ¿Se producen documentos sobre estas discusiones? ¿Se trabaja en el diseño de una visión estratégica compartida por todos los miembros del partido? ¿Cómo anda la formación de los dirigentes del partido a todos los niveles?

¿Se trabaja en el diseño de una narrativa política y los diversos instrumentos de comunicación para poderla permear hacia todos los ciudadanos en sus diversos niveles de formación? ¿Disponemos de mecanismos para elegir a los mejores para el ejercicio de las funciones públicas que el partido vaya a asumir? ¿Se han incorporado mecanismos meritocráticos para la designación de los representantes? ¿Se han creado las condiciones para que intelectuales, empresarios, en general ciudadanos con trayectoria en otros ámbitos no políticos pero con inquietudes, puedan incorporarse con cierta comodidad a las labores del partido?

Podríamos continuar postulando interrogantes como esta, pero no se trata de diseñar en este artículo el instrumento al cual hicimos referencia. Estamos conscientes, lo reitero una vez más, de que los positivos de las respuestas a todas estas interrogantes apuntan hacia un ideal muy difícil de construir habida cuenta de las nefastas circunstancias. ¿Pero al menos se tiene claro el norte de hacia dónde deben enfocarse las actividades del partido y se ha comenzado a trabajar en cada una de las áreas? Porque el quid de la cuestión es el siguiente: Tenemos por delante el formidable reto de reconstruir al país; y lo queremos hacer en democracia; necesitamos para ello de partidos idóneos con visión de modernidad. No se vale eso de que ahora tengamos partidos mediocres, chucutos, que luego, cuando lleguemos al poder, los vamos a reconvertir de la noche a la mañana en los partidos que se requieren en esa visión del gran país del futuro que pretendemos vender. En consecuencia: la gran pregunta que deberían hacerse al interior de todos nuestros partidos es si ellos ya se están preparando para funcionar como los partidos de esa vigorosa democracia que nos venden como en un sueño. A lo mejor, al calor de estas respuestas, a preguntas que quizás ahora parezcan como inoportunas, podamos conseguir algunas claves de por qué la representatividad de los partidos vuelve a estar siendo tan comprometida.


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