sábado, 13 de mayo de 2017

La rebelión cultural precede a la rebelión política

Nelson Acosta Espinoza
Bien, amigos lectores, en el transcurso de las últimas semanas hemos sido testigos de una intensa movilización ciudadana en las principales capitales del país. Estas marchas o plantones han estado imbuidos de un espíritu cívico, pacífico y democrático. En mi opinión, las situaciones de violencia acaecidas han sido mayoritariamente inducidas por agentes provocadores y/o `por la represión de las fuerzas de orden público que han impedido el desplazamiento (garantizado por la Constitución de la Republica) de estas marchas ciudadanas. En fin, en estos últimos cuarenta días la resistencia cívica se ha hecho sentir y ha mostrado su indoblegable voluntad de persistir en las calles hasta que se restituya el ordenamiento constitucional.

Hay un aspecto sobre el cual quiero detenerme. Me refiero al tema conocido como “climas culturales”. Es indudable que cada coyuntura tiene su espíritu; ciertos climas, pocas veces formalizados, pero de gran influencia en nuestra manera de pensar y hacer política. Y, desde luego, tienden a deteriorarse con el paso del tiempo.

El mundo de vida, por ejemplo, que el chavismo intento vender a la población se encuentra agotado y en franco proceso de devaluación simbólica. En otras palabras, su construcción política de la realidad está depreciada y, en consecuencia, su capacidad de llegar a la población se ha reducido dramáticamente. Se ha enturbiado el clima cultural socialista que se intentó imponer en esta década y media de control de los aparatos del Estado. Las quemas de la imagen de Chávez, la destrucción de sus esculturas en algunas ciudades del país expresan el cambio que se está operando en el ámbito cultural en el país.

Ahora bien, los sectores democráticos en su actividad diaria están desarrollando un nuevo clima cultural en sustitución del socialista. Esta gestación, la mayoría de las veces, no es consciente y sobrepasa la idea tradicional de cultura política que prevalece en la mayoría de los actores dentro de la oposición democrática.

Voy a intentar explicar esta idea con algunos ejemplos del acontecer político reciente. Para tal fin me voy a valer de algunas imágenes icónicas producidas al calor de las marchas acaecidas en nuestras ciudades. 

El joven desnudo que se aproxima y escala la tanqueta de la Guardia Nacional; la señora de la tercera edad que intenta detener el desplazamiento de una tanqueta; las jóvenes que muestran su senos al descubierto; los peloteros de las grandes ligas que abogan por la paz y cese de la represión; los jóvenes músicos que marchan ejecutando sus instrumentos, son algunos de los ejemplos que ilustran el nacimiento de un nuevo clima cultural que proporciona sostén y mayor credibilidad a las justas reivindicaciones políticas de la población. En un cierto sentido, estas imágenes enseñan que la manera icónica de contar la realidad es crucial para llegar con efectividad a la población y contestar, en el ámbito de lo simbólico, al decadente socialismo del siglo XXI.

Parece apropiado, entonces, incentivar la contestación cultural al régimen. Impregnar las marchas con contenidos de resistencia simbólica que acompañen y refuercen los de naturaleza política. Me atrevo a sugerir la posibilidad de transformar las marchas en una suerte de happening cultural y político. Solicitar la colaboración de grupos culturales, teatro, artistas plásticos etc. Su participación permitiría empapar a los plantones de un nuevo contenido simbólico. En otras palabras, se pretende que la presencia de la gente en las calles anuncie el nacimiento de un nuevo clima cultural que sustituya el socialista y proporcione sostén a la nueva democracia en gestación.

No tengo dudas. La rebelión cultural precede a la rebelión política y constituye un fuerte obstáculo a la posibilidad de la restauración del caduco clima cultural del pasado.

En la actual coyuntura, la política es así.





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