sábado, 4 de febrero de 2017

¿Conmemorar qué?






Las revoluciones las hacen los hombres de carne y hueso y no los santos y todas acaban por crear una nueva casta privilegiada.”       Carlos Fuentes
Manuel Barreto Hernaiz

El éxito de una revolución puede medirse por la autoridad y estabilidad de las nuevas instituciones, mucho más que por su realización de los ideales y valores que impulsaron su iniciación. Sin embargo y de demostrarlo se ha encargado la historia misma, las revoluciones, cuando triunfan y se consolidan, instauran un nuevo orden social, donde se vuelve a reprimir a los que disienten con dicho orden. El ideal revolucionario, la asunción - o presunción - de la capacidad humana de auto redimirnos de nuestras miserias, lejos de desplazar el espacio mítico, lo coloca allí, donde se escapa a las luces de la razón: en el territorio de la manipulación y los sentimientos.

Mientras  “oficialmente” se conmemora lo que la sana memoria convoca a olvidar, la gente proactiva, sensata, lúcida y sobre todo, con verdadero compromiso para sacar a nuestro país de este profundo barranco donde le empujó la ruindad, el resentimiento, la ineficiencia, la ignorancia y la corrupción del régimen y sus secuaces, se prepara planteándose   el reto de encontrar formas innovadoras de articulación entre los principales factores económicos y lo que nos quede de Estado, que hagan posible abordar labores menos antagónicas que en el pasado: reconstruir el aparato productivo, generar empleos y estabilizar el manejo de la economía; superar la restricción de recursos externos, induciendo procesos pertinentes a este siglo XXI, al cual aún no ingresamos debidamente, hasta lograr la plena productividad y competitividad, términos proscritos por este arcaico y retrógrado régimen que hoy celebra con rimbombantes discursos, recursos  y loas a lo absurdo.

¿Conmemorar qué? Esta revolución  no acabó con las diferencias y los privilegios, sino que los ha intensificado; no ha generado riqueza y bienestar para todos, sino que los concentró en unos pocos; no logró respeto y dignidad para cada uno de los ciudadanos, sino que ha centrado como sagrado un modelo único, vetusto, y fracasado, mediante la burla, la iracundia y la intolerancia; y aún insiste en lograr igualdad, pero sólo haciéndonos a todos iguales en la miseria.

A lo mejor se celebran los evidentes logros alcanzados al imitar arcaicas ideologías como a contenida en aquel pensamiento maniqueo del “Che” como alternativa a aquellos problemas  que pregonaban como la transcendental etapa de formación del "Hombre Nuevo"… Los “Niños de la Patria”  de aquel heroico ayer inmediato, son los Pranes de este horripilante y trágico momento de nuestra historia incivil…

La gente se acostumbró y se dejó impresionar e intimidar por la idea de que Venezuela pertenece a este grupete que hoy se empeña en mostrar un proceso revolucionario exitoso en tanto el país se encuentra en el peor momento de toda su historia republicana: la inflación más alta del mundo, una terrible escasez de medicinas, de alimentos básicos, de insumos y repuestos para el aparato agro e industrial, en resumen, pues ya resulta inocultable: miseria, hambre y corrupción.

Esta revolución se aferró a un pasado que ya no existe, al pretender  adaptar un proyecto que tal vez nació para desarrollar la democracia y generar derechos para los desposeídos de la sociedad, pero que en todos los países en los cuales se aplicó, se convirtió en un falso pretexto ideológico de brutales dictaduras totalitarias que negaban los derechos de los ciudadanos y establecieron relaciones de dominación en todos los ámbitos de la vida social.

Se empeñaron en desarrollar e instalar  un hábito destructivo al experimentar insensatamente con políticas que no funcionaron ni en ésta ni en ninguna revolución. Dilapidaron no sólo industrias, fincas productivas y particularmente su “Gallina de los huevos de oro” –la hoy corrompida PDVSA-  sino también su valioso talento humano, al propiciar una gigantesca diáspora.          

A 18 años de haber tomado por asalto el país, este régimen es incapaz de reconocer sus fracasos, y una vez más los atribuyen a la empresa privada. Bien lo sabía, puesto que la mayoría de sus “ideólogos” vienen del estamento militar, la seguridad alimentaria es algo serio, delicado, que amerita previsión, con lo que no se juega.

¿Acaso conmemora tal gesta la madre que debe pagar un realero por los pañales para su recién nacida cría?  ¿O lo celebra el hijo que desahuciado por no encontrar el debido medicamento, debe ver cómo se las  arregla su viejo con la tensión? ¿O llenos de júbilo están hoy los cientos de miles de compatriotas que hurgan cotidianamente los basureros en pos de su peligroso  condumio?

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