sábado, 5 de noviembre de 2016

Dialogar ¿para qué?



Nelson Acosta Espinoza
La palabra diálogo se ha impuesto como una de las claves para la resolución de la conflictividad política en el país. Desde luego este procedimiento, consustancial con la forma de vida democrática, es el apropiado para alcanzar acuerdos sobre temas controversiales que separan al conjunto de una sociedad. Para que esta práctica política sea efectiva se requiere, entre otras variables, que sea respaldada por el ejercicio en los valores que caracterizan a toda cultura democrática. Aquí resulta sensato preguntarse: ¿esta condición es la que prevalece en nuestro país? ¿Se llega a dialogar como resultado de la puesta en práctica de esos valores? Y, de no ser así, ¿qué lleva a los actores en pugna a sentarse en una mesa de diálogo?

Estas interrogantes son todas pertinentes. Sus repuestas, a mi juicio, pueden proporcionar claridad sobre lo oportuno de la mesa de diálogo convocada bajo los auspicios del Vaticano. En principio, parece apropiado recalcar que se llega a esta convocatoria después de demostraciones masivas de la población en la calle protestando por la suspensión del RR.

No es la primera vez que el gobierno llama al dialogo como mecanismo de comprar tiempo e intentar recomponer sus mecanismos de poder. Las experiencias vividas en los años 2002-2004 y 2014 son muestras de como el oficialismo utilizó este mecanismo para ganar tiempo e intentar dividir a la oposición.

Vistas estas pasadas rutinas es posible inferir que estamos ante una situación similar a las del pasado. El diálogo, para el madurismo, es un procedimiento de ganar tiempo, fraccionar a la oposición e introducir sentimientos de apatía y desmoralización en la población opositora. Aquí vale formular algunas interrogantes. Por ejemplo, ¿cómo  entender que después que los demócratas denunciaran la ejecución de un golpe de estado estén en disposición de atender a una mesa de diálogo? ¿Es factible pensar que a través de esta negociación se recuperará el derecho constitucional de llamar a un RR? ¿Es legítimo y ético transar un derecho constitucional (RR) a cambio de presuntas medidas que serán acordadas en esta mesa de diálogo? Bien, estas interrogantes se encuentran en suspensión. De acuerdo a la dirección política de la MUD habrá que esperar un próximo encuentro de esta mesa de diálogo  para dilucidar estas incógnitas y otras que se formularán  en el camino.

Voy dar una vuelta a la tuerca. El propósito es analizar una suerte de disyuntiva que se ha formulado recientemente. Me refiero a la supuesta oposición existente entre estos dos métodos de lucha: diálogo y calle. Esta disyunción se formuló como argumento para paralizar la demostración del pasado jueves 4 de noviembre. Afortunadamente el movimiento estudiantil y algunos factores políticos desobedecieron el llamado de la MUD y recorrieron las calles de la ciudad capital.

En principio no existe ninguna contradicción entre estas dos expresiones políticas, Antes por el contrario, son complementarias. La calle debe estar al servicio de la negociación. Es un instrumento legítimo y necesario para dotar de fuerza de convicción a las demandas del sector democrático en un proceso de negociación política.

Los ejemplos que respaldan esta aseveración son variados: La Marcha de la Sal (India), Huelga de los Astilleros de Gdansk (Polonia) y recientes: Revolución de Terciopelo (Checoslovaquia, 1989), Primavera Árabe (2010-2013) entre otros.

Por otro lado, existen diversos estudios (Gene Sharp, investigador de Universidad de Massachusetts) que ilustran como los regímenes más sólidos del mundo cedieron ante la acción conjunta de los ciudadanos que estaban en luchas pacíficas.

En fin, la oposición democrática debe utilizar diversos métodos de lucha pacífica y usarlos como mecanismo de presión en los diálogos que pudieran producirse en el futuro.

No son antagónicos calle y  diálogo; son complementarios y necesarios.

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